–¿No dan escalofríos esas palabras? ¡Una persona que con solo el hecho de nacer pueda hacer caer un reino entero! Como reina, obviamente no puedo dejar que eso pase dije Zyadeít.
–Sí, es muy escalofriante... Aunque, ¿sabe, vuestra merced Zyadeít? Si yo estuviese en su lugar, probablemente habría querido estar muerta –dijo Káeli.
–Tal vez... es un destino cruel el de la joven hija de esos dos reyes, tiene que vivir con la desgracia de la maldición de la Gran Bruja y además tiene que esconderse porque podrían matarla por querer destruir un reino. Yo la verdad también me habría dejado matar en su lugar, eso no suena a una linda vida –responde Zyadeít.
–No, no lo es
–En fin, cambiando de tema... ¿Adónde os dirigís ahora? –preguntó Zyadeít.
–Estamos camino al norte de esta península, queremos encontrar trabajo en algún lugar un poco menos saturado de migrantes que este puerto –respondió Káeli.
–Comprensible. ¿Likán, conoces algún lugar al que podrían ir?
–Quizá podrían ir a un lugar, se llama «Poli de Emeralda», es una hermosa ciudad y tiene pocos migrantes de momento; podríais buscar mezclarse.
–Creo haber oído de esa ciudad, ¿podrían decirnos hacia dónde está? –preguntó Lyontari.
–Podríamos hacerlo, pero si queréis, también podríamos llevaros allá –responde Zyadeít.
–⸘De verdad‽ –los ojos de Káeli se abrieron. –¿Pero por qué alguien como vuestra merced nos ayudaría de esa manera?
–Casi los matamos por error, es lo menos que puedo hacer por vosotros, ¿no creéis?
–Pero creo que sería demasiado, ya hemos abusado un poco de su hospitalidad y... –estaba diciendo Káeli, pero fue interrumpida por Zyadeít.
–Dejadme hacer esto por vosotros; de paso podré visitar el observatorio de esa ciudad, extraño mucho ver las estrellas con la calidad que hay ahí.
–¡Káeli, ya cállate y acepta por favor, no quiero ir más en esa carreta horrible! –pensaba Lyontari desesperado a causa de la "culpa" que sentía Káeli.
–Bueno... Me parece bien, muchísimas gracias, vuestra merced.
–Es un gusto. Mañana podríamos salir si así lo queréis.
–Cuando sea que desee salir estaremos conformes, vuestra merced. Tómese su tiempo.
–Muy bien, entonces saldremos mañana. Likán se encargará de preparar la carroza para salir.
–Vuestra merced, ¿por qué debo hacerlo yo? Soy su caballero, no su sirviente –preguntó Likán.
–No tenemos personal cerca y yo no lo haré –respondió Zyadeít.
–Muy bien, como ordene.
Todos en la habitación habrían terminado el té, por lo que Zyadeít subió junto a Lyontari y Káeli para guiarlos a sus recámaras.
–Una duda, vosotros no sois novios, ¿o sí? –preguntó Zyadeít.
–¡Claro que no! –respondieron Lyontari y Káeli.
–Solo quería estar segura de que no quisiesen compartir cuarto, aunque todo este tiempo han estado durmiendo juntos en esa carreta, ¿no? –preguntó Zyadeít.
–Sí, pero no hace falta –dijeron Lyontari y Káeli ruborizados.
Ambos se fueron a dormir en habitaciones vecinas, yendo a dormir ambos después de tan agotador día.
–Buenas noches –dijo Lyontari desde el otro cuarto, sin saber si su voz atravesaría la pared.
Las pupilas en ese momento de Káeli se dilataron un poco.
–Buenas noches –respondió con una sonrisa en su rostro.
Zyadeít se encontraba caminando por ahí, hasta encontrarse con Likán.
–¿Vuestra merced, está realmente segura de esto?
–Por supuesto, si nos ganamos su confianza podremos saber con certeza si realmente son ellos o no, aunque solo necesitamos muerta a la chica –se acercó hacia una ventana. –Además, en serio quiero ir a ver las estrellas.
–Vuestra merced siempre ha amado el espacio exterior, ¿no es cierto?
–Por supuesto que sí, es un mar lleno de posibilidades que quizás algún día seamos capaces de alcanzar.
Ella había volteado fijado su mirada a través de la ventana por donde se asomaba la Luna.
–Nuestra tecnología siempre ha sido potenciada por nuestra magia, por eso es casi imposible crear un vehículo capaz de llegar a la Luna siquiera, cualquier persona se cansaría a mitad de camino –dijo Zyadeít mientras admiraba la belleza celeste. –Pero creo firmemente que, si logramos explotar los recursos de nuestro planeta, quizás podríamos llegar y volver sanos y salvos.
–Me encanta cuando se pone así de soñadora, parece una niña pequeña llena de sueños cada que habla del espacio –pensaba Likán.
Zyadeít apartó la vista por un momento de la ventana. –Lo siento, creo que comencé nuevamente a divagar sobre el cosmos.
–Vuestra merced no tiene de qué avergonzarse, es un sueño bastante admirable.
Él se acercó también hacia la ventana y mientras miraba el fulgor de la Luna, recordó una historia de su infancia.
–Cuando era niño, mis padres me contaban que la Luna realmente estaba hecha de jade, un jade blanquecino que era capaz de reflejar la luz del sol.
–Los cuentos sinceramente no me interesan, son muy infantiles.
–Quizás, pero no creo que sean malos del todo. Hace algunos años se pudo descubrir que la Luna brilla por reflejar la luz de Rigel, así que no creo que estuviesen tan equívoca la historia.
–Sí, pero... ¿sabes? Ya no confío mucho en historias o leyendas, ni siquiera en la magia del todo.
–¿Entonces en qué confía?
–La ciencia.
–No lo sé, la magia siempre nos ha sido útil y esa ciencia para lo único que sirve, es para que los "grises" puedan trabajar.
–¿Pero acaso no has visto todo lo que ellos han logrado? Han creado sistemas de riego, domesticado plantas y animales, incluso los muchos cazadores de dragones han salido de ahí. No creo que el problema sea confiar en la magia en sí, sino que subestimas demasiado en la ciencia por ella.
–Gracias a la magia estamos aquí: En un mundo lleno de creaturas mágicas y mortales no sé hasta donde hubiésemos llegado; creo que tiene su mérito que confíe más en ella.