La copa divina

Capítulo 1. El bosque de las luciérnagas

El carro que nos donó la princesa de verdad era muy espacioso, tanto que podíamos dormir acostados al acoplar los asientos como camas. El carro era estirado por dos caballos por un chofer, quien se ofreció a llevarnos hasta el sitio indicado por órdenes de su alteza.

Esto fue bueno para mí, dado que aun seguía recuperándome de la gran paliza que recibí en el torneo celebrado en Ciudad Cristal. Pese a que mis amigos insistieron en quedarnos hasta mi recuperación, sabía que eso sería muy mala idea. Zack y Jully estaban rondando por los alrededores y lo mejor era mantenerlos lejos de nuestro alcance.

Aún recuerdo ese día en el hospital. Aparecieron así de improvisto, disfrazados de enfermeras. Jully, quien lucía como una muñeca diabólica con sus cabellos blancos y ojos rojos, me sonrió y me dijo:

— Luces fatal, Jason. ¿Necesitas que te dé tu medicina?

— ¿Qué haces aquí? – le pregunté, con rudeza.

— Solo venimos a atender a los pacientes – dijo Zack, quien se colocó al lado de Jully. Al contrario que ella, él tenía los cabellos negro azabaches, pero su pálida piel lo hacía lucir como un muerto viviente.

— Y pensar que nos vendieron esta ciudad como la más segura e impenetrable. ¡Vaya falsa propaganda! – mascullé, sintiéndome vulnerable dado que ellos, si se lo propusieran, podrían matarme ahí mismo aprovechando mi condición.

— No venimos a pelear, sino a hacerte una propuesta – dijo Jully, metiendo su mano entre sus pechos y sacando de ahí una pequeña botella de vidrio con veneno – dale esto al príncipe Ricardo para que se muera y serás admitido con nosotros de vuelta.

— El príncipe Ricardo nos arrebató ese preciado mapa, poniendo en peligro el secreto de nuestro clan – dijo Zack, con rencor – sé que el patriarca fue injusto contigo con su sentencia, pero está dispuesto a darte otra oportunidad. ¡Es algo que nunca ha pasado antes! Si matas al príncipe, podrás regresar con el clan y haremos como si nada de esto haya pasado.

— Te esperaremos, Jason – continuó Jully, mientras se retiraba con su compañero del consultorio – tómate tu tiempo, pero hazlo antes de llegar al templo “Terra”.

Aun me daba escalofríos de solo recordar aquello. Si bien el príncipe Ricardo me deseó la muerte cuando tuvimos nuestro primer encuentro, yo nunca le he deseado el mal. Ese día yo no había comido nada, lo ataqué porque quería robarle su provisión o terminaría por morir de hambre. Pese a que me atraparon y me mantuvieron atado a un árbol toda la noche, al final tuvieron consideración y me alimentaron al siguiente día. Por primera vez alguien tuvo piedad de mí y así supe con quién debía quedarme si quería sobrevivir a este mundo cruel.

Recordando aquello, terminé por arrojar la botella por la ventana y decidí revelarle al príncipe la verdad. Éste, pese a todo, decidió que siguiera con el grupo como su guía. Quizás sea porque perdieron ese mapa o porque no tienen más opciones, pero mientras les siga siéndoles útil, no planeo darles la espalda y seguiré guiándolos hasta llegar al destino.

Y ahí estaba, acostado dentro del carro, dado que nos detuvimos a orillas de un lago para que los caballos pudieran beber agua. Seguro Morgan fue a recolectar leña para hacer una fogata y el príncipe estaría bañándose en el lago, mientras a mí solo me queda esperar a recuperarme. Vaya que es un fastidio sentirse inútil en un viaje.

Mientras hacía una recapitulación mental de todo lo vivido en los últimos días, vi que la puerta del carro se abrió. Morgan había recolectado algunas frutas para mí, pero supongo que tenía otros planes porque me preguntó:

— ¿Cómo te sientes? ¿Crees que podrás estar con nosotros en la fogata? Quiero cocinar esa carne de ternera que compramos cruda en la villa Dorada y temo que se nos pudra por el camino.

— Claro, ya me siento mejor – le respondí – solo me he pasado comiendo frutas y papillas. Necesito algo más sólido, como un buen trozo de carne. Quizás así me recupere más rápido y pueda ayudarte con las tareas.

— Eso espero – dijo Morgan, mientras dejaba las frutas a un costado y me ayudaba a salir del carro – El príncipe es muy malo en estas cosas, es como si en lugar de manos tuviera pies. ¿Cómo alguien puede ser tan inútil?

Me reí por su comentario, pero no por mucho por el dolor de mis costillas. Vi a lo lejos a nuestro chofer, quien atendía con esmero a los caballos. El príncipe Ricardo, tal como lo preví, se había dado un buen baño y, ahora, estaba secándose cerca de la fogata recién prendida por Morgan.

— ¡Oh, Jason! ¡Qué bueno que puedas acompañarnos esta vez! – me dijo Ricardo, mientras se apresuraba en vestirse – hoy haremos un grandioso banquete en el bosque por nuestra hazaña. ¡Ya estamos cerca del destino! ¡Puedo sentirlo!

— No sería tan optimista esta vez – le dije – ya que estoy aquí, aprovecharé para darles un adelanto de lo que nos espera.

Los tres nos sentamos alrededor de la fogata, mientras veíamos asarse la carne de ternera. Morgan comenzó a añadir más leña y Ricardo no paraba de relamerse los labios por tan suculenta cena. Traté de acomodarme todo lo que mi adolorido cuerpo me lo permitía y procedí a explicarles el trayecto que todavía nos faltaba recorrer.

— Hay como dos pueblos más con que nos toparemos por el camino – les dije – pero después de eso sigue un extenso desierto. Quizás debamos cambiar los caballos por otros ejemplares más jóvenes y acostumbrados a entornos secos.

— ¿Y cuánto nos tomaría cruzar ese desierto? – preguntó Morgan.

— Nos llevará al menos unos tres días – respondí – tengo entendido que hay un oasis en medio del camino, pero si resulta que se ha secado estaríamos en aprietos si no nos arrebatamos de provisiones ya en nuestra estadía por el pueblo.

— Bueno, supongo que será la última vez que le escriba a mis padres antes de incursionar en el desierto – dijo Ricardo – no me dará tiempo de esperar una respuesta, ni aunque use palomas mensajeras. Solo queda mantener la esperanza de que mi madre seguirá viva cuando regrese.




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