La corona del corazón

El Secreto de Kael

La oscuridad del corredor oculto los envolvía, pero Kael guiaba a Elara con pasos seguros. Sus manos se rozaban de vez en cuando, recordándole que no estaban solos en aquella lucha.

—Princesa —dijo Kael, con voz grave—. Hay algo que debéis saber antes de enfrentar a Dorian. Algo que no os conté antes porque temía que… —hizo una pausa— …que os pusiera en peligro.

Elara lo miró, con el corazón latiendo acelerado. —Kael… confío en vos. Decidme.

Kael respiró hondo y, por primera vez, sus ojos reflejaron una vulnerabilidad que nunca había mostrado.
—No soy solo vuestro guardián —dijo—. Mi linaje está ligado a la Corona del Corazón desde hace generaciones. Fue mi deber protegerla y… asegurar que jamás caiga en manos equivocadas.

Elara lo miró con sorpresa y algo de miedo.
—¿Eso significa que… tú también podés sentirla?

—Sí —asintió Kael—. La corona reconoce la verdad en los corazones. Por eso he estado cerca de vos, y por eso puedo ayudaros a resistir a Dorian. Pero también significa que si la corona percibe dudas o mentiras, nadie podrá detenerla.

Elara sintió cómo un escalofrío recorría su espalda. Todo encajaba: la forma en que Kael la protegía, la intensidad de su presencia, incluso aquel latido que había sentido junto a él.

—Entonces… todo este tiempo… —susurró—. Vos y yo… —trató de explicar, pero las palabras se le quedaron cortas.

—Sí —dijo Kael, suavizando su voz—. Lo que sentimos no es solo deseo. Es la corona reconociendo que nuestros corazones están destinados a luchar juntos por la verdad y por el amor.

Elara respiró profundo, dejando que sus manos se unieran más firmemente a las de él. Por primera vez, sintió que no solo estaban unidos por sentimientos prohibidos, sino por un destino que los envolvía: la corona, el reino y sus propios corazones.

—Entonces, Kael… vamos a detener a Dorian —dijo con firmeza, con una luz renovada en sus ojos—. No permitiré que controle nada ni a nadie.

Kael asintió.
—Juntos, Alteza. Por la corona, por el reino… y por nuestros corazones.

En ese instante, la luz del relicario vibró suavemente, como un latido compartido entre ambos. Era un aviso y una promesa: el enfrentamiento final se acercaba, y solo juntos podrían prevalecer.




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