La copa divina

Capítulo 1. Una comerciante habilidosa

Cuando desperté, vi que Morgan ya estaba talando un pequeño árbol para usar su madera. Por su parte, Jason se encontraba recopilando los troncos y uniéndolos con cuerdas para facilitar su traslado.

Comencé a bostezar. Aun no estaba acostumbrado al ritmo matutino, pero ya no me incomodaba dormir en el suelo como antes. Sin embargo, se me escapó mi queja del día:

– Ojalá podamos conseguir un carro. Esto de ir caminando es agotador.

Morgan me miró y comentó:

– Gastamos casi todo el dinero en curar nuestras heridas y enfermedades, sin contar el alojamiento. Si tenemos suerte, podremos vender la madera en el siguiente pueblo y recuperar lo gastado. Al menos se trata de un lugar muy rico y próspero, o eso nos dijo nuestro amigo.

Miré a Jason, quien me sonrió y agitó su mano en señal de saludo, como si intentara mostrarse amigable conmigo. Sé que cuando pasó aquello dije muchas tonterías, pero en esos momentos ardía de fiebre y me sentía tan solo que no sabía en quién apoyarme, tanto que terminé bajando la guardia.

Aun recuerdo el día que visité a lord Zero en su celda. Lo encadenaron de cuerpo completo pero, pese a todo, me provocaba mucho miedo mirarlo a los ojos. Él, al notar mi presencia, me dijo:

– Te desprecio. Siempre te he odiado. Sabía que solo causarías desdichas en nuestro reino desde que naciste y perjudicaste la salud de la reina Luna. Debí ser yo quien heredara el trono, pero ahora el futuro del reino quedará en manos de un niño mimado que ni sabe limpiarse el trasero. ¡Qué desgracia!

Sé que, con mi nacimiento, mi madre casi pierde la vida y, desde esa vez, perdió la capacidad de concebir más hijos. Fue por eso que mi padre me sobreprotegió, el personal del palacio cumplió con todos mis caprichos y todos se aseguraban de que me sucediera cosas buenas.

Eso hizo que tuviera mi propia personalidad y creyera que el mundo giraba a mi alrededor. También atrajo a gente malintencionada que buscaba sacar provecho de mis buenas intenciones. Pero contrario a lo que cree la gente de mí, no soy ningún tonto. Sé bien cuando las cosas no funcionan como debería, pero siempre lo dejo pasar. Prefiero disfrutar de la vida y vivir sin preocupaciones.

Salvo esa vez, en donde mi vida ha sido amenazada por la persona en quien más confiaba.

– No eres nadie para decidir el destino de todo un reino, lord Zero – le dije, intentando mantenerme firme – me importa un bledo lo que pienses de mí, yo solo quiero que me entregues ese mapa.

Comenzó a reírse fuertemente y, mirándome con malicia, me advirtió:

– Nunca encontrarás ese mapa. No te diré qué fue de ella ni aunque me metan en la Doncella de Hierro. Igualmente, deberías agradecérmelo, ya que a los del clan “Sombra” no les agradó que se los hubiese arrebatado a la fuerza y están deseosos de aniquilar a todo aquel que ose anticiparse a su deseo. No te extrañes si vienen a por ti a cazarte, así es que lo mejor será que regreses debajo de la falda de tu mamá y no salgas nunca más de ahí. O de lo contrario, terminarán con el trabajo que yo no he conseguido culminar.

¡Lo que faltaba! ¡Más problemas! Todavía me erizaba la piel de solo pensar que podría ser amenazado por ese terrorífico clan, que azota a las aldeas más vulnerables y causa el terror en todos los reinos.

Cuando Morgan y Jason terminaron de apilar los troncos, me acerqué a ellos y les dije:

– Buen trabajo, muchachos. Ahora, vayamos al pueblo y cantemos canciones de leñadores. ¿Conoces alguna, Morgan?

– No existe ninguna canción de leñador – me respondió Morgan, con su peculiar desdén - ¿Por qué mejor nos ayudas a cargar la madera y dejas de decir tantas tonterías?

– ¿De verdad pretendes que un príncipe bien parecido como yo haga trabajos de burro? – respondí, incrédulo.

– ¡Sí! – afirmó Morgan, con dureza - ¡Aquí todos somos iguales!

Me resigné a su pedido. De todas formas, le debía la vida y me juré a mí mismo que nunca más me quejaría. Como buen chico, tomé algunos de los bloques más ligeros y, juntos, nos dirigimos al pueblo.

Al llegar, me sorprendí por lo limpia que estaba. Las calles eran adoquinadas y la gente se veía muy alegre y relajada. En algunas esquinas vi a algunos vendedores ambulantes, así como también me topé con graciosas señoritas que, al vernos, comenzaron a cuchichear entre sí, mientras ocultaban sus rostros sonrojados con sus abanicos.

Pero lo que si me llamó la atención fue ver a una comerciante extranjera, cuya tienda estaba repleta de variadas artesanías exóticas provenientes de tierras lejanas. La mujer era bastante alta, tenía la piel bronceada y los ojos violeta intensos. Sus cabellos negros estaban sueltos hacia atrás por una vincha que sujetaba sus mechones, mostrando por completo su rostro. Llevaba un vestido muy colorido, de hombros descubiertos y pañoletas atadas a su cintura.

Jason, quien pareció percatarse de mi ensimismamiento, se acercó a mí y me dijo en tono de burla:

– Oye, Romeo, deja de mirarla tanto que hay mucho por hacer.

– Eh, sí, claro – dije, sintiéndome un poco avergonzado de actuar como si nunca hubiese visto a una chica – vendamos madera, eso es.

Cuando nos acercamos a Morgan, me percaté de que él también se quedó ahí parado, mirando a la comerciante con los ojos abiertos de la sorpresa. Eso me extrañó, ya que juraría que a él no le interesaban las mujeres y, por eso, vivía solo en el bosque. Jason comenzó a reírse, mientras comentaba:

– Vaya, jamás imaginé que el grandulón tenía esa clase de debilidades.

Morgan, ignorándonos por completo, se acercó al puesto montado por la comerciante y esperó a que los curiosos se retiraran. Una vez solos, la mujer lo miró y, con una media sonrisa amistosa, le preguntó:

– ¿Se le ofrece algo, señor? Tengo lo mejor de la artesanía india, haré descuentos si compras a cantidad.

– ¿Ami? – preguntó Morgan.




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