La copa divina

Capítulo 9. Una sesión de placeres

Durante todo el trayecto mantuvimos el silencio. Sentía que algo andaba mal, ya que no esperaba que nos convocara a los tres para una reunión. El príncipe Ricardo lucía extrañamente serio, como si de pronto tuviera miedo de algo.

Cuando llegamos al palacio, unos guardias nos franquearon y nos condujeron a lo largo de un pasillo. El príncipe Ricardo siguió manteniéndose serio, pero pronto su expresión cambió a la de sorpresa y comentó:

— No nos están llevando al trono.

Tal como nos dijo, los guardias nos condujeron hacia un jardín, en donde colocaron una mesa rectangular repleta de comida y bebida. La princesa y algunas doncellas se encontraban ahí, esperándonos y luciendo realmente emocionadas al vernos.

— ¡Bienvenidos, oh nobles guerreros! – nos saludó la princesa, mientras daba una reverencia – creí que nunca más regresarían de su viaje y me entristeció que salieran con mucha prisa, sin siquiera poder disfrutar de su grandiosa victoria en el torneo pasado. Pero ahora que regresaron, he decidido agasajarlos por haber sobrevivido a toda clase de peligros. Sé que han pasado por mucho y, por eso, deseo invitarlos a este banquete para que se lleven un lindo recuerdo de mi ciudad.

Noté que Ricardo, repentinamente, aligeró su expresión. Luego, con una sonrisa amable, le respondió:

— Me alegra saber que al fin soy tratado como se merece. En ese caso, acepto la invitación.

Luego, se giró hacia nosotros y, con una amplia sonrisa, nos dijo:

— Coman y beban todo lo que quieran. Celebremos que hayamos culminado el viaje con éxito y al fin podamos regresar cada uno a nuestras casas.

Morgan y yo nos acercamos a tomar unos bocados. Al principio lo hicimos tímidamente, pero luego entramos en confianza y comenzamos a comer.

Las doncellas se acercaban cada tanto a nosotros para servirnos vino. Muchas de ellas rodearon a Morgan para admirar sus músculos y llenarlo de elogios. Éste comenzó a sonrojarse, por lo que presentí que se embriagó y quedó a merced de sus admiradoras.

Por mi parte, siempre fui bastante tolerante al alcohol. No importara cuánto bebiera, nunca me emborrachaba fácilmente. Y fue por eso que, mientras bebía mi vino, percibí que el príncipe y la princesa procedieron a abandonar el banquete.

“Algo no anda bien”, pensé, mientras los veía retirarse. “Bueno, el jefe no podrá ayudarme esta vez, tengo que averiguar qué está pasando por mi cuenta propia”.

Así es que dispuse a seguirlos, cuando dos de las doncellas se me acercaron, mostrándose muy melosas conmigo:

— ¿No quieres que te haga un masaje, guapo? ¡Luces bastante tenso!

— ¡Soy tu más grande admiradora desde el combate! ¿Ya te recuperaste de tus heridas? ¿No quieres que te sirva más vino?

Si bien me pareció bastante tentador compartir momentos de caridad con esas bellas damas, mi instinto de supervivencia señalaba que no debía bajar la guarda. Era cierto que sobrevivimos a un largo viaje, pero se supone que habíamos regresado con las manos vacías. Lo entendería si, durante el camino, logramos salvar a una persona importante o defendimos la ciudad de alguna catástrofe o realizamos otras hazañas heroicas. El banquete de agasajo no tenía ni pies ni cabezas, debía llegar al meollo del asunto.

Fue así que me dirigí a las doncellas y les dije:

— Lo siento, señoritas, pero debo ir al baño y no quiero que haya problemas.

— ¡Oh! ¡Entiendo! – dijo una de las doncellas – en ese caso, puede ir por el pasillo al fondo a la derecha.

— Gracias, señorita.

Me dirigí hacia esa dirección, pero en lugar de entrar al baño fui a otro pasillo más cercano, donde creí haber visto al príncipe con la princesa. Cada tanto me ocultaba entre las sombras de las esculturas o armaduras de utilería para evitar que algún guardia o criado me pillara espiando. En algo debía agradecer haber sido criado por el clan “Sombra”, o de lo contrario habría sido descubierto desde hacia rato.

Así fue que vi al príncipe Ricardo, ingresando por una puerta fuertemente custodiada por un par de guardias. No podía simplemente ir ahí a escuchar, por lo que supuse que no quedaba de otra que darme por vencido. De pronto, vi que una de las doncellas se acercó a los guardianes y, con un tono desesperado en su voz, les dijo:

— ¡Ayuda! ¡El caballero Froilán irrumpió en el banquete y está intimidando a nuestro invitado de honor!

— Su alteza está en una reunión importante ahora – dijo uno de los guardias – pero iremos a detener a ese caballero. A ver si al fin la princesa nos autoriza a darle una lección por mal comportamiento.

Los guardias siguieron a la doncella para intervenir en el pleito. Tuve deseos de seguirlos para apoyar a mi amigo, pero sabía que al final él se volvería a molestar, por lo que decidí al fin permanecer al margen y seguir con lo mío.

Armándome de valor, me acerqué a la puerta y apoyé mi oreja sobre la madera, de forma tal a poder escuchar la conversación del interior.

— ¿Entonces quiere decir que todo fue mentira? – escuché que preguntaba la princesa Mara, con un tono de decepción - ¿No existe la copa divina?

— Así es, alteza – le respondió el príncipe Ricardo – resulta que era una simple leyenda, otra más del montón para engañar a viajeros incautos en busca de reliquias mágicas.

— Pero… ¿y el templo? ¿Existe esa construcción?

— Sí, de haber templo lo había, pero pongo la mano al fuego si le digo que, para estas alturas, ya estará reducido a cenizas por culpa del volcán. Puede mandar a sus exploradores en esa zona, si quiere, para comprobar mis palabras.

— ¡Qué lástima! Albergaba la esperanza de que me trajeras la copa para hacer una demostración en vivo, tal como me lo habías prometido en nuestra última reunión.

Mientras los escuchaba, un guardia que patrullaba los pasillos, me señaló y me preguntó:

— ¿Qué haces aquí?




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