La corona de Las Sombras prohibidas

Cap 15. El tormento de una madre.

La noche había caído como cortina hacia todos los trabajadores de Etalón, la luna en el fino cielo estrellado brillaba con una intensidad penetrante.

Un rayo de luna caia sobre la ventana de la emperatriz que dormia intraquila en aquella habitación.

En su cabeza un sueño se presentaba, imágenes de aquel hijo que tanto añoraba se desplegaba ante ella como una cascada. Almir estaba luchando contra mostruos, envuelto en aquellas sombras que en un pasado lo devoraban, ahora lo protegian.

Pero de un momento a otro, cuando su hijo estaba a punto de ser herido, a su lado apareció su doble, aquellos ojos de rosado intenso que brillaban le recordaban su pasado. Unidos, como dos gotas bajando en una lluvia intensa, con movimientos tan coordinados como si lo hubieran practicado millas de veces.

El paisaje era el de un abismo interminable, rugiente y oscuro, pero en los ojos de sus hijos había luz. Una luz que ningún demonio podría apagar.

Thea despertó sobresaltada, con el corazón palpitando contra su pecho. Se incorporó lentamente, cubriéndose con el manto bordado en hilos dorados que llevaba siempre en sus noches de vigilia, había sido un regalo que su hijo le hizo a sus tres años cuando se entero de sus dones. Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas sin que ella tratara de detenerlas.

—Almir… mi niño… —susurró, su voz temblando como si hablara con un fantasma— Ya no estás solo. Jack está contigo ahora...

Se levantó y caminó descalza hasta la mesa de mármol donde reposaba un jarrón con rosas blancas. Aquellas flores, cultivadas en secreto por ella misma, eran el único símbolo de pureza dentro de su encierro. Con manos temblorosas acarició los pétalos.

—Lo vieron? —les hablaron como si fueran confidentes vivos— ¿Vieron como ellos se cuidaban el uno al otro?

El rostro marchito de la emperatriz se ilumina después de mucho tiempo. No era un sueño ni una pesadilla, era una visión que los dioses le habían regalado, un eco que la misma sangre enviaba.

Cerró los ojos, permitiéndose sonreír entre lágrimas. Era un instante fugaz, pero tan real que la llenaba de esperanza. Por primera vez desde hacía años, el miedo que la consumía pasó a una certeza: su hijo estaba vivo, y luchaba junto a un hermano que jamás lo abandonaría.

La noche paso con la felicidad de una madre, el odio de un hermano y el cansancio de un rey.

Jardín de rosas del emperador - Rosenhearth.

Un lugar apartado del emperador, aquel que la emperatriz se había convertido en su refugio. El aire estaba impregnado de perfume dulce, las flores de todos los tonos crecían ordenadas en hileras y arcos, formando muros vivos, y una calma delicada parecía proteger el lugar del resto del mundo.

La emperatriz paseaba lentamente entre los rosales, sus dedos rozando las espinas sin miedo, como si la punzada de dolor físico fuese menos cruel que el de su corazón. El eco del sueño aún vibraba en ella, y en secreto, su suave sonrisa permanecía oculta de la maldad del mundo.

Pero aquel instante de paz se quebró con un aplauso lento y burlón.

—Qué conmovedor… —dijo una voz cargada de ironía.

Dio la vuelta dejando caer el ramo de flores que había recogido antes debido a la sorpresa, Malrik se encontró de pie mirandola fijamente.

Su primogenito, aquel niño que nació entre odio, aquel que ella había querido proteger de la oscuridad pero que no había logrado.

Malrik crecio siendo el favorito del emperador y su puerta regio contrastaba con la sombra cruel de sus ojos dorados, que brillaban como la luz del sol que atravesaba el techo del jardín.

—Otra vez hablando con flores, madre? —preguntó con una sonrisa torcida— ¿O acaso soñaste con tu otro “hijo”? Ese bastardo que esta condenado a perecer en el abismo.

Habia obtenido parte de su poder, pero contrario a ella, la tenia la suerte de adivinar las cosas tan rapido que sorprende.

El corazón de la emperatriz se encogió. Apretó las manos sobre su manto, pero mantuvo la compostura.
—No hables así de tu hermano, Malrik.

Él río, con un susurro venenoso— ¿Hermano? ¿De verdad sigues con esa farsa? Él no sobrevivirá. —Dio pasos lentos hacia ella como un pichon hacia su madre, pero si no sabias pensabas que era un momento tierno entre un hijo y su madre, ignorando las cuchillas en aquellas sombras— Ese niño que tanto adoras no es más que un peón arrojado a la oscuridad. Y tú... tú sigues esperando como una tonta en este jardín, creyendo que lo volverás a ver.

—Padre lo sabia —continuó, susurrando como si se deleitara con cada palabra—. El abismo no perdona. Y cuando llegue la noticia de su muerte, quiero estar presente para ver cómo se quiebra tu adorable fe.

Las espinas de un rosal cercano rozaron la mano de la emperatriz, hiriéndola. La gota de sangre cayó sobre un pétalo blanco, tiñéndolo de rojo. Visto por Malrik, se contuvo para sostener la mano de su madre y un brillo de dolor tiño sus ojos.

—Vete, Malrik. —Su voz dolida le dio un pinchazo en el corazón.

El príncipe inclinó la cabeza con fingida cortesía, aunque sus labios seguían curvados en burla. Y el dolor se ocultaba más en el fondo—Claro, madre. Disfruta de tus flores… antes de que todas marchiten con tu esperanza.

—Mi esperanza nunca se apagará. Y siempre esperare a que vuelvas conmigo, pequeño sol.

—Rosenhearth no es de tu propiedad madre.

Sin esperar respuesta, empujó ligeramente la puerta, invitandola a salir. Sus ojos dorados brillaban con "diversión" ante la resignación de su madre. La emperatriz lo miró un instante, con el rostro sereno pero los labios apretados, con un giro Thea salio de aquella habitacion, una vez sola cerro los ojos con fuerza. El dolor de la herida en su mano era nada comparado con el de su corazón. Pero aún así, presionó el puño ensangrentado sobre su pecho. Porque pese a la burla de su hijo, ella no dejaría que su esperanza muriera.




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