La corona de Las Sombras prohibidas

Cap 16. Lo que se oculta bajo una corona

En los pasillos resonaban los pasos lentos de Malrik, hacia el salon principal, con el peso en su conciencia atormentandolo. No había arrogancia en su andar, sino un dejo de soledad mal disimulada, la herida invisible de aquellas palabras causaron en el jardín, cuando su madre lo había mirado con esa frialdad y dulzura.

—Principe Malrik—

Al girar la mio. Lirio avanzaba hacia él con un vestido elegante, de tonos profundos que resaltaban el brillo de su piel. Su caminar era firme, pero en sus labios llevaba dibujada una serenidad ensayada, como si hubiera practicado ese gesto frente a un espejo. Y sus ojos violetas llenos de inocencia guardada.

—Príncipe Malrik —dijo con una leve inclinación de cabeza, la voz melódica, casi tranquilizadora—. He escuchado noticias del abismo. Debe de ser duro para usted… saber que su hermano está allá abajo.

El dorado de sus ojos se afiló. Malrik ladeó apenas la cabeza, sin responder de inmediato. Ella, en cambio, avanzó con la suavidad de quien finge no conocer la grieta invisible que divide a los dos principes.

—Sé que Almir… puede parecer frágil —prosiguió, con un tono entre compasivo y reflexivo—. Pero estoy segura de que encontrará fuerzas, de algún modo como siempre lo a echo. Usted no debería preocuparse demasiado. Estoy convencida de que la sangre real no se extingue tan fácilmente.

La dulzura de esas palabras habría parecido inocente a oídos ajenos. Pero para Malrik… había algo venenoso en la manera en que ese nombre, el de Almir, se deslizaba en sus labios. Lo decía con demaciada confianza, con mucho valor.

Una sonrisa ladeada, divertida, se formó en su rostro. Dio un paso, luego otro, rodeándola con la calma de un depredador que estudia a su presa.

—Lady Lirio Virelle. Hablas mucho de él… —murmuró, inclinándose apenas hacia su oído—. Como si te importara más de lo que debería. —La sutil amenaza al final se derramo como cera al lagrimear.

Lirio no se movió. Sus ojos brillaron con esa falsa inocencia que tan bien sabía demostrar.

—Solo me preocupa la familia real. Etalón no podría permitirse perder a un príncipe… —respondió, dejando caer las palabras en como un copo en una noche nevada. su susurro fue frajil pero peligroso. —Y menos a el.

En el pecho de Malrik algo se tensó, un pellizco diminuto pero doloroso. Celos. Celos retorcidos. Esa sensación de que incluso allí, en un simple pasillo, la sombra de Almir lo seguía robando todo: miradas, atenciones, palabras.

La observó en silencio, antes de sonreír.

—Si mi querido hermano no sobrevive… —dijo despacio, deleitándose con cada sílaba—, entonces, Lady Lirio… quizá el destino al fin repare su error. Después de todo, tú eras su casi prometida. Y nada me impediría tomar algo que él dejó atrás.

Las palabras quedaron flotando, densas, como una promesa irromplible.

Lirio bajó la mirada apenas mientras el sonrojo pintaba sus mejillas, aunque en el fondo, detrás de aquella máscara de doncella virtuosa, su mente danzaba de satisfacción al lograr lo prometido.

Malrik se alejó apenas solto su veneno, y se marcho sin mirar atrás.

Ella... sonrió.

Horas más tarde, el palacio se habia vuelto un caos completo.

El gran salón, lleno con tapices dorados y mesas repletas de manjares que los sirvientes tuvieron que hacer con el tiempo en contra, vibraba con un murmullo inquieto. El banquete real sorpresa, que debía ser un despliegue de lujo y solemnidad ante las familias más importantes del imperio, se había transformado en un escenario de terror.

El Emperador de Etalón, sentado en el trono principal con su sonrisa iluminadora, perdió de repente el control sobre sus poderes. Una oleada asesina, abrasadora y desbordante, brotó de su cuerpo como si el mismo abismo hubiera encontrado una grieta dentro de él. Vasijas estallaron, las paredes temblaron, todos quedaron el el suelo con los gritos ahogados de los nobles.

—¡Su Majestad! —gritaron varios generales, sin atreverse a acercarse y atacar a su señor.

La oscuridad arrancaba trozos del mármol, y los soldados de la guardia no sabían si correr o interponerse. Nadie podía detenerlo. Nadie… excepto ella.

La Santa Emperatriz, que hasta entonces había permanecido como un adorno silencioso en la mesa imperial, se puso de pie con calma imponente. Sus ojos, cargados de determinación, se iluminaron con la fuerza que había decidido ocultar por años y aquella sonrisa de muñeca no se quebraba ni por un segundo.

Alzó una mano, y el aire se llenó de runas incandescentes. Un círculo mágico cristalino emergió bajo sus pies y se expandió como una onda protectora que cubrió el salón y a cada uno, sanandolos y protegiendolos.

—¡Atrás! —ordenó con voz firme, mientras el domo mágico repelía la oleada oscura.

Por primera vez desde que había llegado al palacio, todos vieron quién era realmente: una maga demaciado poderosa. Una mujer que alguna vez había sido reconocida como una de los más importantes secretos de Marelio.

El silencio se quebró en un coro de jadeos sorprendidos, murmullos que se propagaron como fuego

"La emperatriz… es una maga…"

Cuando el poder del emperador finalmente se disipó y él recuperó el control, su rostro estaba desencajado. No por la pérdida momentánea, sino porque la mirada de todos había cambiado: en esos ojos había admiración, respeto… y sobre todo, preguntas que nunca deberían hacerse.

El silencio se quebró con su voz, helada y cargada de furia:

—LLeven a la Emperariz a descanzar.

Los guardias que aún tamblaban, no dudaron en seguir sus ordenes-

y asi, la Sagrada Emperatriz fue sacada del salón como si fuese una criminal.

Aquella demostración de poder que había salvado a los nobles se transformó en su condena.

El Emperador no podía permitir que su resplandor eclipsara el suyo. Y tampoco podia darse el lujo de perderla. Sus cadenas eran su sangre, y estas se enconraban en sus manos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.