Después de mucho esfuerzo, logramos llegar en lo más alto de la montaña. Habíamos perdido la noción del tiempo debido a la neblina, lo cual indicaba que estábamos cerca del volcán y debíamos andar con cuidado.
Decidí avanzar para determinar dónde sería seguro transitar. Pronto, sentí que el suelo se volvía cada vez más caliente, tanto que lograba traspasar las suelas de mis zapatos.
El príncipe gimió, ya que él también sintió lo mismo. Así es que comenté:
— Creo que deberías cargarlo por tu espalda, jefe. No creo que resista.
— No me traten como una mula de carga – se quejó Morgan.
Pese a todo, alzó al príncipe Ricardo en su espalda.
Pronto, el aire se puso muy pesado para respirar y un extraño polvo comenzó a levantarse. Eran cenizas, producto del volcán que, de seguro, estaba a punto de erupcionar. Lo que menos quería era que estallara en esos instantes o, si no, estaríamos fritos.
Me coloqué mi pañoleta por la cara para proteger la nariz y le indiqué a Morgan:
— Pisa exactamente donde voy pisando. No sea que haya alguna grieta que nos lleve a todos al abismo… o en un charco de lava.
— Entendido – fue todo lo que atinó a decir Morgan.
Sonreí. Por alguna razón, me alegraba poder ser yo quien ayudara a Morgan en esos momentos, dado que siempre velaba por mi salud y seguridad. Sentía que era una forma de retribuirle el favor por ser tan amable conmigo, por más que no lo mereciera.
A medida que avanzábamos, el polvillo se hacía cada vez más espeso. Ricardo empezó a toser y Morgan lucía muy cansado, aunque no se quejó en ningún momento. Justo cuando propuse hacer la pausa, nos encontramos con el río de lava.
Los tres quedamos asombrados ante semejante espectáculo. Era como un río, pero en lugar de agua tenía lava ardiendo, que serpenteaba entre las rocas y depresiones con lentitud. En ciertas partes se partía en diferentes bifurcaciones que caían hacia el abismo, formando así una cascada.
La forma más rápida de llegar era si saltábamos entre las piedras sólidas, pero conociéndole a Ricardo, esto sería completamente imposible.
— Debe haber un puente. O algo – comentó el príncipe, quien bajó de la espalda de Morgan – si existe un templo, seguro que habrá gente y de alguna manera deben cruzar la lava.
— ¿Y si el templo está vacío? – preguntó Morgan - ¿No recuerdas si mencionan algo al respecto en esa leyenda que me contaste hace un tiempo, Jason?
— Solo explica que la niña, al crecer, llevó la copa al templo y se creó una barrera protectora – respondí – no menciona nada de otras personas.
Caminamos por la orilla, teniendo cuidado de no pisar por el borde. Lo que decía el príncipe Ricardo tenía lógica, ya que debería haber una forma de cruzar en caso de que el templo estuviera habitado. Pero no solo eso, sino también debieron necesitar mano de obra para construirlo. Salvo que, en esos tiempos, el volcán estuviera inactivo y era más sencillo transitar por ese terreno.
Fue así que vimos a lo lejos un pequeño islote, o eso parecía. Era una gran masa de roca que, de seguro, se desprendió de algún lugar y se iba derritiendo de a poco. Con suerte, podríamos saltar en ella y llegar al otro lado, si se detenía en una de las salientes de la orilla opuesta. Pero, otra vez, el problema era Ricardo, quien jamás se animaría a saltar.
Fue así que Morgan propuso:
— Dejemos nuestras cosas. Así tendremos menos peso para cargar y podremos saltar con agilidad.
— ¿Pero qué hay de mí? – preguntó Ricardo - ¡No se me dan bien los saltos a largas distancias!
— Te lanzaré con gusto – dijo Morgan.
Ricardo gimió de miedo. Yo solo atiné a menear con la cabeza, mientras procedía a dejar mis cosas por el suelo. Lo único que seguimos portando fueron nuestras armas, ya que no estábamos seguros de con quién (o qué) nos toparíamos al otro lado.
Tal como avisó Morgan, tomó a Ricardo de la cintura, dio un par de vueltas para tomar impulso y lo arrojó directo al islote, que pasaba delante de nosotros. Este no paraba de gritar, pero calló cuando su cuerpo tomó contacto con la superficie.
— ¿Estás bien? – le pregunté.
— ¡Estoy vivo! ¡Es un milagro! – respondió Ricardo, mientras se flotaba su cuerpo adolorido - ¡Pero me siento molido! ¡Eres un bruto, Morgan!
— Es tu turno, Jason – me dijo Morgan, ignorando los comentarios del príncipe – no sé si el islote soportará el peso de los tres, así es que salta inmediatamente al otro lado y te seguimos después.
— Yo creo que sí lo aguantará – le respondí – pero debemos ser rápidos, porque se irá achicando y no conseguiremos alcanzar el borde de la orilla.
— Bien. Entonces saltemos juntos.
Nos preparamos para saltar cuando, de pronto, unas cuantas flechas con flamas pasaron delante de nosotros. Morgan y yo giramos la cabeza y nos encontramos con los indeseables, que acababan de llegar.
— ¿Nos extrañaron? – preguntó Jully, mientras procedía a lanzar una boleadora directa hacia mí.
— ¡Cuidado! – dijo Morgan, dándome un empujón hacia un costado para evitar ser atrapado.
Pronto, su cuerpo se vio inmovilizado por las cuerdas de la boleadora y quedó tirado en el suelo. Jully, entonces, dio un ágil salto hacia el islote y procedió a atacar a Ricardo con sus dagas. Zack, por su parte, se acercó a mí, blandiendo su espada. Por suerte llevaba mis dagas, con las cuales me defendí.
— ¡Eres un tonto, Jason! – me dijo Zack, sin dejar de atacarme – Ahora tú y tus amigos morirán y nosotros cumpliremos el sueño de nuestro patriarca.
— ¿Aún sigue con esa tontería? – le dije – Nuestros antepasados han fallado siempre. ¿Qué te hace pensar que ahora todo será diferente?
— ¡Porque es un presentimiento! – fue lo único que atinó a responderme.
El choque de nuestras armas retumbaba por todo el lugar. Morgan seguía por el suelo, intentando liberarse de la boleadora, mientras que Ricardo evadía a Jully en el islote.