La copa divina

Capítulo 4. El confidente del príncipe

Tras superar lo del acantilado, conseguimos llegar hasta una pequeña aldea. Todavía era reacio a hospedarme en un poblado, pero sentía que el príncipe Ricardo merecía estar en un sitio más confortable porque comenzó a dar señales de que no se sentía bien. Además de optar por estar en ayunas tras dejar caer parte de nuestras provisiones, aún seguía con sus heridas pasadas. Necesitaba un médico urgente o no resistiría por mucho tiempo.

Jason, como intuyendo mi preocupación, me dijo:

– Puedo ir a la aldea a por ayuda. Descuiden, no los voy a abandonar, todavía sigo en deuda con ustedes por apiadarse de mí.

– Bien. Si consigues un médico, dirígete al lado este de la aldea – le indiqué – armaré una carpa donde el príncipe pueda descansar.

Mientras Jason se dirigía a la aldea, yo busqué un buen sitio hacia el este para acampar. El príncipe apenas podía sostenerse y respiraba de forma entrecortada, por lo que apoyé mi mano sobre su frente para medir su temperatura.

– Tienes fiebre – le dije – resiste, por favor. Pronto Jason encontrará a un buen médico que pueda atenderte.

– Creo que solo te causo problemas – dijo el príncipe, con los ánimos por los suelos – no debí forzarte a ser mi guardaespaldas, lo mejor hubiera sido que me las arreglara por mi cuenta.

– No durarías ni un día – le dije, mientras lo ayudaba a caminar – has vivido toda tu vida en el palacio, no te sientas culpable por eso. Por mi parte, pues ya no puedo echarme atrás. Estoy lejos de mi hogar y no queda de otra que avanzar.

Mientras preparaba la carpa, vi que Jason regresaba junto con una mujer muy madura. La señaló y me explicó:

– Es una curandera. Como en la aldea no hay médicos disponibles, todos acuden a ella cuando están enfermos o heridos.

– ¿Dónde está el enfermo? – preguntó la mujer, sin siquiera saludar.

Le señalé la carpa recién hecha, donde yacía acostado el príncipe. Ella entró y lo contempló brevemente. Luego, se arrodilló y, mientras le tocaba la frente, nos dijo:

– Veré qué puedo hacer. Luce herido, no debió viajar en su situación, sino tomar reposo hasta recuperarse. Por cierto… - la curandera me miró fijamente – también necesito revisarte la espalda, no puedes seguir así.

– ¡Espera! ¿Cómo supiste lo de mi espalda? – le pregunté.

– Yo se lo dije – intervino Jason – jefe, sé que eres fuerte, pero ese golpe fue bastante jodido. Ni una bestia lo resistiría.

Di un largo suspiro, pero en el fondo tuve que reconocer que realmente me estaba matando la espalda. Ni siquiera pude dormir bien en aquella cueva ni tampoco pude cargar mi mochila como lo hacía habitualmente. Así es que solo asumí con la cabeza y dejé que la curandera atendiera al príncipe primero.

 Me saqué la gabardina y la camisa, que aun llevaba puesta. De verdad estaba rota por causa de las piedras, lo cual me dio lástima porque era mi favorita. Jason, que estaba cerca de mí, dio un grito de sorpresa y señalando mi espalda, me preguntó:

– ¿Cómo pudiste resistir eso por tanto tiempo? ¡Luce fatal!

– No es la primera vez que me lastimo de gravedad – le respondí, como intentando restarle importancia – soy un leñador, he perdido la cuenta de las veces que se me cayeron los troncos encima de mí.

Jason hizo una extraña expresión, como si de pronto se sintiera terriblemente culpable por lo sucedido. Pero en lugar de insistir con el tema, me dijo:

– He visto que no somos los únicos que acabamos de llegar. También me encontré con un extraño grupo de encapuchados, guiados por un hombre vestido de negro. Los escuché mencionar al príncipe y ofrecer una cuantiosa recompensa a aquel que le brindé información sobre su paradero.

– Esto me da mala espina – comenté – seguro son los bandidos que nos atacaron. Tendremos que salir de aquí.

Apenas dije eso, la curandera se me acercó y me dijo:

– Ahora es su turno, joven. Deja que vea tu espalda.

– Estoy bien, de veras – le dije, ya que temía que por mi causa nos retrasáramos en la huida - ¿Cómo está mi amigo?

– Está estable – respondió – si lo dejan descansar hasta mañana, lucirá como nuevo. Ahora sé buen chico y deja que te vea.

La mujer usó un tono autoritario, lo cual hizo que terminara cediendo. Jason se me acercó y me dijo al oído:

– Vigilaré los alrededores, no te preocupes por eso. Si veo que se acercan, te aviso.

Al final, no tuve otra opción más que acceder.

La mujer revisó mi espalda y sentí que comenzó a palparla. El dolor era mortal, pero tenía que ser fuerte si quería protegerlos a todos. Al final, noté que me esparcía una especie de pomada con un extraño olor, mientras me decía:

– No debes levantar ningún objeto pesado ni esforzarte. Los músculos requieren de un buen descanso, solo así podrás recuperarte más rápido. Por cierto, ¿por qué no se alojan en la aldea? El joven necesita dormir en una cama y, a mí, me resultará más fácil visitarlos.

– Es que… tenemos prisa – le dije – Ese joven es una persona muy importante y hay gente que lo está persiguiendo. Por eso le pido que si se encuentra con unos sujetos encapuchados preguntando por nosotros, no les digas nada.

– Entiendo – dijo la mujer – en ese caso, vayan despacio y eviten cualquier sobreesfuerzo en su viaje. Bien, con esta pomada deberías estar bien.

La mujer dejó que me pusiera mi gabardina y, cuando al fin me vestí, me entregó la pomada y una pócima para el príncipe.

– Con un trago diario debería ser suficiente – me indicó la curandera – debe beberla diariamente hasta que se recupere o hasta que se acabe el contenido de la botella. Les deseo suerte y que gocen de buena salud. Adiós.

Cuando la mujer se marchó, me metí en la carpa y noté que el príncipe lucía bastante pálido. Dudaba si estaría en condiciones de viajar, pero sabía que no podíamos quedarnos ahí por mucho tiempo con esos sujetos recorriendo la aldea.




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