La corona del corazón

La Tentación Prohibida

Elara había pasado la mañana intentando ignorar el palpitar constante en su pecho, pero no podía. Cada mirada de Kael la hacía sentir como si sus propios latidos se confabularan con los de él, y cada gesto de Dorian le recordaba que su deber no podía ignorarse.

Ese atardecer, mientras paseaba por el corredor de los espejos antiguos, Kael apareció de repente frente a ella. Sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de preocupación y algo más, algo que la hacía sentir débil ante su sola presencia.

—Princesa —dijo él, bajando la voz—. No podéis seguir caminando sola por los pasillos. No ahora.

—No estoy sola —respondió Elara, intentando sonar firme, aunque su corazón no cooperaba.

Kael dio un paso más cerca, y la distancia entre ambos desapareció casi por completo. Por un momento, el mundo entero pareció detenerse: ni el palacio, ni la corte, ni Dorian. Solo ellos dos, respirando al unísono, con los latidos resonando como un tambor invisible.

—Kael… —susurró Elara—. Esto… esto es prohibido.

—Lo sé —dijo él, con la voz cargada de tensión—. Pero no puedo ignorarlo. Y tampoco vos deberíais.

Sus manos se rozaron de manera accidental… o quizás no tan accidental. El contacto fue eléctrico, como si la magia de la corona respondiera a la chispa que surgía entre ambos. Elara cerró los ojos, tratando de contener la emoción que amenazaba con desbordarse.

En ese instante, apareció Dorian en el pasillo, con esa sonrisa perfecta que siempre lograba perturbarla. Su presencia parecía llenar la habitación con un aura de control y poder.

—Princesa Elara —dijo, inclinándose ligeramente—. Espero que no os hayáis perdido mis nuevas ideas para el reino.

Elara dio un paso atrás, rompiendo el momento con Kael. El corazón le dolía, dividido entre el deseo y la obligación. Kael la miró con intensidad, pero guardó silencio, dejando que Dorian ocupara el espacio con su encanto venenoso.

Mientras el príncipe hablaba de alianzas y poder, Elara comprendió algo vital: la tentación no solo venía de Kael, sino de la elección que debía hacer entre el deber impuesto y el corazón que latía con fuerza por alguien prohibido.

Y en lo más profundo de su pecho, la corona vibraba, como si aprobara la lucha que recién comenzaba.




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