La corona de la esclava

Capítulo 14: La despedida

 

Sostuve la mano de Nora, tal vez solo era mi imaginación, pero vi sus ojos parpadear al sentir mi contacto. Estaba temblorosa y fría. Lucía irreconocible, su aspecto impresionaba de la manera más horrible posible.

 

—Estoy aquí. —Pasé mi mano delicadamente por su cabellera rizada—. te protegeré hermana.

 

Dejé caer mi frente en su frío abdomen, los recuerdos de los momentos que pasamos juntas me estaban torturando casi por igual que la decepción que sentía por Jhonatan.

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“Hace siete años”

Sostuve a Julio lo más firme que podía, para ser un bebé de menos de un año pesaba más de lo que imaginaba. Estábamos frente al rey Theodor y había pasado tan solo tres días desde el  incendio que destruyó mi familia.

—¿Murieron? —preguntó el Rey a su consejero mientras me observaba con escrutinio—. ¿Solo quedaron los niños? —agregó con indiferencia mientras servía otra copa de vino.

 

Quería decirle que estaba cansada, el viaje de varios días me dejó exhausta... pero no me atrevía a hablar más de lo necesario.

 

—Sí, su majestad,  —Podía ver la compasión en los ojos del viejo consejero—, solo quedan ellos dos de la familia Capri.
 

Abracé a Julio contra mi pecho, no quería llorar frente a tantas personas que parecían estar ajenas a mi dolor.
 

—¿Y las despensas? —preguntó el rey mientras terminaba de beber todo el contenido de su tercera copa de vino.
 

—Fueron destruidas también —agregó el consejero.
 

—Sobre ese tema señor... —me atreví a hablar por primera vez en toda la reunión. El rey Theodor me observó con indiferencia, al igual que la mayoría de sus consejeros—. He venido a hablar de esto—. Extendí la carta que recibí minutos después de que llegara a la capital, en la que me dejaban bien claro que era la heredera de una enorme deuda... lo que no entendí porque mi padre era uno de los mayores productores de vino de los nueve reinos, sin mencionar la herencia familiar que nos brindaba el apellido de mi padre.

 

El rey tomó la carta, pero su rostro no reflejaba sorpresa alguna. Entonces el silencio abrumador del salón fue interrumpido por el llanto de mi hermano. El rey rascó sus ojos con pereza al ver que no lograba calmar a Julio, lo mecía entre mis manos, pero él no estaba acostumbrado a mis brazos.
 

—Julio, cálmate —susurré a sus oídos, pero me devolvió el gesto con una cachetada y más llanto.
 

No sabía cómo calmarlo, para eso teníamos a las damas.
 

—Mamá —Mis piernas se aflojaron las piernas al escucharlo hablar. Era la única palabra que decía y dolía saber que nunca más la veríamos—. Maaa...—lloró más fuerte mientras se retorcía entre mis brazos para que lo dejara.

<<Yo también la extraño>>

—Julio... para —le di besos y lo mecí más fuerte—. Para por favor—. Escuché como mi voz se rompió.
 

—Niña —alcé la cabeza para enfrentar la mirada del rey—. ¿Qué edad tienes?
 

—Once años, señor—. Hablé alto para que mi voz sobresaltara entre la gritería que estaba formando mi hermanito.
 

El rey se levantó del trono y pidió que le colocaran la capa, al parecer se marchaba a otro lugar.
 

—Pagaré la deuda de tu familia, pero trabajarás aquí para pagarme.
 

<< ¿Trabajar?>>

 

No me lucía tan mal la idea, no sabía el infierno que me esperaba.

 

—Gracias su majestad espe...

 

—Asegúrate que el niño no llore más en mi presencia o lo enviaré a algún otro lugar—. interrumpió abruptamente.
 

Sostuve a Julio con anhelo, ese hombre era malo, muy malo. No era capaz de entender mi situación y menos de sentir una pizca de empatía.
 

—Entendido, señor.
 

Después de que el rey se marchara nos llevaron a otra zona del palacio. No entendí mi situación hasta que vi la que sería mi nueva casa... Una celda con el suelo repleto de paja.
 

—¡Pero! —Apenas pude quejarme antes de que me arrojaran a una esquina de la celda.

 

Julio cayó al piso, inclinó su pequeño cuerpo por el  dolor, pero no lloró. No se movía.
 

—¡No!  —grité a todo pecho e intenté levantarlo, pero la mujer que me llevó hasta la celda me sostuvo por el brazo.
 

—Mira esto, se cree en autoridad de gritarnos.—Tiró de mis cabellos hasta que pude ver su cara.

Estaba sonriendo, con odio en la mirada. Nunca antes había visto a esa mujer, pero era un rostro que nunca olvidaría.

 

El llanto de Julio alteró mis sentidos, comencé a arrojar golpes en todas las direcciones, pero solo logré que tirara más fuerte por mi cabello hasta que me tuvo con el cuello inclinado para atrás.

—¿Se puede saber que están haciendo? —dijo una voz a mis espaldas. Miré a duras penas y pude ver una niña parada, tenía un grillete en su mano que simbolizaba que era una esclava.
 

—No es tu asunto —dijo la mujer, acto seguido me lanzó al suelo. Reaccioné rápidamente para recoger a Julio, pero ya la niña lo había hecho.
 

—¿A no?—preguntó la joven mientras acariciaba a mi hermanito y este se calmaba. Sus ojos llorosos y la nariz roja hicieron que se me rompiera el corazón en mil pedazos—. Estoy segura de que sabes quienes son, así que si le cuento a alguien lo que le hicieron al pequeño van a tener grandes problemas.
 

—¡Pequeña perra! —exclamó el guardia que me acompañó, luego tomó el brazo de la mujer—. Déjalas, de seguro morirán en uno o dos años.

 

La mujer sonrió sarcásticamente.
 

—Tienes razón, después de todo solo son esclavas—. Le dio unas palmadas en el pecho a la niña... Era una clara amenaza, pero el rostro de la muchacha no flaqueó en ningún momento.

Luego se marcharon de la celda.

Julio extendió sus brazos entre suspiros  para que lo cargara, corrí hasta él y lo tomé entre los míos.
 




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