Káeli y Lyontari continuaron su camino; con el dinero que consiguieron pudieron conseguir un poco de comida, especialmente carne, ya que la fruta y cualquier planta era extremadamente cara. Lyontari no podía creerse que el precio de una fruta como la guayaba estaba tres veces más cara aquí, que incluso en las zonas desérticas de su país. Entre las carnes que consiguieron estaban embutidos como jamón y mortadela.
Caminando en busca de hospedaje, Káeli encontró un templo dedicado durmieron en un templo de la ciudad que tenía una gran estatua en el centro del patio que no pudieron saber de quién era; el sacerdote que atendía el lugar fue muy amable con ambas personas.
La noche la pasaron abrazados uno con el otro y esta vez sí que lo necesitaban, la noche fue extremamente fría. Lyontari no paraba de temblar después de que el Sol cayó. Se aproximaba el otoño y en un lugar tan gélido no era buena señal.
A la mañana siguiente Lyontari salió tan solo para que el Sol le pegase en la cara, pero allá afuera con o sin Sol, hacía mucho más frío, por lo que rápidamente entró de nuevo.
–¿Cómo es posible que haga tanto frío? ¡Es verano!– Respondió Lyontari.
–Estás en una zona cercana a los polos, ¿qué esperabas? Hará más frío en las ciudades a las que vamos.– Respondió Káeli quien estaba limpiando sus lentes que se habían empañado con tan solo su respiración.
–¿Estás segura que fue correcto venir aquí?– Le preguntó Lyontari dudoso de la decisión de su compañera.
–No lo sé…, pero ¿no habías dicho que confiabas en mí?– Preguntó Káeli refiriéndose a lo que había dicho el día anterior.
–Pero por supuesto que sí, solo que quizás este no es el ambiente más adecuado para mí.– Responde Lyontari.
–Sí, lo entiendo…, pero tranquilo; saldremos adelante. Ahora que tenemos dinero y ha pasado la primera noche estoy segura de que lo lograremos.– Responde Káeli mientras le sonríe intentando animarlo.
–Sí, tienes razón. ¿A qué hora crees que sea mejor salir?– Le preguntó Lyontari.
–Pues… El día empezará a dar calor un poco más tarde, quizás lo mejor sería que nos fuésemos yendo como pudiésemos desde ahora, ya que la otra ciudad está muy lejos y quisiese alcanzar algún tren.– Respondió Káeli.
–¿Y no nos moriremos de frío ahí?– Preguntó Lyontari al recordar la estructura del tren que habían tomado hace muchos días.
–No exactamente, si vamos cerca del vagón de enfrente no, recuerda que funciona con carbón.– Le respondió Káeli.
–¿Eso no significa que mucha gente intentará quedarse con un lugar allí?– Le preguntó Lyontari previniéndola.
–Sí, por eso digo que debemos llegar temprano. Vamos, andando.– Dijo Káeli que ya había previsto eso.
Káeli abrió las puertas del templo y pudo recordar las frescas mañanas de su tierra natal, cualquier persona diría que estaba a punto de nevar, pero faltaban muchos centígrados menos para que eso ocurriese.
Káeli para su mala suerte, seguía con la ropa que se había llevado al Reino del Metal, que era especialmente fresca puesto que sus pantalones cortos le llegaban arriba de la rodilla, aún así, ella no había tenido problemas hasta ahora, que sentía las piernas tambalear de un lado para otro; por si fuese poco, su abdomen estaba descubierto. Lyontari se acercó por detrás y notó cómo su compañera la estaba pasando incluso peor que él, especialmente porque él tenía una sudadera negra.
–Y se supone que el que no estaba acostumbrado a la temperatura ambiente de aquí era yo.– Dijo Lyontari riéndose de Káeli.
–¡Silencio!– Dijo Káeli entrecortando cada sílaba que pronunció.
Realmente Káeli la estaba pasando mal, entonces Lyontari se quitó su sudadera quedándose únicamente con una camiseta blanca sin mangas y se la dio a Káeli.
–¿Estás loco? ¿No se supone que tienes frío?– Dijo Káeli mientras se ponía la sudadera.
Lyontari solo sonrió mientras su cuerpo sentía los estragos de haberse quitado su único protector del frío; Káeli por otro lado al instante de terminar de ponerse la sudadera, se dio cuenta de un olor característico de sudor en ella, era normal, hacían muchos días que no se bañaban y habían estado corriendo mucho.
–ⳋⲇⲣⲓⲧⲯⲀ– Exclamó Lyontari mientras frotaba sus manos y su cuerpo desprendía ahora un gran calor, normalmente sería insoportable, pero un ambiente así, apenas era…reconfortante.
–No sabía que podías hacer eso.– Dijo Káeli asombrada por ese nuevo truco.
–Siempre he podido, así es cómo caliento el agua con la que me baño. Odio bañarme con agua fría.– Respondió Lyontari.
–Debí suponerlo… Es extraño, se supone que la “costeña” soy yo y eres vos quién es tan quisquilloso con el frío.– Le comenta Káeli burlándose de la ironía de la situación.
–Tienes razón, la vida es una sorpresa.– Dice Lyontari entre risas.
Káeli también se ríe junto con él, pero antes de retirarse del templo, ven cómo en el centro había una estatua, recordaban haberla visto antes, pero no la reconoció Káeli a causa de la obscuridad nocturna.
–¿Qué se supone que es, Káeli?– Le preguntó Lyontari con curiosidad.
–Creo que es un ángel, pero no estoy segura; espera, creo que hay una inscripción debajo de la estatua.– Dijo Káeli acercándose.
–¿Un ángel?– Preguntó Lyontari obervando la estatua nuevamente.
–Sí, lo es. Mira, aquí dice su nombre, se llama Νωριελαρ.– Le dijo mostrándola Káeli la inscripción a Lyontari.
–Se ve diferente a los ángeles que vi en otros templos.– Respondió Lyontari.
–Obviamente, esta de aquí es una sirena, son las protectoras de los habitantes de esta tierra.– Dijo Káeli y comenzó a caminar.
–¿Por qué nunca oí de ellas?– Preguntó Lyontari extrañado y empezó a seguirle el paso.
–Recuerda que desde hace miles de años nos hemos dividido por nuestras creencias, los que adoraban al dios del rayo y la diosa del fuego fundaron lo que hoy es el Reino del Fuego, mientras que aquí fue la diosa del aire y el dios del tiempo.– Respondió Káeli.