Bruselas, Bélgica.
12:03 p.m. (hora local)
En una sala privada del Parlamento Europeo, Alexandre de León cerró su carpeta con el sello del Comité de Relaciones Internacionales. Su rostro, impecablemente sereno, apenas mostraba reacción ante la noticia que acababa de recibir.
—La chica lo dijo en vivo. Ofreció pagar toda la deuda caribeña a cambio de fundar un nuevo país. Una monarquía, además. —dijo uno de los asesores.
Alexandre giró lentamente la cabeza hacia la ventana. El cielo de Bruselas estaba gris, pero en su mente brillaba una tormenta.
Había conocido a Arielys Navarro cinco años atrás, en una cumbre de tecnología en Ginebra. Ella era un fenómeno. Él, un joven diplomático con demasiados secretos. Desde entonces, había seguido sus pasos como un estratega que estudia al único adversario que no desea destruir.
—Prepárenme un vuelo al Caribe. Nadie debe saberlo. —ordenó.
—¿Con qué propósito, señor?
Alexandre se limitó a sonreír.
—Voy a ofrecerle mi espada… o detenerla antes de que incendie el hemisferio.
Horas más tarde, mientras sobrevolaba el Atlántico en un jet privado, revisaba los primeros borradores del "Proyecto Reino del Caribe Unido". Lo que Arielys proponía no era descabellado. Era brillante. Radical. Y totalmente disruptivo para el orden internacional.
En su maletín llevaba más que informes: llevaba una oferta secreta del viejo continente. Europa no estaba dispuesta a perder influencia sin luchar.
Pero Alexandre tampoco estaba dispuesto a dejarla sola. Había algo en Arielys que lo retenía, como si el destino le susurrara que ese reino aún no escrito… lo necesitaba a él también.
—Arielys… ¿serás la reina que salve al Caribe o la chispa que lo devore todo? —susurró al cielo estrellado desde la ventanilla.
Mientras tanto, en el Caribe, las primeras protestas comenzaban a brotar.
Y con ellas… el nacimiento de una revolución coronada.