La corte de las máscaras

Capítulo 5.

Cuando entré al salón, una aglomeración de gente se concentraba en el centro frente a las escaleras. Al alzar la mirada supe de que se trataba, la mismísima emperatriz y el imponente emperador se encontraban en lo alto, contemplando apaciblemente a sus invitados, esperando el momento perfecto para dar inicio a su discurso.

El murmullo se fué apagando poco a poco, hasta que sólo podía escucharse el sonido de los abanicos al menearse y el titinear de las copas. Busqué un lugar entre el público para situarme. La emperatriz, vestida con un terciopelo azul cobalto y una corona de piedras preciosas que competía con el brillo de las lámparas de cristal, tomó la palabra.

—-Bienvenidos seais a la semana de las máscaras, el evento anual donde las identidades portan sedas y antifaces, y se visten con ilusión —anunció con una voz tan dulce como afilada, y con una enorme sonrisa en su rostro pálido y perfecto.

Un eco de aplausos emocionados recorrió la sala, pero yo apenas podía escuchar. Mis ojos se habían anclado al emperador, cuya presencia llenaba la estancia sin necesidad de pronunciar una sola palabra. Su porte era impecable, y su expresión completamente severa, pero había algo que captó inmediatamente mi atención.

Mi corazón se detuvo.

Por un instante pude incluso jurar que sus ojos se clavaron en los míos, aunque la gran distancia entre nosotros y mi máscara me protegían de cualquier sospecha. Fue un segundo fugaz, pero bastó para provocar en mí un escalofrío que hizo sacudir mi cuerpo.

La voz de la emperatriz siguió resonando en la sala, pero no pude prestar atención por que en mi mente asomó un recuerdo. Algo que mi hermana mencionó alguna vez mientras cepillaba mi cabello, en sus últimos días de vida.

«Sus ojos pesan más que mi consciencia»

Siempre pensé que hablaba de algún poeta, o quizá un joven cortesano. ¿Por qué aquel recuerdo me atravesaba justo ahora?.

El aplauso final me devolvió al presente. El emperador había descendido unos escalones junto a su esposa, recibiendo innumerables reverencias y sonrisas serviles. Yo me limité a observar en silencio, intentando acallar el torbellino en mi interior.

Fue entonces cuando una figura se inclinó a mi lado.

—¿Hipnotizante, verdad?— Una chica de cabellera dorada, perfectamente recogida en un moño trenzado, y de ojos azules, me observaba meticulosamente, con una pizca de curiosidad.

Me giré hacia ella, y le dediqué una ronrisa casi sincera.

—Lo es, sin duda alguna— respondí con cautela.

— ¡Ay, menos mal, pensé que era la única!— Dijo inclinándose hacia mí como si me confiara un secreto. —Digo, ¿ha notado usted el aspecto del emperador? Siempre luce tan perfecto... ni una hebra de su cabello fuera de lugar. Yo no entiendo cómo lo logra, con tanta responsabilidad día a día...¡Ah! Quiero decir, lamento mi atrevimiento...—

Se llevó ambas manos a la boca, como si acabara de revelar el mayor de los sacrilegios, y después soltó una risita nerviosa.

—No debería hablar así del emperador, ¿verdad? — Añadió en un susurro. —Simplemente se trata de que lo admiro mucho...¡a él y a su esposa, por supuesto!—

La observé detenidamente. Sus preciosos ojos brillaban con entusiasmo genuino, sin la más mínima pizca de malicia. No era la típica cortesana calculadora y perfecta que medía cada palabra, ella hablaba porque simplemente no sabía callar.

—No se preocupe— Dije al fin, esbozando una amplia sonrisa, divertida. —Su secreto esta a salvo conmigo— Guiñé un ojo, mi gesto la hizo relajarse visiblemente.

—¡Qué alivio— Exclamó con un suspiro, llevándose una mano al pecho. —Caería muerta si alguien llegase a malinterpretar mis palabras, de veras—

Reí despreocupadamente, me sorprendí a mi misma por lo fácil que me resultaba dejarme arrastrar por la torpe simpatía de aquella chica.

—¿Podría saber su nombre?— Dijo ella con amabilidad, su mirada se desviaba repetidas veces hacia los gobernantes, pareciera tener miedo a perderse cualquier detalle.

—Mi nombre es Beatriz...¿y el vuestro?—

—Beatriz, que nombre tan hermoso, yo soy Helena, Helena de Valencourt— Respondió mientras acomodaba uno de sus mechones dorados tras de sus orejas, en las que dos enormes perlas colgaban, brillantes.

—Vuestro nombre también es muy bello— Devolví el cumplido con una amplia sonrisa y un leve asentimiento.

—¿Y vuestro apellido? ¿Cuál es?— Insistió Helena, con un brillo curioso en su mirada.

Piensa Beatriz, piensa.

—Eh...Monteserra, Beatriz Monteserra...—

(¿Monteserra? ¿Enserio?)

Helena volvió a demostrar una inocente sonrisa.

—Monteserra...¡no recuerdo haberlo escuchado antes! Suena a mucha historia y secretos antiguos, ¿No es así?— murmuró, creo que más para si misma.

Sentí un escalofrío ligero, había estado cerca. No podía permitir ser descubierta por algo así, quizá deberia haberlo tenido en cuenta antes. Monteserra se convertiría a partir de ese momento en mi identidad, mi faceta en la corte de las máscaras.

—Si,tienes razón, mucha historia, y muchos secretos...—

Ella asintió sin perder la sonrisa, satisfecha con mi respuesta, y volvió a girar la vista hacia el centro del salón, donde los gobernantes se movían entre la multitud expectante.

-—Vaya, los miro y pienso en cómo deben sentir cada mirada sobre ellos... — susurró. —Y aquí estamos nosotras, tratando de entenderlo todo desde abajo.—



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En el texto hay: misterio, romance, mascaras

Editado: 13.09.2025

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