La corona de la Emperatriz

Capítulo XVII: Madre del Imperio

El Palacio Leonor permanecía en un estado hermético, nada entraba ni salía. Había una sensación extraña merodeando la capital y el portavoz del palacio se negaba a dar una declaración sobre la ausencia de la Emperatriz.

El emperador se había recluido en su propio palacio y hacía las actividades que le correspondían con el mínimo contacto social, era tan monótono en sus acciones que parecía que era una marioneta moviéndose a la par de su dueño.

Aunque había una relativa calma no todo era así.

En el interior del palacio había una lucha feroz, la familia imperial estaba pasando por un proceso nunca antes visto.

Un divorcio.

Era un hecho inédito que nunca había sucedió en los 300 años de creación del imperio, la corte imperial no sabía qué hacer ante este hecho y mientras los Revant trataban de evitar a toda costa que su hijo mayor dejara la corona que tanto habían anhelado, los Nitel se negaban a una reconciliación.

La corte se dividió en dos, los que apoyaban la reconciliación influidos por el gran poder de los Revant y sus estatus como vasallos de esta casa; lo hacían principalmente por miedo a las represalias.

Los segundos apoyaban el divorcio, si la emperatriz se divorciaba se abrían las puertas para que otras familias presentaran a sus hijos esperando que este se convirtiera en el nuevo consorte.

Había tres nombres que resonaban entre los candidatos más fuertes. Liam, como rey regente y príncipe de una casa real era una opción muy fuerte, Zac era considerado como una gran elección considerando que podía unir los intereses de los nobles que estaban en contra de los Revant.

Y Zyan, él tenía apoyo de las otras grandes familias, así como las de los ciudadanos del imperio. Se había estado moviendo en secreto para afianzarse el voto popular y así superar en creces las oportunidades de ser electo como nuevo emperador.

La Emperatriz había estado evitando las reuniones sociales por la fuerte intromisión de los medios de comunicación que aprovechaban cualquier instante para seguirla y así obtener la primicia de algún nuevo suceso.

Eider descansaba sobre su asiento, una silla negra, aterciopelada con telas rojas y con el respaldo alto que daba la impresión de un trono. Miraba a la corte desde el punto más alta de la sala de audiencias. Los gritos se intensificaban a medida que los abogados de ambas partes trataban de llegar a un punto.

—La estabilidad de la corona se verá afectada si este divorcio procede—Gritaba un vasallo de los Revant, evidentemente influido por el padre del Emperador—. Como se espera que la Emperatriz gobierne un imperio si no puede sostener su matrimonio. Es la madre del imperio, tiene que dar el ejemplo.

—La emperatriz es la mano que guía a este imperio, su compañero de vida tiene que ser alguien confiable—Reclamaban los del lado de la Emperatriz­­—. Clyde Revant ha demostrado ser incapaz de ser esa persona, una persona débil no debe obtener poder.

Clyde y Eider miraban la acalorada discusión que se estaba llevando a cabo en nombre de sus intereses y los del imperio. Estaban agotados, llevaban demasiados días atrapados en esa sala viendo como exponían sus vidas, sus actos y sus intimidades.

La joven emperatriz tenía la mirada perdida en algún punto fijo de sala, sus manos sostenían con fuerza los brazos de la silla, su mano derecha únicamente estaba acompañada de un anillo. El anillo de su coronación. Sus anillos de compromiso y de bodas fueron destruidos enfrente de todos al comienzo del divorcio.

—El emperador ha sido el más cercano a su majestad desde que eran niños, no es posible que una relación tan larga termine de esta forma— Rugió el duque de Revant desde su asiento, su estrafalario uniforme llamaba la atención de quien lo mirara. Hecho con las más finas telas, el duque aprovechaba el estatus de su hijo y no dejaría que se lo arrebátense—. Es normal en un matrimonio que haya problemas, pero si esta la forma en como la “corona” piensa solucionar cada pequeña dificultad, entonces tiempos difíciles llegaran a Tempert.

—“pequeños”—Hablo por primera vez la emperatriz, la vista de todos se detuvo en su figura, se había levantado de su asiento y ahora miraba a todos por encima de ellos—¿Cree que esto es pequeño?

—Majestad, como un hombre casado le puedo decir que hay veces en que las parejas deben de aceptar ciertas cosas en pro de algo mejor—La audiencia permanecía conteniendo el aliento—. En mi humilde opinión, majestad, debería tratar de seguir adelante. Cualquiera comete errores.

—Un error es hacer mal un informe, pero esto no es un simple error—Sus ojos se abrían más a medida que subía el tono de su voz—. Esta consiente que su hijo no solo sostenía una relación con otra persona, sino que también es padre un niño que hasta el momento no ha sido reconocido.

Se escucharon murmullos y todos estaban mirando la figura del emperador, Clyde miraba todos con los ojos ennegrecidos de tantas noches sin dormir, tenía una barba mal cortada y su vestimenta lucia descuidada. Él quería que todo terminara, era consiente que su reputación y su estatus saldrían lastimados durante el divorcio. Ya no podía dormir, las pesadillas lo dejaban sin descanso y su único lugar seguro era la luz que proporcionaba el sol.

La oscuridad dejaba salir a los monstros y Eider era la dueña de cada una de las sombras que lo hacían gritar en su mente. La ambición que una vez lo llevo a ocupar la corona del imperio más grande de su mundo, ahora lo estaba condenando.




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