Tras estar toda la mañana en la plaza ayudando a Ami con su negocio, decidimos tomar una pausa para el almuerzo. Jason consiguió unos bocaditos de otro vendedor y nos lo trajo, mientras nos decía una y otra vez que no los robó, sino que los compró.
Morgan no había hecho acto de presencia aun, por lo que aproveché para preguntarle a Ami sobre él.
– Morgan casi nunca habla sobre lo que piensa o siente – le expliqué a Ami – Tú pareces conocerlo bien. ¿Cómo era su vida en el circo?
Ami puso un dedo en su mentón en modo pensativo, como si intentara recordarlo. Luego, me respondió:
– Él siempre fue así, muy reservado. Aunque la vida de circo fue lo único que conoció desde su primera infancia, nunca estuvo interesado en eso. Por un tiempo creí que él anhelaba tener una familia normal, pero cuando se lo pregunté me dijo que estaba bien como estaba.
– ¿Pero qué pasó sus padres? ¿Acaso ellos…?
– No sé quiénes son. Lo encontramos en la orilla del bosque, cuando íbamos en una de nuestras giras. Como en aquel entonces me había lesionado, el dueño del circo decidió que yo me encargara de él hasta que creciera y pudiera trabajar con nosotros como un payaso.
Por algún motivo, traté de imaginarme a Morgan vestido con ropas coloridas, con la cara llena de maquillaje y una nariz roja bien grande. Casi estallé de la risa, pero me contuve porque sentía que a Ami no le haría gracia.
– ¿Y tú a qué te dedicabas antes de lesionarte? – le preguntó Jason a Ami.
– Yo era una acróbata – respondió Ami – Caminaba sobre la cuerda o andaba en monociclo. Pero tras un accidente de oficio, dejé de practicar y, por un tiempo, fui instructora de futuros aspirantes.
Ami dio un ligero suspiro, como si añorara los viejos tiempos. En eso, vimos a Morgan acercarse a nosotros, sosteniendo unos afiches en sus manos.
– ¡Morgan! ¡Estábamos hablando de ti! – le dijo Ami - ¿Dónde te habías metido?
– Intentaba buscarte clientes o algún encargo que pudiera hacer para ganar dinero – respondió Morgan, con una expresión agotada – pero en lugar de eso, me ofrecieron esto.
Nos mostró los afiches, en donde se veían a dos tipos peleando sobre una arena, rodeado de un público ovacionándolos. Debajo de la ilustración estaba el siguiente texto:
“¡Duelo de bestias! ¡Participe y gane el PREMIO MAYOR! Tendrá la oportunidad de ganar 20.000 florines y una cita con la princesa Mara. ¿Te lo piensas perder?”
– ¡Guau! ¡20.000 florines! – exclamó Jason, despertando así su espíritu lujurioso interno.
– Con ese monto, podría construir mi propio comercio y nunca más tener que viajar de aquí allá – dijo Ami, con un claro entusiasmo.
– Es difícil ganar – Dijo Morgan – me explicaron los repartidores del volante que se trata de un combate cuerpo a cuerpo, donde solo hay puros combatientes que pueden ser realmente fatales.
– Entonces ni hay chances conmigo – dijo Ami, con decepción – solo soy una simple comerciante, no sé nada de pelear.
– Ni me lo digas – dije yo – a mí me liquidarían en segundos. Pero me intriga encontrarme con la princesa Mara, es muy hermosa.
– ¿La conoces? – preguntó Jason.
– No personalmente, pero la he visto en algunas imágenes – le respondí – se dice que es muy rebelde y obstinada, algo inusual en una princesa.
– Oh, es de las mías – comentó Jason, cuyos ojos comenzaron a brillar – aunque participaría más que nada por el dinero, lo demás viene después. ¿Qué dicen?
– Lamento tener que romperles el globo, pero no se va a poder – dijo Morgan – ustedes tres son demasiado débiles para enfrentarse a semejantes titanes. Necesitamos alguien verdaderamente fuerte, que pueda derribar fácilmente a esas bestias, alguien con una fuerza equivalente a 20 hombres y que logre alzarse fácilmente con la victoria, alguien que…
Morgan se interrumpió al percatarse de que los tres comenzamos a mirarlo fijamente. Y es que era el único del grupo que cumplía con esas características. Ami lo miró, a modo de súplica. Jason tomó uno de los folletos y comentó:
– Si el jefe no quiere, puedo ir yo. Sé que no soy lo suficientemente fuerte, pero soy hábil y, si no me dejo tocar, puedo llegar a ganarme el premio de consolación.
Observé que, en letra pequeña, mencionaba que el perdedor del enfrentamiento final podría llevarse un saco de monedas de plata. Con eso, nos daría para comprar un buen carro con el cual continuar con el viaje.
Miré a Jason y, luego, a Morgan. Aunque sabía que Jason era hábil en defensa y manejo de armas, no se comparaba con la fuerza natural de Morgan que lo adquirió durante todo ese periodo que vivió en un entorno salvaje, aislado de la sociedad. Sabía que nuestro querido leñador no tendría ningún motivo para participar en el combate, por lo que decidí darle uno.
– De todos modos, no hay garantía de que puedas siquiera llegar al segundo lugar, Jason. Mejor será que nos rindamos y sigamos apoyando a Ami con su negocio. Pero claro, si alguien decide anotarse al torneo y llegar hasta la ronda final, podríamos continuar con el viaje y llegar al destino más rápido. Hay gente que depende de nosotros y, cuanto más pronto los ayudemos, mejor. Bueno, es lo que opino.
Con eso, le di a entender a Morgan que la salud de mi madre estaba en juego y que, por cada minuto que pasaba, podríamos estar lejos de curarla. Y si fallaba en la misión, no cumpliría con mi promesa de mejorar el pueblo que lo acogió en el pasado. Un carro nos permitiría llegar más rápido al destino que yendo a pie, aparte de que sería menos factible que nos atacaran en alguna de nuestras acampadas en el bosque.
Morgan, quien captó mi indirecta, dijo resignado:
– De acuerdo. Participaré. Me aseguraré de ganar todos los combates y obtener el premio mayor. La mitad será para Ami, espero que sea un buen comienzo para iniciar a establecerte en la ciudad indefinidamente.