La corona de la Emperatriz

Capitulo XI: Espadas rotas

 

Palacio Leonor por la tarde…

La servidumbre corría de un lado a otro, levantando un pequeño rastro de polvo. Si te acercabas a escuchar más de cerca podías oír la extraña frase “Fue el Emperador”.

Las paredes del palacio temblaban ligeramente, el frio se colaba por cada esquina. Y todo esto provenía de un solo lugar.

El comedor principal estaba destrozado.

La mesa larga que podía ser usada para más de 40 personas estaba atrapada en una capsula de hielo y en el suelo había rastros de quemaduras.

No lamentaba el estado del comedor.

Era hermoso para los visitantes, pero para los que habían tenido que soportar sentarse en sus sillas sin la intromisión de las personas dejando a la luz la verdadera naturaleza de los dueños del comedor era un sufrimiento silencioso.

Ahí mismo fue donde paso su madre el último momento antes de decidir que portar una corona no valía su sufrimiento, donde ella fue la reina antes de decidir convertirse en nada. Ahora pasaba algo similar.

Tempert siempre había mantenido a una sola familia en el trono y esto funcionaba por el poder que corría por la sangre Nitel, pero también por las alianzas y matrimonios solidos que mantenían la corona estable. Se debía mantener la dignidad de la familia real a cualquier costa. Nunca hubo divorcios entre los monarcas, puede que hubiera algún deceso entre los consortes, pero eran muy pocos casos en los que sucedía eso.

En medio del caos, con la ropa hecha trizas mientras las emociones se desbordan de parte de los dos gobernantes, los labios de ellos se movían rápidamente mientras gritaban todo lo que sus corazones se habían guardado por tanto tiempo. Palabras que otro tiempo calentaban hasta los glaciares. Labios que en otro tiempo nunca se separaban. Y ahora…

…Nada

Un amor que parecía eterno, que quemaba con solo verlo. Algo único decían, hijos de la nada que se entendían y se hacían uno. Dos espadas rotas que se hacían uno.

Pero ese fue el error, lo roto siempre estará así y aunque parecían encajar había pequeñas grietas que no encajaban y con cada golpe se hacían más grande hasta ya no encajar.

La mano derecha de la emperatriz estaba roja, mientras que la mejilla del emperador pasaba de un color miel al de un rojo intenso.

Alrededor de los pies del Emperador había pedazos de hielo cristalizado mientras que del lado de ella solo había rastros de ceniza. Es cierto que el hielo y el fuego queman, pero juntos se extinguen.

Esa era la forma de su amor, dos fuerzas que trataban de estar juntas, pero mientras lo hacen se destruyen mutuamente.




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