La iglesia destacaba entre las viviendas y templos; su cúpula la hacía parecer fuera de época… o al menos para mí. Para Silvia, en cambio, era como si siempre hubiera estado ahí.
—Lady Claudia, ¿por qué miras tanto esa iglesia? Parece como si no la hubieses visto nunca. Es bonita, sí, pero sus seguidores son algo extraños…
—No me digas que ahí adoran a la diosa Laporia.
—Pues sí. Es increíble que hayan construido esa iglesia en tan poco tiempo. Imagino que tienen… métodos para edificar con rapidez.
Ese pequeño vistazo fue correspondido. Una sacerdotisa, sentada en una banca al pie del templo, alzó la vista al verme. Me sostuvo la mirada con una sonrisa entre cínica e irónica, sin duda ella sabía quién era yo. Con esa mirada me sentía analizada de pies a cabeza.
Rápidamente gracias al buen estado físico de Silvia llegamos al mercado, lleno de productos frescos, gente caminando en todas direcciones, conversaciones y regateos. Noté una mezcla de estilos entre lo medieval y lo clásico, como si dos épocas se hubieran fundido sin avisar. El aroma de las verduras, frutas, aceite de oliva y pan recién horneado despertaba en mí sensaciones olvidadas. Vi esposas, niños, hombres.
Me agradaba sentirme una más de este mar humano.
Antes de mi renacimiento, no salía mucho. No veía razones para hacerlo. Y como cortesana, tampoco.
Pero ahora… este entrenamiento me obligaba a interactuar con la comunidad. Conocí a los vendedores, vi sus rutinas, sus gestos, sus historias. También comenzaba a mirar las telas y ropas con un creciente interés: Imaginar el cuerpo como un tapiz donde las ropas son colores que generan una composición artística y ahora podía ser cualquier obra de arte. Mire las flores y no pude evitar llevar una y usarla de adorno a mi cabello.
Las mujeres me miraban con una amalgama de emociones: desde la sorpresa hasta el desinterés, pasando por la indiferencia… y el desprecio. Pero ya no me dañaban. Mientras Silvia estuviera cerca, me sentía bien. Ya en el pasado me había acostumbrado a esa sensación constante de rechazo o vacío. Simplemente, esbocé una sonrisa.
Los hombres también me miraban. Lo sabía. En sus ojos había algo más difícil de descifrar: una mezcla entre deseo contenido y necesidad de consuelo. Como si, al mirarme, esperaran encontrar una respuesta para sus corazones atormentados por la rutina, los miedos y los secretos.
—El concurso será pronto. Debemos comprar muchas cosas. Y las vas a cargar tú —dijo Silvia con una sonrisa cómplice.
Entre verduras, queso, pescado (no seco, eso nunca), algo de carne y pan, nuestros bolsos se llenaron con los sabores y olores vibrantes de la ciudad. El esfuerzo de cargar todo no era poco; mi cuerpo, aunque entrenado en el arte de la seducción, no estaba acostumbrado al esfuerzo físico sostenido. Silvia se reía al ver como realizaba piruetas para no perder el equilibrio cada ciertos pasos.
Pasamos por la sede del Gremio. El edificio desentonaba un poco con el entorno: tenía líneas más medievales que clásicas, con ventanas altas y puertas pesadas. Silvia entró a formalizar mi inscripción al concurso, mientras yo esperaba afuera, cargando aún los bolsos.
Entonces, alguien me habló desde atrás:
—Oye… ¿eres Claudia la Cortesana? ¿La legendaria consoladora de almas solitarias?
—¿Ehhh?
Me quedé congelada. ¿“Legendaria consoladora”? ¿Qué clase de reputación estaba adquiriendo?
—¡Ohohohoho~! —La risa era estrepitosa, teatral. La mujer que se acercó era alta, rubia, con rizos tirabuzones tan perfectamente definidos que parecían salidos de una pintura. Sus ojos desafiantes no dejaban lugar a dudas: estaba aquí para atacar a su presa y esa era yo.
—Claro que eres tú, no te hagas la sorprendida —añadió, con una media sonrisa peligrosa. En un movimiento veloz, desplegó un abanico y lo puso a centímetros de mi cara—. Ni pienses que vas a ganar ese concurso… y mucho menos que te quedarás con mi Marcus.
—¿Pero… quién eres tú? —Pregunté, contrariada esto es demasiado. ¿Qué le esta pasando al mundo?
—¿No sabes? ¿Estás jugando a la inocente? —levantó su dedo índice y lo movió en señal de negación, chasqueando los dientes—. Sé muy bien que eres la principal cortesana de esta ciudad y, de todos los hombres que hay aquí, tenías que fijarte en Marcus... ¡MI MARCUS! Pero desde ya te digo, señorita consoladora: yo, Karina Bravia, ganaré este concurso. No solo me llevaré el premio, sino también el corazón de Marcus.
La escena parecía sacada de algún juego otome de quinta. Me dejó completamente fuera de onda. O sea… tengo una misión para salvar el tiempo, ¿y termino en medio de esta discusión? Sin duda, Marcus tiene una facilidad innata para ponernos en peligro. Pero ella continuó con su discurso:
—Sé que eres la malvada villana cortesana que embauca los corazones de los hombres. Por eso, mi pobre Marcus ha caído en tus redes. Pero no… no terminaré como en el juego. ¡Lucharé y te venceré en el concurso de poesía! Y con Marcus… escaparemos a Alejandría —elevó la cabeza, cruzándose de brazos, esperando mi respuesta.
—Si Marcus quiere viajar contigo, yo encantada. Y, pues… dado que aún falta mucho para el concurso de poesía, ¿no deberías prepararte en vez de hostigar a las participantes?
—¡Ahhh! Pero es que tú no eres cualquiera. Si te venzo, podré liberarme del destino de este juego. La Diosa Laporia me lo dijo, en boca de su propia sacerdotisa.
La conversación tomó un giro interesante. Pero entonces, Silvia apareció, interponiéndose entre ambas.
—¿No cree, señorita Lady Bravia, que deja muy mal parado el nombre de la respetada familia Bravia, molestando a sus rivales? ¿O será que es verdad ese rumor que escuché por ahí, señorita Matadragones?
—¡¿A quién llamas Matadragones?! —exclamó Karina. El abanico de Karina y el báculo de Silvia chocaron con un golpe seco.
Karina le dio la espalda.
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viajes en el tiempo, cambio de genero, isekai o reencarnación en otro mundo
Editado: 29.11.2025