Káeli finalmente llegó al trabajo, curiosamente Ġazi también estaba llegando.
–Buenos días, Káeli. Espero hayas podido dormir bien.– Inició Ġazi.
–Buenos días igualmente, espero no haber llegado muy tarde.– Respondió al saludo.
–No, no te preocupes. ¿Lyontari se quedó atrás?– Preguntó Ġazi.
–Sobre eso… Creo que no podrá venir a trabajar hoy.– Respondió, lo que hizo brillar los ojos de Ġazi rápidamente.
–¿Y eso por qué?– Preguntó Ġazi.
–No lo sé, lo encontré inconsciente en la sala. Parecía lastimado.– Respondió.
–¿Una borrachera quizás?– Preguntó Ġazi mientras buscaba sus llaves para abrir.
–No lo creo…– Respondió.
–Bueno, cuando termine el fin de semana espero tenga una buena razón.– Respondió Ġazi abriendo. –Pero entonces…– Giró hacia Káeli y la miró emocionada. –Solo vos y yo, verdad?– Preguntó nuevamente.
–Por supuesto, ¿por qué me lo pregunta?– Preguntó .
Ġazi cayó en cuenta de la tonta pregunta que estaba haciendo.
–¡Nada, nada, olvida lo que dije!– Respondió Ġazi.
Káeli se quedó extrañada por aquella pregunta, mientras Ġazi intentaba contener su emoción; era la oportunidad perfecta para saber si tenía alguna posibilidad.
Ġazi se dispuso primero a regar aquellas macetas con hierbas aromáticas que adornaban las paredes, a ella le gustaba mucho tararear mientras lo hacía. Normalmente Káeli al siempre estar enfocada en Lyontari no lo había notado y mientras limpiaba el paño de las ventanas se percató.
–Le gusta mucho cantar, ¿no es cierto?– Preguntó, buscando romper el silencio.
–Bueno, algo así.– Respondió Ġazi.
–La otra vez la oí cantar al fondo, se oía muy bien.– Le dio un cumplido a Ġazi.
–Gracias, aunque… no soy tan buena por mí misma.– Respondió Ġazi.
–¿Por usted misma?– Continuó.
–Bueno, pasa que poseo magia de trueno, entonces puedo manipular el sonido, ¿sabes?– Respondió Ġazi.
–Oh, claro, claro. ¿Migró de tan lejos?– Interrogó.
–No, no, fue una cuestión familiar, pero me agrada este lugar hasta cierto punto.– Responde Ġazi.
–¿No ha pensado en volver entonces?– Cuestionó.
–Bueno, sí…, pero, ¿sabes?, creo que he encontrado cosas muy valiosas por las cuáles quedarme.– Respondió Ġazi.
–¿Cómo cuáles?– Siguió.
–Tú.– Pensó Ġazi, mientras solo se le quedaba viendo a Káeli hasta finalmente continuar. –Ya sabes, ya tengo una vida hecha, rehacer mi vida en un lugar nuevo suena aterrador, incluso si tuviese las herramientas para no ser discriminada, por ejemplo, yendo a mi tierra natal, de todas formas sería… difícil.– Contestó Ġazi.
–Y que lo diga…– Respondió identificándose con lo que había dicho.
El timbre entonces sonó, los clientes ya comenzaban a llegar. Ġazi se apresuró a la cocina para verificar si todo estaba en orden, especialmente la fruta por ser la hora para desayunar, mientras Káeli los recibía.
Los viernes eran días particularmente ajetreados, lo contrario a los sábados, incluso Ġazi dejó de venir dichos días, especialmente tras la crisis económica, pues hubo veces donde no se vendía nada; la antítesis uno del otro.
Aquel día el aroma de las especias se mezclaba entre los murmullos de los comensales. Ġazi le dejaba las órdenes en la barra para que Káeli viniese por ellas, lo que le daba a la primera unos pequeños instantes donde sus miradas se cruzaban y ella sentía un cosquilleo en el estómago, además a veces aprovechaba para observar a Káeli, admirando cómo se movía agraciada entre las mesas.
Durante un breve momento de calma, Ġazi decidió limpiar la barra donde se preparaban los jugos frescos. Mientras fregaba, pensaba en cómo llamar la atención de Káeli y se dio cuenta que su descanso ya se acercaba, de repente, tuvo una idea; preparó su jugo favorito: Una mezcla de piña y mango con un toque de jengibre.
Nada más llegó el mediodía, Káeli puso la señal de cerrado temporalmente en la entrada mientras aseguraba la puerta. Ġazi aprovechó entonces y se acercó con el jugo a Káeli.
–Toma, es una de las especialidades de la casa.– Mintió, pues en realidad era de las bebidas menos pedidas, mas ella quería que a Káeli sí le gustase.
–¡Muchas gracias!, ¿qué es?– Preguntó tomándolo y degustarlo con un trago; en efecto, le encantó y los sonidos que emitió de placer lo corroboraron. –¡Está riquísimo!– Declaró honestamente.
Ġazi se alegró profundamente tras oír eso. Káeli entonces se dirigió a una de las sillas de madera junto a la ventana para poder disfrutar de su merecido descanso junto al jugo.
–¿Puedo acompañarte?– Preguntó Ġazi, sintiendo que su corazón latía más rápido de lo normal mientras se acercaba.
–¡Por supuesto!– Respondió sonriéndole.
Ġazi se sentó y no podía apartar los ojos de Káeli, su fleco de cabellos cobaltos caía en su rostro de forma desordenada, lo que combinaba con el brillo de sus ojos que mezclaba cansancio y determinación.
–¿Cómo te sientes trabajando aquí?– Preguntó Ġazi, tratando de mantener la conversación casual.
–Es agotador, pero no me quejo; el ambiente ha sido muy agradable.– Respondió mientras apoyaba el vaso en la mesa y suspiró.
–Bueno, aunque ha habido uno que otro cascarrabias por ahí, creo que…– Dijo Ġazi pensando si debería decirlo, pero la mirada de espera de Káeli la obligó a hacerlo: Ya no había vuelta atrás. –Creo que se debe a tu forma de ser con los clientes, tu sonrisa ilumina cada rincón y haces que se sientan cómodos.– Soltó, mientras una presión en su pecho la golpeaba y esperaba no incomodarla.
–Gracias, Ġazi. Es muy amable.– Se sonrojó por aquello, mientras apartaba la mirada.
–Oh, disculpa, ¿te incomodé?– Preguntó Ġazi al ver que volteó.
–¡No, no! Solo fue algo… inesperado.– Respondió Káeli reponiéndose. –Oye, ¿no se hizo nada?– Preguntó Káeli notando que Ġazi no estaba consumiendo nada.
–Eh, pues… no. Me apuré para hacerte el tuyo y no me hice nada.– Dijo Ġazi avergonzada.