La Coroneta

28. Desquite

Likán regresó como pudo a su casa, devastado con el acontecimiento se recostó sobre su cama y observó durante horas el techo. Postrado en la cama se preguntaba qué era lo que había hecho mal, su mente aún entorpecida por lo que sea que haya tenido esa nieve no era capaz de razonar de manera adecuada.

Algo era cierto, aquella noche la pasó terriblemente mal mientras pensamientos intrusivos se apoderaban de él y sufría por el resentimiento, odio y despecho junto a náuseas; entre lágrimas finalmente fue que se quedó dormido.

A la mañana siguiente Likán se levantó junto al Sol que lo golpeó en la cara atravesando los rayos su ventana. Era muy tarde, así que tuvo que prepararse como pudo para llegar lo más rápido posible al pueblo nuevamente. Aquel día ni siquiera se bañó, lo cual era raro siendo que ya casi estaban a mediados del verano.

Ya cambiado se montó en su caballo y salió corriendo, debía apurarse pues a esa hora ya la gente empezaría a despertarse y a salir a trabajar.

Likán ya podía ver que varias carretas jaladas por caballos estaban por toda la avenida, el tráfico lo iba a hacer demorar mucho, por lo que intentó rebasar como pudo. Él sabía que debía llegar pronto, ya que la ciudad estaba plagada de vigilantes que obviamente le avisarían a su jefe Infinidá que había llegado tarde.

Likán en su desesperación hace que su caballo se levanté y flote, había activado un hechizo de antigravedad con el que libró gran parte de las calles llenas de gente y cayó cerca de las afueras donde dejó caer su caballo suavemente. Ahora sin estorbos, su caballo galopó sin problemas activando su magia de dejándolo correr a gran velocidad.

Por su parte, Káeli y Lyontari se encontraban durmiendo en el kiosco del poblito, Káeli estaba dormida en el pecho de Lyontari; él se despertó primero y le acarició la cara a su amada quien se empezó a despertar lentamente, Lyontari la vio tan hermosa como siempre, aunque notaba la ausencia de sus anteojos, ya que a ella le costaba mucho ahora mirarlo y forzaba la vista.

Lyontari se acercó a ella y la besó mientras cerraban los ojos, después de un tiempo se separaron y ahí él pudo admirar sus preciosos ojos como uvas entre sus ojos entrecerrados.

Todo iba tan bien, pero tenían que levantarse; Káeli quería buscar un trabajo y sacar a su amado de una buena vez de las calles, realmente le dolía verlo así; ambos mutuos amorferres se levantaron y comenzaron a buscar un trabajo. Lo cierto era obvio, el pueblo era tan pequeño y tan poco denso, que no había ningún tipo de trabajo disponible, por lo que tenían que volver a migrar a una ciudad, diferente a la capital de la Penínsulam de Jadeít evidentemente, o tenían que seguir los pasos de delincuencia de Lyontari los últimos años de su vida.

Káeli no poseía ningún tipo de moneda o tipo de cambio para adquirir algo de comida, pero al parecer Lyontari había "ganado" algo durante la ausencia de Káeli, a Káeli le dio repudio, pero admitió que mientras no supiese hacer una moneda del Reino del Metal no podría replicarla, así que con unas pocas monedas compró un bolso junto con un pote para guardar después agua; lo compró todo en un bazar que había por el pueblo y después unas cuantas lichis y pitahayas, más que nada porque era temporada de estas frutas y era de lo poco que había, probablemente habían campos de cultivo en algún lado.

Káeli terminó sus compras y se reencontró con Lyontari, fue sola ya que al ser un pueblo tan pequeño los chismes de que algún ladrón andaba en el pueblo no se harían esperar, incluso en las ciudades Lyontari fue identificado rápidamente, ¿qué se podía esperar de un pueblo donde la mitad es pariente de su vecino?

Ambos se dirigieron a la salida del pueblo, iba hacia a un bosque atravesado por un camino sin plantas con rocas y medianamente aplanado.

Por su parte, por un camino alterno, Likán había llegado al pueblo, se bajó del caballo y comenzó a verificar la zona. Todo parecía ir normal, pero al poco rato, una doña de edad ya algo avanzada se acercó temerosa.

–Disculpe, joven. No quisiera molestarlo ni nada, ¿pero podría hacerle un encargo?– Le preguntó la doña a Likán.

Likán inicialmente pensó en negarse, pero pensó, ¿qué favor podría encargar una señora tan vieja? De seguro que podía acabarlo rápidamente.

–Claro, doña, ¿qué era lo que necesitaba?– Le preguntó Likán.

–Yo sé que está con esa gente que cuida del pueblo y por eso toman lo que quieran de los campos, pero hace poco ha habido un ladronzuelo que robó ayer a mucha gente...– Respondió la señora.

Likán no estaba seguro qué tenía que ver eso con su encargo.

–Discúlpeme, doña, pero no entiendo esto qué tiene que ver con el encargo que me quiere dar.– Le dijo Likán a la doña.

–O sea, lo que quiero decir es que si puede encargarse de él... Si no es mucha molestia...– Le dijo la señora.

Likán se quedó confundido inicialmente ante su petición, pero después de unos segundos recordó el lugar que desempeñaba ahora. Ya había oído tiempo atrás el cómo varios cárteles se apoderaban de pueblos con la excusa de cuidarlos y controlar el crimen, un mal por otro mal.

Le costaba mucho el pensar en matar a alguien, incluso si estaba trabajando de esta manera que tanto detestaba en el fondo; si había intentado matar a Káeli tiene más que ver con el hecho que era parte de su trabajo y misión proteger a Jadeít, su majesta. Si confusa moral le impedía tomar el encargado.

–Disculpe, señora, pero no creo poder tomar su encargo, aunque déjeme lo consulto con algún superior a ver qué puedo hacer.– Likán estaba a punto de darse la vuelta cuando pensó en una simple y sencilla solución. –No necesariamente tengo que matarlo, con que lo lleve a la cárcel será más que suficiente... Solo tengo que atraparlo.– Likán pensó y se dio la media vuelta en dirección a la señora. –Aunque, ¿sabe? Pensándolo mejor creo que sí, ¿sabe dónde podría encontrarlo y más o menos cómo es?– Le preguntó Likán.



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En el texto hay: viajes en el tiempo, romance, altafantasia

Editado: 28.11.2024

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