La corona de la esclava

Capítulo 3: La reina decapitadora

 

Estar todo el día cabalgando me estaba acabando, además, el silencio entre nosotros dos ya era más que incómodo. Me había dedicado a observar el camino a Maire. Sora estaba peor de lo que me imaginaba, las aldeas de campesinos que dejamos atrás estaban llenas de escuálidas figuras y casas medio derrumbadas. Por parte, me reconfortaba saber que ayudaría a que la paz sea definitiva. Es muy cierto que sería poco más que un pedazo de carne en ese castillo, aun así me reconfortaba ayudar un poco la situación de mi reino.

 

Porque Sora pedía a gritos un cambio.
 

—Está muy callada, mi lady.
 

¡Como si él ayudara mucho a mi estado de ánimo!

 

Solo se dignaba a responder con un "si" o "no" lo poco que yo hablaba.

 

  —Maire —volteé para verlo... me gustaba hacerlo mientras le hablaba, no era un hombre al que se le debía dar la espalda.—¿Está tan devastada?
 

—La Guerra logra lo mismo en todos lados, mi lady. —No me miraba, desviaba la vista por los alrededores del camino como si mi rostro no le causara ninguna impresión. Siempre estaba alerta y esperaba que solo exagerara con su actitud.
 

  —¿Cómo te llamas? —Después de varios días de viaje me atreví a hacerle la misma pregunta.

 

—Soy"idiota", mi lady. —Moría de la vergüenza, en algún momento debió haberme escuchado.

 

No recordaba haberlo llamado así en voz alta.

 

—Eso lo sé ya —bromeé mientras volteaba para que no viera mi rubor.

 

¿Por qué siempre tenía que estar en estas situaciones incómodas?
 

<<¿Qué esperabas Verónica?>>

 

Los leones no debían ser hombres de muchas palabras, no creo que saber expresarse sea lo que los volvió fieras humanas.
 

  —Solo quería agradecerle cuando llegáramos al palacio —traté de explicarme, mientras intentaba no lucir tan nerviosa ante ese hombre, pero estábamos tan cerca que me era imposible.

 

<< ¡No lo conoces Verónica, no lo conoces! ¡No te importa!>>
 

Aun así me despertaba curiosidad saber más de él y tampoco es que hubiera muchos temas de conversación.

 

—Me encargaré de que recordárselo entonces —dijo con un tono burlón.

 

Él me parecía una persona calculadora y fría, pero también muy fuerte. Había tenido varias oportunidades de lastimarme y no lo hizo... por lo que tenía más puntos buenos que malo ante mis ojos.

 

  —¡Acepte ser mi guardia personal! —Después de que lo dijera me arrepentí...
 

  —¿Su guardia? —dijo extrañado con los ojos abiertos de par en par, lo comprendí porque nos llevábamos  muy mal, aun así me sentía segura a su lado.

 

Además,  estaba claro que era muy profesional.

 

  —No conozco a nadie más en Maire. —Meodiaba a mi misma por seguir insistiendo.

 

  —No lo creo.
 

<<bien Verónica... Tírate del caballo y acaba con tu existencia de una vez>>

 

—Tengo más cosas que hacer, además...—continuó indiferente mientras yo calculaba las probabilidades de morir si caía de Sombra—. El príncipe es algo celoso. 
 

<<creído>>
 

—¡No tendría motivos! —Fue más un chillido que mi voz. La verdad era que tenía que permanecer alejada de este hombre. Soltó una carcajada y decidí no seguir hablando, por mi bien—. Pero si esa es su excusa está bien, se lo pediré a Mortis.
 

—¿Mortis? —preguntó con burla y luego comenzó a reírse más fuerte, a tal extremo que me molestaba.
 

¿Qué acababa de ser eso?

 

¡Ni idea!
 

                                                                     ...

 

Paramos en un puesto de frutas que había en un pequeño mercado y él me compró unas manzanas. Más tarde dormimos en otra posada. La verdad era que su Plan de pasar desapercibidos entre la multitud funcionaba de maravillas, el mío solo era ignorarlo... hacer pasar el tiempo distraída en otras cosas para no prestarle atención. Desde esa incómoda conversación todo se había tensado más entre los dos.

 

¿Quién me creía que era? Solo cumplía órdenes de llevarme hasta su príncipe, no es como si fuéramos amigos o algo por el estilo.

 

Al otro día partimos aún más temprano. No hablábamos más de lo necesario. Después de todo no éramos más que simples desconocidos. Este hombre me hacía actuar de una manera más estúpida de lo habitual, era como si suprimiera mi inteligencia y me convirtiera en un mono.

 

Lo odiaba, su cara arrogante, que estuviera cabalgando en su caballo, sus labios carnosos.
 

¡Dios!

 

Me odiaba porque nunca antes me había sentido tan estúpida.

 

Lo odiaba porque no causaba el mismo efecto en él.

 

—¡Espera! —grité de imprevisto asustando un poco a Sombra.

 

El pueblo donde estábamos entrando era uno que conocía perfectamente, uno por el cual cabalgaba con papá cuando era niña. El pueblo a las afueras de lo que era mi hogar, el lugar donde solo había quedado un montón de cenizas.

 

—Detente por favor. —dije mientras bajaba la mirada. No quería ver ese lugar, no quería revivir todos los recuerdos y el dolor que traían cada uno.

 

Para mi sorpresa detuvo a Sombra.
 

—¡¿Ahora que sucede?! —preguntó con frustración.
 

—No quiero entrar en este lugar —dije intentando no llorar, no quería lucir tan débil ante alguien tan fuerte.

 

—¿Y se puede saber por qué? —preguntó un tanto intrigado. Luego, al parecer vio que no estaba bromeando.

 

Decidimos entrar en el bosque que daba a una zona de la frontera entre los dos reinos. Aún faltaba varios días a caballo para llegar hasta el punto planeado. Una vez que llegara a pisar Maire montaría en un carruaje que me llevaría hasta el mismísimo castillo. Nos acomodamos entre un espacio bastante claro, no había tantas hierbas y era el ideal para acampar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.