La corona del corazón

El Hechizo Roto

Elara estaba en sus aposentos, sentada frente al espejo, intentando que su reflejo le devolviera la calma que su corazón no encontraba. Sus dedos jugaban inconscientemente con el relicario de la corona, que parecía latir con un pulso propio.

De repente, la puerta se abrió sin aviso. Dorian entró, con su sonrisa impecable, pero esta vez había un brillo extraño en sus ojos claros, casi hipnótico.

—Princesa —dijo, avanzando unos pasos—. He notado que últimamente vuestro ánimo fluctúa… no podéis resistiros al poder de la corona para sentir lo que os conviene.

Elara retrocedió, su corazón golpeando en su pecho. Había oído rumores sobre las habilidades de Dorian, pero jamás creyó que intentaría usar la magia tan directamente.

—¡No te atrevas! —exclamó—. No puedo… no debo…

Pero antes de que pudiera terminar, Dorian levantó la mano y una luz dorada se filtró por sus dedos. El aire se llenó de un zumbido sutil, y Elara sintió como si una fuerza invisible tirara de sus emociones, intentando doblegar su voluntad.

Fue entonces cuando la corona, diminuta pero viva en su relicario, comenzó a brillar. Un latido profundo resonó en su pecho y pareció unirse con el suyo propio, devolviéndole fuerza.

—¡No! —gritó Elara, con un coraje que sorprendió hasta a Kael, que apareció en el momento justo, derribando la puerta con un golpe de su puño—. ¡No puedes controlarme!

Dorian retrocedió apenas un instante, sorprendido por la resistencia de la princesa. Kael se colocó junto a ella, la mano sobre su hombro, y sus ojos se encontraron. En ese instante, el latido de la corona y sus corazones vibraron al mismo ritmo, bloqueando la influencia de Dorian.

—Vuestra magia no puede doblegar lo que es verdadero —dijo Kael, firme, mientras la luz de la corona se intensificaba y parecía envolverlos—. Solo quien tiene un corazón sincero puede mantenerlo intacto.

Dorian, con una sonrisa fría, se retiró hacia la puerta, pero sus palabras resonaron en la habitación:
—Esto no ha terminado, princesa… ni para vos, ni para vuestro guardián.

Elara, todavía temblando, sostuvo el relicario con fuerza. Su corazón latía al ritmo de Kael, y por primera vez supo que no solo se estaba defendiendo de un príncipe manipulador… sino que la lucha por su propio corazón había comenzado.




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