La luz de las velas y la luna llena habrían sido, en otras circunstancias, el marco de una escena romántica. Pero ahora parecía más bien el inicio de un interrogatorio donde el pobre y buen Marcus tendría que responder, “gentilmente”, algunas preguntas.
—Quizás os parezca extraño —dijo Marcus—. Respetada Drusila, Silvia, musa de mil amores...
(Levanté una ceja.)
—...pero vengo de Atenas. Y allí, hace muy pocos meses, ha surgido una nueva religión que está creciendo rápidamente.
—¿Te refieres al cristianismo? —preguntó Silvia.
—No, no... De hecho, el cristianismo está desapareciendo muy rápidamente. Está siendo reemplazado por otra fe: el culto a la diosa Laporia. Se dice que quien se entrega a ella puede cumplir sus deseos más profundos. La gente cree que, al aceptarla, sus vidas cambian por completo.
—¿Y tú buscabas fortuna en medio de tu pobreza...? —interrumpí.
—Exacto. Me pareció muy tentador. Conocí a su líder: una sacerdotisa llamada la Pitonisa Sagrada de Laporia: Airlia.
—¿Y qué ocurrió? —preguntó Drusila, preocupada.
—Al principio todo iba bien. Predicaba sus visiones en el mercado, el foro... en todos lados. Me encargaron la creación de una estatua y me dieron fácilmente el dinero para los materiales. Pero entonces, algo empezó a sentirse… mal.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Una de las primeras conversas se quitó el velo de sacerdotisa… y tenía cuernos.
—¿Ah? —dije, sorprendida.
—Protuberancias, como cachos. Otra tenía orejas puntiagudas, triangulares. Algunas personas comenzaban a mostrar habilidades mágicas extrañas. Tuve que huir. Al parecer, Airlia quiere venir a esta ciudad. Dice que debe ser “liberada” de la interferencia que impide que la gracia de Laporia se manifieste.
—Ya veo… —murmuró Drusila—. Sin duda, debe ser el efecto del hechizo del Libro de los Mundos. Aunque esa maldita bruja no esté aquí, sus efectos ya han llegado…
—¿Bruja? —preguntó Marcus, intrigado.
—Es una larga historia... cosas de mujeres —respondió Drusila con una sonrisa ladina—. ¿Quieres vino?
El vino pronto le hizo efecto. Entonces Silvia y Drusila me miraron.
—Dale las buenas noches —sugirió Silvia.
Intenté guiarlo hacia el lecho. Era un momento tierno; se lo merecía después de un día lleno de aventuras. Mientras se recostaba, me abrazaba y murmuraba palabras de amor. No pude evitar acariciarlo... se sentía bien, ese instante de ternura.
—Permanece siempre aquí, musa...
—Aquí estaré, mi señor —respondí, sorprendida incluso de mis propias palabras.
Le acaricié la frente y le di un beso. Fue un sentimiento entre amoroso y maternal a la vez.
Después de que se quedara dormido, me dirigí hacia Silvia y Drusila. La información que Marcus nos había dado era clave. Había que pensar en los próximos pasos.
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Cuando volví a la sala, pude contemplarla con detenimiento. Las lámparas de aceite consumían sus últimas trazas, dejando destellos cálidos en las paredes. La mesa de madera, finamente elaborada, permanecía en silencio, rodeada por cerámicas y frescos vivos. Mis ojos se posaron en uno de ellos: dos cortesanas chapoteaban en la orilla de una laguna, riendo como niñas. Me imaginé siendo una de ellas y me sorprendí… ya no era un sueño. Era algo tan real, que quizá podría hacerlo mañana o pasado. Ya no era una cosa imposible.
Seguí caminando, y mis sentidos se llenaron del perfume de las flores, el pan fresco en su cesta, las ánforas, y el leve aroma de esencias herbales. Ese ambiente —íntimo, sencillo y cálido— se estaba volviendo familiar. Me sorprendía lo rápido que me había acostumbrado… y cómo, pese a llevar tanto tiempo sin mi celular, no lo extrañaba. Tener a Silvia y a Drusila era como poseer un tesoro.
Silvia jugaba con su peine. Descubrí que no solo se convertía en un báculo: ahora era también una tiara… luego, un collar. Drusila, en cambio, permanecía sentada, mirando la luna con paciencia, tal vez algo aburrida por la espera.
—Disculpen por la demora —dije, entrando—. Ya saben… él no quería que lo dejara.
Drusila giró su rostro hacia mí, suspiró y dijo con dulzura:
—Te entiendo, querida. El trabajo de una cortesana no solo cura el cuerpo… también el alma.
—La verdad —sonreí— nunca pensé que conectar emocionalmente fuera tan excitante.
Drusila y Silvia intercambiaron una mirada.
—¿Mmm?
—Oh, solo fue un pensamiento fugaz… no le den importancia —me encogí de hombros.
Drusila frunció el ceño brevemente.
—Debemos prepararnos. Según Marcus, Airlia se dirige hacia aquí. Las situaciones de peligro aumentarán. Como ven, tanto el peine de Silvia como tus brazaletes son mecanismos de defensa. Pero —dijo, con seriedad— es muy importante que no los usen sin un propósito claro.
Silvia, como una gatita sorprendida en una travesura, agachó la cabeza y guardó el peine.
—Perdón… es solo que esto es adictivo.
—Claudia, ¿puedo ver tu reloj de arena?
—Claro —respondí, y se lo entregué.
Drusila esbozó una sonrisa al ver que algunos granos estaban más claros que antes.
—Es un avance… Pero aún queda mucho por hacer. Cada acción que purifique los granos del reloj disminuirá el poder del hechizo remanente, y por tanto, el de Airlia. Ella intentará detenernos, por lo que debemos avanzar rápido.
Por un momento, sentí que estaba frente a una profesora. Sus manos se movían en ademanes expresivos mientras hablaba, explicando con una mezcla de ternura y autoridad.
La miré con sorpresa. Recordé que, en mi vida pasada, algo que me molestaba era mi incapacidad para entender lo implícito… las indirectas, leer entre líneas. Pero por alguna razón, ahora sí podía hacerlo.
—Drusila… ¿me estás queriendo decir que debo interactuar con más gente?
Silvia frunció el ceño, cruzó los brazos, molesta.
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viajes en el tiempo, cambio de genero, isekai o reencarnación en otro mundo
Editado: 08.11.2025