La copa divina

Capítulo 6. Una misteriosa sacerdotisa

— Yo… la maté… no quería…

— Solo intentabas defenderte. Si no lo hacías, ella habría acabado contigo.

Morgan abrazó al príncipe Ricardo y le dio unas cuantas palmadas en la espalda, a modo de tranquilizarlo. Yo miré por el borde del abismo, en donde había caído Jully hacía unos instantes. No quedó rastro de ella, su cuerpo fue devorado por la lava por completo.

Vi que Zack logró liberarse de una de mis dagas, arrancándose la otra y tratando de ponerse de pie, con esfuerzo. Al verme, me gritó:

— ¡Me vengaré! ¡Les haré pagar por lo que le hicieron a Jully!

Conociéndolo, sabía que siempre cumplía con sus palabras y sería capaz de todo aunque le cortáramos todas las extremidades. Así es que me acerqué a mis compañeros y les dije:

— Será mejor que sigamos. El templo no debe quedar tan lejos.

Ricardo respiró hondo y se puso de pie, mientras decía:

— Tienes razón. Lo pasado pisado. Es hora de continuar.

Me dispuse a ponerme delante, cuando Morgan se me acercó y me habló al oído:

— ¿Por qué no lo ayudaste? Él no sabe defenderse, yo sí.

— No te mientas a ti mismo, jefe – le respondí – estabas más a mi alcance y… también… me has cuidado todo este tiempo. Si no fuera por ti, seguiría postrado en la cama. No podía dejar que ese sujeto te matara.

Morgan pareció sorprendido por mis palabras. Pero, luego, retornó a su semblante serio y, dándome la espalda, me dijo:

— Entonces ya no seré más amable contigo. Si después de esto el príncipe decide tomarte como su prisionero, no cuentes con que vaya a rescatarte.

Respiré hondo. Sabía que Morgan no estaba acostumbrado a depender de otros, pero no esperaba que se enojara tanto. Pero en lugar de volver a hablar del tema, me propuse a guiarlos en silencio. El suelo comenzó a temblar ligeramente y ya se podía escuchar el sonido del volcán, debíamos ser rápidos si queríamos sobrevivir a esa.

Tras andar por unos cuantos minutos, vimos que se nos acercaba una misteriosa mujer de estatura baja. Tenía los cabellos negros y sueltos, vestía una túnica blanca sin adornos ni encajes y parecía andar descalza. Ella nos miró asombrada, como si no pudiera creer que existieran otras personas en ese lugar, aparte de ella. Morgan se le acercó, pero ella retrocedió unos pasos.

— Espera – le dijo Morgan, extendiendo su mano hacia ella – no te haremos daño. Solo queremos saber dónde se encuentra el templo “Terra”.

— Queremos la copa divina que se encuentra dentro del templo – le explicó Ricardo – sé que está por aquí cerca, lo necesito con urgencia.

Los ojos de la joven se abrieron de par en par, pero siguió callada. Luego, dio media vuelta y procedió a alejarse de nosotros, lentamente.

— ¡Espera! – le dijo Ricardo.

— Creo que quiere que la sigamos – comenté – hagamos eso.

Los tres la seguimos y transitamos por un sendero formado por un muro de rocas, cuya altura sobrepasaba por tres cabezas a la estatura de Morgan. El humo y las cenizas del volcán comenzaron a disiparse lentamente, hasta desaparecer por completo. El aire se volvió limpio y hasta me pareció ver alguna que otra enredadera subiendo por las rocas.

— ¡Guau! – exclamó Ricardo - ¡Creí que aquí no había vegetación!

— Quizás sea la magia de la copa divina – comentó Morgan – si puede curar enfermedades, también podrá brindar vida.

La vegetación pronto abundó y las rocas lucieron cada vez más verdes por las enredaderas. De pronto, vimos que el camino terminaba en un enorme círculo, en donde había una hermosa laguna de aguas cristalinas y transparentes, tanto que era posible ver el fondo. En el centro mismo había un pequeño islote, en donde estaba construido un edificio de arcos puntiagudos y con esculturas de ángeles a su alrededor.

La mujer se detuvo, nos miró y se presentó:

— Soy la sacerdotisa María y me encargo de cuidar este templo desde hace mucho tiempo. También tengo el rol de otorgarle la copa divina a aquel que es digno. Por favor, preséntense y díganme el porqué quieren obtenerla.

— ¡Es un honor conocerla, sacerdotisa María! – le dijo Ricardo, saludándola con una reverencia – soy el príncipe Ricardo, hijo del rey Sol y la reina Luna del reino Estrella. Vine aquí a buscar la copa divina porque mi madre está gravemente enferma y quiero curarla. Ningún médico, curandero o hechicero pudo encontrarle solución a su enfermedad, por lo que esta es mi última esperanza. He pasado por muchos obstáculos a lo largo del camino y todos los he superado, así es que considero que soy digno de obtener tan preciada reliquia.

La sacerdotisa lo miró atentamente. Luego, giró la cabeza hacia el resto y nos preguntó:

— Faltan ustedes dos.

— Ellos solo me están acompañando – respondió Ricardo – el único que quiere la copa soy yo.

— Que ellos lo digan con sus propias palabras, alteza – le respondió la sacerdotisa María, usando un tono ligeramente severo en su voz.

Ricardo guardó silencio, mostrándose un poco ofendido por el trato que le dio la joven. Sin embargo, no dijo nada y dejó que nosotros habláramos.

— El príncipe tiene razón – dijo Morgan – yo solo vine aquí para protegerlo, ya que me prometió que ayudaría a un pueblo que me acogió cuando más lo necesitaba. Lo único que quiero es vivir una vida tranquila, sin nada que me altere.

— ¿Y cuál es tu nombre? – le preguntó la sacerdotisa.

— Soy Morgan, un humilde leñador.

La sacerdotisa asumió con la cabeza y reveló una pequeña sonrisa, como si le agradara esa persona. Luego, me dirigió la mirada y me dijo:

— Faltas tú.

— Me llamo Jason – me presenté – hago toda clase de encargos o lo que venga. Estos dos me tomaron como guía porque soy el único que conoce bien la ubicación del templo y acepté ayudarlos, a cambio de comida.

— ¿Eres del clan “Sombra”? ¿Verdad? Solo ellos conocen la ubicación, aunque nunca se animaron a pasar más allá del río de lava.




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