Contrario a todo pronóstico, los caballos lograron soportar el crudo desierto, pero también tratábamos de no forzarlos para evitar agotarlos. En cuanto a nosotros, casi no intercambiábamos palabras para, así, contener la sed y mantener nuestras energías hasta llegar a la montaña.
En el segundo día, encontramos el dichoso oasis, lo cual me alegró porque quería decir que la naturaleza no varió del todo desde que habría visto el mapa en mi niñez. Este pequeño paraíso consistía en una laguna de agua dulce rodeada de rocas y alguna que otra palmera. Nos zambullimos en ella y dejamos que los caballos se refrescaran, lo cual nos divirtió porque lucían como dos potrillos chapoteando por el agua.
Cuando llegó la noche, decidimos acampar en la orilla. El cielo estaba despejado, por lo que pude ver las estrellas para ubicarnos mejor. A veces el desierto puede ser muy confuso, por lo que siempre hay que mirar la ubicación de los astros para evitar perderse.
El príncipe Ricardo empezó a temblar, dado que por las noches hace más frío y no quedaba de otra que mantener nuestras temperaturas con ejercicios o fuego. Por suerte Morgan aun llevaba algunos trozos de madera, por lo que encendió una fogata para entrar en calor. Mientras extendíamos las manos cerca de las llamas, Morgan comentó:
— Definitivamente odio los desiertos. No hay ningún árbol donde pueda obtener leña.
— La vida fuera del palacio es tan variada y extraña – comentó Ricardo – tengo tanto que contarle a mi madre cuando regrese. Seguro quedará asombrada.
Yo permanecí en silencio. Pese a que sabía la ubicación del templo, jamás tuve interés en la copa divina. Recordaba que mis mayores me enseñaron que esa reliquia fue buscada por nuestros antepasados y, cuando la encontraron, perecieron por una fuerza divina. En el fondo, pensaba que solo se trataba de un mito, dado que el templo estaba en una zona volcánica y estaba seguro que lo que pasó fue que, simplemente, hubo alguna erupción. No había otra explicación.
Mientras pensaba, Ricardo se puso de pie y dijo:
— ¿Saben qué? La mejor manera de combatir el frío es entrenando. ¿No lo creen? – en eso, miró a Morgan y continuó - ¿Qué te parece si nos batimos a duelo, Morgan?
— ¿Seguro? – preguntó el leñador – la última vez no pudiste resistirlo.
— ¡Ya lo superé! – juró Ricardo – estoy lleno de energía. Además, desde que logré acertar a Zack a distancia, estoy seguro que me volví invencible. ¡Sí que sí!
Morgan suspiró y accedió a la petición de Ricardo, cuyo ego ya de por sí alto alcanzó niveles abismales solo porque le tiró un cuchillito a un miembro del clan “Sombra”.
Ambos se alejaron de la fogata hasta elegir una superficie plana y se pusieron en posición de combate. Yo solo los miré, intuyendo el resultado.
— Adelante, da tu mejor movimiento – le dijo Morgan.
El príncipe fue con todo, pero Morgan lo tomó del brazo y lo lanzó al suelo. Luego sonrió y le dijo:
— Te falta mil años para superarme, majestá. Mejor desista de esto
— Ok, admito que ambicioné demasiado – dijo Ricardo, mientras procedía a mirarme – debí empezar contigo, Jason. Ahora que ya estás en mejores condiciones, podemos combatir cuerpo a cuerpo. ¿Verdad?
— Ni siquiera pudiste derribarme estando herido. ¿Qué te hace pensar que podrás ahora, que estoy sano? – le cuestioné.
— Pues te recuerdo que fui yo quien te salvó en ese pueblo fantasma. ¡Los del clan “Sombra” no son rivales para mí! Además, ahora tengo la corazonada de que, esta vez, podré vencerte.
Pues su corazonada resultó en un error, porque solo bastó con esquivarlo para hacer que él mismo se tropezara y cayera al suelo. Ni siquiera lo toqué.
— ¡No es justo! – dijo Ricardo - ¿Por qué te moviste?
— Oh, quizás sea porque tardé mil años en curar mis huesos en mi último duelo, majestad – le respondí, en tono irónico – no quisiera que nos quedáramos en este desierto para siempre si termino inválido.
Por alguna razón, el príncipe evitó mirarme tras mi comentario. Supongo que aun recordaba el torneo, donde combatí contra un gigante que me destrozó sin misericordia. Cuando estuve a punto de aclararle que solo estaba haciendo una broma, me dijo:
— Estabas sangrando y apenas podías respirar, pero a ese sujeto no le importó. Nunca he visto tanta crueldad en un torneo, fue… difícil verte en ese estado.
Noté que Morgan asumía con la cabeza, como dándole la razón al príncipe. La verdad, casi no recordaba lo sucedido debido a que, en algún momento, perdí la conciencia. Vagamente sentí que alguien me cargaba y gritaba mi nombre, pero solo veía un enorme vacío que se extendía a mi alrededor. Supongo que para el público pudo haber sido bastante impactante ver que un simple combate se volviera de pronto en una sesión de tortura.
A modo de aligerar el ambiente, propuse:
— ¡Ya sé! ¿Qué tal si nos batimos a un duelo, jefe? ¡Sin armas! – le propuse al leñador – Así quizás Ricardo tenga una idea de cómo moverse en un combate de cuerpo a cuerpo.
— ¿Estás seguro, Jason? – me preguntó Morgan – puede que termine noqueándote y no despertarías hasta mañana.
— Tomaré ese riesgo – le respondí – aun me debes la pelea que nos prometimos en Ciudad Cristal, ahora que ya estoy sano podemos hacerlo. ¿Verdad?
— Bien, como quieras. Quizás esto te sirva de lección para nunca más jugar con el fuego.
Ricardo se acomodó encima de unas rocas, mientras masticaba un bocadillo sacado de entre nuestras provisiones. El chofer ya hacía rato que se había quedado dormido junto con los caballos, así es que solo teníamos un espectador y era todo lo que necesitaba.
Morgan y yo nos colocamos frente a frente, en posición de pelea. Por alguna razón, recordé nuestro primer encuentro y cómo logró acercarse a mí, evadiendo mis disparos e inmovilizándome en el árbol. Así supe que jamás podría contra él y, como en ese momento me encontraba hambriento y débil, no tuve otra opción que dejarme someter a su voluntad. Pese a todo, también me inspiró a querer fortalecerme y superar toda clase de adversidades.