La corona de Las Sombras prohibidas

Cap 6. La sombra que no es bienvenida.

La gran sala del consejo estaba revestida con tapices oscuros y retratos de antiguos monarcas cuyas miradas parecían seguir cada movimiento. El aire se impregnaba del aroma a mirra y pergaminos viejos, como si el salón entero recordara a los presentes cuán antigua y peligrosa podía ser la corona. No se hablaba, se negociaba en susurros; cada silencio era una amenaza velada, cada gesto, una advertencia cuidadosamente envuelta en protocolo.

Almir Varelian entró con paso firme, con la intensidad escarlata de su mirada, observando cada rostro que lo miraba con mezcla de recelo y expectación. A su lado, la duquesa Kaelira Vorthez, impecable y serena, tomaba asiento discretamente, con la elegancia que le confería su linaje y experiencia.

El rey, sentado en su trono elevado, observaba con atención los movimientos. Sabía que aquella reunión era más que política, era un campo minado de alianzas y traiciones por descubrir.

—Príncipe Almir —comenzó uno de los ministros con voz cortante—, ¿está seguro de que es digno de llevar la sombra que se le ha confiado? Algunos dudamos que un forastero pueda proteger el reino como se debe.

Un murmullo de aprobación acompañó la pregunta.

Almir no se inmutó. Su mirada destelló con determinación.

—No vine aquí para pedir permiso ni para ser juzgado —replicó con voz firme—. Vine para demostrar que soy capaz de proteger este reino, con o sin su confianza.

Los ministros callaron, algunos con el ceño fruncido, otros bajando la mirada. La sombra que lo rodeaba no era solo hechicería: era convicción. Aunque lo odiaran o dudaran de su sangre.... él había nacido para esto.

Y nadie podía negárselo.

Kaelira asintió levemente, apoyando con un susurro apenas audible:

—La fuerza no siempre está en quien grita más fuerte, sino en quien sabe cuándo callar y actuar.

El rey entrecerró los ojos, su expresión endurecida. No respondió de inmediato; se limitó a observar, como si intentara descifrar no solo las palabras, sino también las intenciones ocultas tras ellas.

—Interesante perspectiva —murmuró finalmente, su voz baja, afilada como un filo en reposo—. Aunque, a veces, callar puede confundirse con debilidad.

—Tal vez, pero lo curioso de los silencios es que suelen reinar cuando nadie se da cuenta —murmuró Kaelira, dejando entrever una sonrisa apenas visible.

El silencio que siguió fue espeso, incómodo. Nadie se atrevió a intervenir. Algunos fingían leer los documentos frente a ellos, otros jugaban con sus anillos o acomodaban sus capas con fingida indiferencia. Pero nadie osó contradecir ni al rey, ni la mujer que defendió su tierra con acero y astucia… ni al elegido por la sombra.

Uno de los nobles intentó cambiar de tema, mencionando asuntos diplomáticos con el Reino de Marelio, pero su voz se ahogó en la tensión que aún flotaba en la sala. Era como si una tormenta hubiera pasado, pero su eco siguiera retumbando en los muros.

El consejo continuó por unos minutos más, mecánico, frío, como si todos actuaran por inercia.

Al finalizar, mientras los nobles se dispersaban entre comentarios en voz baja y miradas furtivas, Almir se giró hacia la salida. Pero una voz conocida lo detuvo antes de dar el primer paso.

—Príncipe Almir, ¿puedo hablar con usted un momento? —preguntó Lirio, su voz temblorosa, llena de un cúmulo de emociones contenidas.

Almir se detuvo, giró el rostro hacia ella, y con un gesto sutil pero frío, dejó la pregunta flotando en el aire. El silencio que siguió fue tan incómodo como su respuesta no dicha.




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