—Decidme, señor... ¿qué hallasteis en mí que os lleva a posarme tan intensa mirada tras ese antifaz?— Comenté, punzante y directa. Con mi mano movía sutilmente mi copa, haciendo danzar el licor brillante.
—Oh...Si mis ojos os han importunado perdonadme, sólo que vuestra esencia se impone ante la multitud...—
No sobrepasaría los 35 años de edad, su cabello azabache perfectamente peinado hacia atrás dejaba ver unas entradas notorias que acentuaban una madurez prematura. La rigidez de su postura y la seguridad con la que sostenía mi mirada me aseguraban su costumbre a ser escuchado por todos sin réplica alguna.
Su antifaz azulado no lograba ocultar del todo la dureza de sus facciones, la frente amplia, los pómulos marcados y su boca firme que apenas concedía un gesto de cordialidad. Más que un halago, su observación se sentía como una inspección, como si en mí buscara un detalle que justificara su interés.
—¿Que quiere usted decir?...— Pregunté algo aturdida.
—Pude contemplar su singular manera de tratar al servicio.— Replicó ladeando brevemente su cabeza con un tono burlesco en su voz. —¿Acaso os tomasteis la libertad de serviros vuestra propia copa, señorita?—
—Permitidme excusarme, mi señor, fué un gran malentendido.— Dije escogiendo mis hombros. —No pude contemplar la cercanía de ningún sirviente, y por ello me vi obligada a tomar medidas por mi misma. He de decir que mi gran sed me impulsó a ello—
Tras escuchar mis palabras, no pudo contener un suave y discreto carrapeo que pronto se convirtió en una elegante carcajada, cargada de superioridad y diversión.
—Debo admitir que sois bastante graciosa, madame, inciso en que me recordáis a alguien...—
Su postura se relajó visiblemente, y con ello, mi mente. Le contemplé expectante esperando saber con quien vió en mi tal comparación. Me permití beber un sorbo de mi copa para humedecer mis labios nuevamente tras aquel susto.
—Sois casi exacta a mi hijo, misma actitud perspicaz y ocurrente. Considero que podríais crear fuertes lazos si tuvierais la oportunidad de tener una conversación...— Media sonrisa se formó en su rostro, su bigote oscuro se alzó junto a sus comisuras.
—Me honra la comparación, mi señor, estoy segura de que vuestro hijo es un hombre ejemplar, sin embargo, temo que aún desconozco si las circunstancias podrán hacer posible que tal conversación se llevase a cabo— Le dediqué una dulce y tranquila sonrisa, tratando de mantener mi compostura.
—Ah, entiendo— Dijo apoyándose ligeramente sobre una de las columnas más cercanas. — Debo confesar mi curiosidad, madame, que alguien con tanta presencia pase desapercibida en la corte. Permitidme preguntar... ¿De qué familia procede vuestra maravillosa gracia?— Alzó una de sus pobladas y oscuras cejas, acentuando más su mirada.
Me removí incómoda en el sitio, sentí como si el corset apretara incluso más que antes. Abrí mi abanico emplumado y me abaniqué con fuerza.
—Mi familia, mi señor...— Dije, esbozando una ligera sonrisa— Prefiere permanecer en las sombras. Los nombres son simples ecos, las acciones en cambio, resuenan con mayor claridad. ¿No es así? —
—Tiene usted la razón querida, nada más cierto. La discreción...es una noble virtud, desde luego, aunque temo que la corte no siempre concede indulgencia a los misterios.—
—¿Acaso no sois vos también poseedor de misterios? Al fin y al cabo, solo uno mismo sabe como llegó a la cima y que medios empleó para lograrlo. Mi familia es...sencilla, mi señor. Prefiere que sus actos hablen por ella antes que cualquier nombre.— No aparté mi mirada de la suya mientras pronunciaba aquellas palabras, no quise trasmitir nerviosismo, personas así casi podrían olerlo. — Si no es molestia, señor...¿Podría retirarme? Debo estar presente en otro lugar en poco tiempo.—
—Naturalmente.—
Pude contemplar el desacuerdo y la efusiva curiosidad que radicaba en su mirada antes de irme, a decir verdad, lo más lejos posible de allí.