El amanecer iluminaba el palacio de Veyrath con una luz suave, como si el reino mismo respirara aliviado tras la tormenta de la noche anterior. La batalla mágica había terminado, y aunque Dorian aún planeaba su regreso, su hechizo había sido roto. La corona ahora latía en calma, como si reconociera la sinceridad y valentía de Elara y Kael.
Elara se encontraba en los jardines, con el relicario brillante en su pecho. Kael estaba a su lado, firme, protector, y por primera vez podían disfrutar de un instante de paz sin la sombra de Dorian.
—Lo logramos —dijo Elara, dejando escapar un suspiro de alivio—. No pensé que la corona reaccionaría tan rápido a nuestra unión.
Kael sonrió suavemente, tomando su mano entre las suyas.
—No solo nuestra unión, Alteza. Nuestro corazón. Esa es la verdadera fuerza de la corona. Nadie puede someter lo que es sincero y valiente.
Elara lo miró a los ojos, y por un momento el mundo entero desapareció. Los problemas del reino, la boda arreglada, Dorian… todo era irrelevante frente a la verdad de sus sentimientos.
—Kael… —susurró, apoyando su frente contra la de él—. Prométeme que siempre protegeremos esto. Nuestro amor, la corona, y nuestro reino.
—Lo prometo —respondió Kael con solemnidad, y sus labios rozaron suavemente los de ella en un gesto que selló su juramento—. Siempre juntos.
El relicario vibró suavemente, como un corazón que late en paz. La corona había elegido correctamente: no el poder, ni la ambición, sino la sinceridad, la valentía y el amor verdadero.
En lo alto, los cielos parecían celebrarlo. La luz del sol tocaba cada torre del palacio, reflejando un brillo dorado sobre los jardines y sobre los dos corazones que, unidos, habían cambiado su destino.
Elara sonrió, sabiendo que el camino aún tendría desafíos, pero también que nunca estaría sola. Junto a Kael, había descubierto algo más fuerte que cualquier hechizo: el poder de un corazón que ama con libertad.