Tal como habíamos acordado, amarré a Jason a un árbol cuando llegó la noche. Habíamos recorrido un buen trecho y estábamos agotados, en especial el príncipe quien, aparte de que no estaba acostumbrado a la vida salvaje, todavía seguía estando herido.
Desde el inicio supe que sería un fastidio, pero nunca creí que me llevaría a desear haber muerto a manos de esos bandidos. El príncipe, a lo largo del camino, se la pasó quejándose de los insectos que le picaban la piel. Luego, dio un salto cuando vio a una serpiente, a la cual la decapité con mi hacha y me la llevé para comernos su carne.
Mientras preparaba la fogata, el príncipe me vio extendiendo la carne de la serpiente y, con un gesto de desagrado, me preguntó:
– ¿De verdad te vas a comer eso?
– Sí – le respondí, con tranquilidad.
– Pero… ¿y si te envenenas? ¿Por qué no tomas las provisiones que nos dieron los pobladores? ¡Aún quedan muchas!
– Esta serpiente no es venenosa – le expliqué – además, prefiero comer de las provisiones cuando no haya más opción. Este viaje será muy largo y debemos aprovechar lo que nos ofrece la naturaleza para sobrevivir.
El príncipe, con el ceño fruncido, tomó un bocado de nuestras provisiones y se lo metió a la boca, como diciéndome que no estaba dispuesto a escuchar mis consejos. Como no quería hablar más con él, giré hacia Jason que nos miraba a lo lejos, en silencio. Aunque me sentaba mal dejarlo sin comer, sabía que si no agotaba sus energías por las noches, podría desamarrarse e intentar atacarnos mientras dormíamos. Así es que me encogí de hombros y le dije:
– Comerás mañana, antes de que levantemos el campamento.
– Descuida, no tengo hambre – me dijo Jason, desviando la mirada ya que era claro que mentía – solo me preocupan las fieras. ¡Podrían oler la carne asada a kilómetros!
Le mostré mi hacha y machete que portaba conmigo y le dije:
– Tengo el sueño ligero. Si escucho un mínimo ruido, no dudaré en atacar a cualquier cosa que se nos acerque. No tienes que preocuparte.
– Pues ojalá te coma un león – le dijo el príncipe a Jason – así no nos fastidiarás más.
– ¿Y cómo piensas llegar solo al templo? – le preguntó Jason, con una sonrisa pícara – ten en claro que los únicos que saben su ubicación exacta, aparte de mí, son los miembros del clan “Sombra”. Y ellos no confían en los extraños, ante siquiera de hablarles les atravesarán sus cráneos con sus flechas.
El príncipe gruñó, dado que en el fondo sabía que Jason tenía razón. Al final, le dio la espalda y siguió comiendo, con enojo. Yo, por el contrario, omití hacer cualquier comentario y sentí algo de pena por dejar a nuestro improvisado guía en ayunas. Por más que no me fiaba de él, apreciaba que fuera el único que no se quejara en todo el camino y mantuviera una alta resiliencia. En el fondo deseaba que solo fuera un simple ladrón y no uno de esos rufianes que, por causas desconocidas, iban tras la cabeza del príncipe.
Cuando terminamos de comer, le dije al príncipe:
– Será mejor que descanse, alteza. Le recomiendo permanecer a mi lado para… bueno, ya sabes, poder protegerlo más rápido.
– ¿Me construirás una cama para tener un lindo sueño? – me preguntó el príncipe, mirando mi hacha – eres un leñador. ¿No? ¡Podrías cortar esos árboles en segundos!
– ¡Lleva mucho tiempo! – le respondí, poniendo los ojos en blanco – deberá acostumbrarse a estar sin lujos, príncipe. Así es que duerme en la bolsa de dormir que te he preparado o, de lo contrario, te colgaré de un árbol.
El príncipe dio un pequeño grito por mi amenaza por lo que, obedientemente, se acostó dentro del saco de dormir, usó su mochila como almohada y se giró a dormir, dándome la espalda.
Jason comenzó a dar cabezazos, por lo que decidí relajarme un poco y apoyarme sobre el tronco de un árbol para iniciar con mi vigilia.
Al día siguiente, me acerqué primero a Jason para desamarrarlo. Este comenzó a tambalear un poco, pero logré sostenerlo y lo ayudé a acercarse a los restos de la fogata que quedaron de la noche pasada.
El príncipe seguía durmiendo, aunque por su expresión supe que no disfrutaba para nada de dormir en el suelo. Aun así, era el momento para aprovechar esos minutos de paz y adelantarme al desayuno.
Tomé un bocadito de las provisiones, se lo pasé a Jason y le dije:
– Come un poco. Seguro tendrás hambre.
Jason lo tomó y lo devoró rápidamente. Le di otros dos bocaditos más para asegurarme de que se alimentara bien para seguirnos el ritmo en nuestro trayecto. Mientras comía, le pregunté:
– ¿Sabes dónde debemos dirigirnos ahora para ir al templo?
– Conozco tres atajos – me respondió – uno es cruzando el corazón del bosque, el cual no recomiendo porque hay depredadores muy jodidos. El otro es cruzando por el territorio del clan “Sombra”. Tampoco recomiendo ir ahí por las razones que dije anoche y, aparte, porque tengo un conflicto con ellos. Prefiero evitarlos. El tercer sendero es a través de un acantilado. Si vamos en fila india y despacio, quizás podamos pasarla sin caer al abismo.
– ¿Y cuánto nos tomará llegar hasta el templo?
Jason miró al príncipe, como si se tratara de un ser repugnante. Luego me miró a mí y, calculando con sus dedos, me respondió:
– Tú y yo podríamos llegar en tres semanas aproximado, sin detenernos salvo por las noches. Pero tu amigo es muy lento, aparte de que se nota a leguas que jamás salió de su cuna de oro. Con él a cuestas, nos llevará unas diez semanas y estoy siendo generoso.
– No seas duro con él – le dije – sí, es cierto que vivió de lujos toda su vida, pero también se encuentra malherido. Recién ayer lo han curado, pero nunca se sabe cuándo se volverían a reabrir sus heridas e infectarse por el trayecto.
– ¡Oh! ¡No me di cuenta! – dijo Jason, sintiéndose apenado.
Nuestra amena charla fue interrumpida por el bostezo del príncipe, quien acababa de despertarse. Tal como lo intuía, nos saludó con su primera queja del día: