El sonido del cuero y el metal acompañó la entrada de una pequeña comitiva. Todos en la carpa se giraron cuando un joven, envuelto en una capa celeste que ondeaba con la misma fuerza que el viento que azotaba fuera de la carpa, cruzó el umbral.
El muchacho caminaba con porte regio, aunque aún conservaba cierta juventud en los gestos. Su cabello platinado con destellos azulados brillaba bajo la luz de las runas, como si atrapara el reflejo del propio abismo. Sus ojos, de un rosado intenso y casi sobrenatural, hicieron que varios soldados murmurasen en voz baja.
Almir esperando a aquella persona, levantó la vista casi de inmediato y se quedó inmóvil.
Era como mirarse en un espejo torcido.
Él, con su cabello platinado puro y sus ojos rojos encendidos.
Jack, con la misma estampa, pero teñida de celeste y rosa.
El principe heredero de Marelio, y el hijo unico del rey enfermo.
Un murmullo se extendió por la sala.
—Se parecen…
—¿Por que el principe...?
—No puede ser… Acaso...
Jeremy entrecerró los ojos, pero no dijo nada. El silencio era tan pesado que solo se escuchaba el temblor lejano del abismo.
Almir fue el primero en moverse. Dio un paso al frente, midiendo cada movimiento del recién llegado.
Jack no retrocedió, tampoco dudó. Avanzó con calma, como si desde siempre hubiera sabido que se encontrarían en aquel lugar.
Frente a frente, ambos jóvenes alzaron la mano izquierda al mismo tiempo. La similitud arrancó un par de exclamaciones de sorpresa entre los presentes. El apretón fue firme, fuerte, lleno de esa energía que comparten los que están destinados a comandar codo a codo.
—Almir principe segundo de Etalón —se presentó el príncipe de cabello plateado.
—Jack principe heredero de Marelio —respondió el de capa celeste, con una media sonrisa.
No hubo más que decir. Se entendían. Sus miradas, fijas y encendidas, transmitían lo que otros tardarían horas en poner en palabras.
Finalmente, Almir habló con voz firme —El abismo no esperará sin hacer nada.
Jack asintió, su tono casi idéntico al de su aliado —Entonces entremos y terminemos con esto.
Los oficiales intercambiaron miradas nerviosas. Era como si hubiesen presenciado no un saludo, sino la unión de dos voluntades idénticas.
Jeremy, que observaba en silencio, murmuró apenas audible:
—La guerra acaba de cambiar…
Por que, no estaba decidido entrar a aquel lugar a menos que el Principe Jack aceptara, penso que costaria más el que aceptara. No espero que solo con un apreton de manos y unas miradas ya todo estuviera decidido
Afuera el rugido de las criaturas se alzó como un trueno cuando un grupo distinto emergió del abismo. No eran los demonios menores que habían estado trepando horas antes. Estos eran más grandes, más sólidos, con piel más oscura que parecía piedra y unas garras enormes que relucían como cuchillas de obsidiana. Sus ojos negros, carentes de pupila tal como predicaban las madres para hacer asustar a sus hijos y que hicieran caso. Mientras emitían un zumbido gutural que hacía vibrar los huesos de cualquiera que los escuchaba.
Kaelira dio un paso adelante, con su tigre rugiendo a su lado. Las runas del círculo protector temblaban. Si esas bestias lograban atravesar, no habria posibilidades que aquellos magos que estuvieron mucho tiempo sobrevivieran debido a su falta de mana.
—¡Retrocedan, yo me encargo! —gritó, alzando la espada y activando el flujo de su maná.
Los demonios cargaron al unísono, como una estampida. Sus garras cortaban el aire con un silbido escalofriante. Kaelira se impulsó, su cuerpo brillando con destellos de luz azulada, esquivando el primer golpe y contraatacando con precisión. Su tigre saltó sobre otro, hundiendo los colmillos en el cuello, pero la criatura apenas se estremeció, como si no sintiera dolor.
Kaelira cerró los ojos un instante y extendió la palma. Runas flotaron en el aire, girando en círculos como ruedas de fuego etéreo. Su cabello ondeó por la presión del maná, y su voz resonó con fuerza:
—¡Tempus Mortuum!
El suelo empezó a temblar. La energía se acumulaba, brillando entre sus manos queriendo hacer para el tiempo para aquellos que ya no se residian como un vivo o un muerto. Pero antes de que pudiera liberar el hechizo, un destello atravesó el campo de batalla.
Uno.
Dos.
Tres ataques consecutivos, veloces como relámpagos.
Los demonios quedaron paralizados un instante, y luego se desmoronaron, partidos en líneas limpias, como si una guadaña invisible los hubiera cortado. La sangre oscura manchó la tierra, evaporándose en humo pestilente.
Kaelira se quedó helada, su hechizo aún vibrando entre los dedos.
Frente a ella, de pie sobre la roca quebrada, había un muchacho. Su cabello negro con reflejos rojizos caía en mechones rebeldes, y sus ojos verdes, profundos como un bosque eterno, la miraban con calma. Su rostro era delicado, casi juvenil, pero en él había una firmeza extraña, una serenidad que no coincidía con la violencia de sus movimientos.
El chico bajó el arma, una espada de hoja curva, aún cargada de maná, y habló con voz tranquila, casi cortés.
—Perdón por la intromisión. Pero parecía que necesitaba una mano.
Kaelira lo observó con frialdad, todavía con el maná acumulado. No le gustaba que la salvaran, menos aún frente a los soldados y magos que la seguían. Su orgullo era algo heredado, no es que quisiera ser asi o decia las cosas por maldad. En el fondo estaba agradecida, por que seguro que viera gastado un 3% de mana el cual podria ser necesario en el futuro
—Podría haberlo manejado —respondió, bajando lentamente su mano.
El muchacho inclinó apenas la cabeza, con una sonrisa que no era burla, sino respeto hacia aquella chica.
—No lo dudo. Pero los demonios de rango medio no suelen aparecer tan rápido. Eso significa que el abismo está más agitado de lo que creíamos.