Julio me miraba como si fuera la última vez que podría. Sus pequeñas y gordinflonas manos sujetaban fuertemente el equipaje. Me devastaba verlo sufrir de esa manera, debía estar feliz porque ya no viviría como un esclavo en ese horrendo castillo.
Sujeté su mentón para que me mirara directamente a la cara, estaba llorando con fuertes sollozos y sus mejillas ardían en un rojo intenso.
—Solo estaremos separados por un tiempo, en cuanto me case y sea la reina de Maire mandaré a buscarte a la academia. —Me abrazó y comenzó a llorar con más intensidad. Era capaz de todo por él, la noche del incendio logré sacarlo de su cuna. Tenía solo ocho meses y desde entonces lo había criado como a mi propio hijo. Daría mi vida por él sin dudarlo. Fue el principal motivo por que acepté venderme como lo hice, si no lo tuviera nunca hubiera aceptado.
Preferiría morir como esclava antes de ceder ante los planes de un rey egoísta y cruel como Theodor.
—¡No quiero que te cases con nadie hermana! —Se aferró a mi vestido mientras me miraba con súplica—. No quiero estar solo. —Sus palabras me destrozaron el corazón, pero esa era la mejor opción para él.
Nora me hizo señas para que nos apuráramos desde la puerta del carruaje. La guardia del príncipe Jhon llegaría en poco tiempo así que tendría que correr al palacio lo más pronto posible. Me asomé y noté que los demás niños de la realeza abordaban el barco. No quería alejarme de Julio, pero no sabía a ciertas lo que encontraría en Maire, después de todo el rey me envió a mí en vez de a su querida hermana. No tenía hijas así que entre ella y yo... claro que me tocaba a mí sacrificarme.
—Escúchame Julio —dije mientras tomaba su cara entre mis manos. Sus grandes ojos azules repletos de lágrimas hacían que mi corazón se volviera más pesado en mi pecho—. Necesitas ser fuerte y subirte en ese barco como el caballero valiente que eres. —Sabía que soñaba con convertirse en uno—. Te prometo que en unos meses mando al mejor caballero que tenga a buscarte.
Una picardía iluminó su rostro hasta que soltó una enorme sonrisa.
—Bien Vero... ¡Pero que sea con su armadura dorada y todo! —Amagó con las manos y comencé a reírme. Ante cualquier problema que tuviera Julio le mencionaba lo de ser caballero y se le olvida en un dos por tres.
Lo levanté en mis brazos y se lo entregué a Nora, era tan pequeñito que no parecía tener casi ocho años. Traté de no llorar delante de él, no quería reflejarle el miedo que sentía por nuestra separación.
Me quedé mirando como embarcaba en el navío privado del rey, hasta que entró con los demás niños. Un enorme nudo se formó en mi garganta, pasamos por muchas cosas, pero siempre juntos.
—Cuídate enano —dije en voz baja mientras unas finas lágrimas comenzaron a correr por mi mejilla.
Solo esperaba poderlo ver nuevamente.
...
Llevaba casi tres horas recibiendo todo tipo de cuidados. Me habían cortado el cabello, sacado las cejas, afeitado mis piernas y axilas... de todo lo que se suponía que se le hacía a una dama de sociedad. Lo que necesitaba a gritos era algún remedio para el dolor de cabeza que me estaba causando todo este alboroto.
Por último, Nora me puso un corset que me estaba asfixiado. Apretó tan fuerte el nudo de mi espalda que tuve que morderme el labio para no gritar.
—¿Acaso nunca llevabas uno en tus tiempos de duquesa? —dijo con un tono burlón.
Sonreí al recordar como mi madre me regañaba, me decía que con lo gorda que estaba no me servía ninguno.
—Solo tenía once años.
Apretó con más fuerza y volteé para mirarla con rabia.
—¿Qué? —preguntó divertida.
—Tenía que haberle pedido a Betania que me acompañara en vez de a ti. —Sonrió con autosuficiencia a escuchar mi comentario. Sabía que yo nunca la dejaría.
Conocí a Nora cuando llegué al castillo, ella llevaba unos años ya como esclava y fue quien me ayudó a enfrentar mi realidad de ese entonces. Era la niña más maleducada y grosera que había conocido, pero también la de mejores sentimientos.
—Betania se metería en la cama con tu esposo antes de que te dieras cuenta. —Terminó de formar el lazo y se paró frente a mí con una enorme sonrisa.
Sacarla a ella de este lugar era otro logro.
Tocaron la puerta...
—Señorita Verónica. —Era el criado personal que me había asignado el rey desde hacía unos días—. Ya ha llegado la guardia de Maire —dijo mientras permanecía al otro lado de la puerta.
No podía evitar sentirme nerviosa, el príncipe Jhon había insistido en que su propia guardia personal viniera por mí. Eran los guerreros más reconocidos y temidos de todo el continente, se apodaban "Los leones".
—Gracias —exclamé casi sin fuerzas—, ya casi estoy lista.
Nora terminó de ponerme el vestido, era de un tono verde esmeralda y hacía que mi cuerpo exhibiera curvas antinaturales.
—Pareces otra persona —dijo.
Me miré el espejo y quedé extrañada, en verdad parecía otra. Hacía años que no me vestía tan bien y había borrado la imagen de esta Verónica completamente de mi cabeza. El apretado corset moldeaba más mi cintura y el color llamativo contrastaba con mi piel pálida. Mi cabello estaba decente por primera vez en un largo tiempo y lo llevaba recogido en un bonito peinado con trenzas.
Parecía una princesa de verdad... una estúpida y superficial princesa.
—Sí, ahora podrán venderme como ganado de primera calidad. —No pude evitar que el tono amargo en mi voz sobresaliera.
—Escuché que era muy guapo —dijo Nora para intentar darme consuelo—, tal vez hasta corres con suerte.
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Editado: 27.10.2021