La Cortesana del Tiempo

Aventuras y Tomates

Cuando abrí los ojos, me encontré en la cama de Silvia. No pude evitar sonrojarme un poco. Como cortesana, sentir la danza de los cuerpos se ha vuelto algo habitual, pero esta sensación —esta presencia etérea de estar donde Silvia duerme— me fascina. Es como si pisara un terreno desconocido, una dimensión distinta de lo que es amar.

No quería levantarme. Esa presencia invisible, como si su espíritu aún habitara la habitación, me envolvía con una calidez nueva. Pero oír a Drusila apurarme desde afuera hizo que, muy a mi pesar, me levantara.

Entonces me pregunté: ¿cómo llegué a la cama de Silvia?

En fin, mejor no pensar demasiado en eso.

Drusila me recibió con una risita de complicidad. Así comenzó mi nuevo día.

—Debes acompañar a Silvia a una misión del gremio —me dijo.

—¿Qué? ¿Silvia ya tiene misión? ¡Waooo!

—Aunque es rango F —aclaró con tono burlón—, le dieron una misión de sumisión de roedores.

—Ah... eso es bueno, creo.

—Sí, y quiero que vayas. Será importante para tu entrenamiento. Y bueno, ya sabes todo lo que te mencioné ayer... Ah, y el "príncipe durmiente" de Marcus, esta mañana le di una pequeña tarea. Así podrá pagar por su refugio.

No pude evitar sonreír. Me lo imaginé huyendo de Drusila o, peor aún, quedando a su merced por miedo a Karina. Realmente, no quisiera tener a Drusila de enemiga.

—¿Y? —me soltó al verme enredada en mis cavilaciones.

—¡Ah! Sí, por supuesto. Iré encantada —respondí, formando una "V" de victoria con mis dedos frente al ojo derecho.

Ir a una misión del gremio es algo muy distinto a un concurso de poesía, pero conociendo a Drusila, seguramente todo tiene un propósito. Como la misión. Como mi vida como cortesana.

Silvia llegó entonces, particularmente contenta. Me lanzó una mirada cómplice: sin duda, se sintió feliz de encontrarme en su cuarto.

—¡Claudia-chan! Nos espera un día lleno de aventuras. Y nuestra primera aventura será... en la cocina.

—¿Qué? ¿No era una misión de acabar con roedores?

—Eso viene después. Como iremos a las afueras de la ciudad, debemos llevar merienda para el viaje.

Quedé paralizada. Shoqueada. Estresada. Todo al mismo tiempo. Solo pude decir en voz baja:

—Silvia... Drusila... yo soy un cero en cocina.

Silvia no pudo evitar soltar una carcajada limpia, mientras Drusila elevaba la mirada al cielo con un suspiro largo.

—Tranquila, Claudia. Lo haremos juntas y todo saldrá bien —dijo, dándome una palmadita en la espalda.

Y así llegó el momento que tanto temía: yo, enfrentándome a la cocina.

Los ojos de Silvia no dejaban de mirarme, entre divertidos y atentos. No sabía si me analizaba… o si simplemente disfrutaba de la escena que estaba a punto de ocurrir.

Y ahí estaba. El terrible enemigo.

Su presencia me dio miedo, como un fantasma de una época lejana. Apareció de pronto, súbitamente, en el plato frente al cuchillo. Su silueta roja. Su brillo suave, húmedo. A Silvia parecía encantarle… pero para mí, era un testigo. Una evidencia. Este mundo está cambiando.

Y yo, la legendaria consoladora Claudia, decidí ponerle fin.

Tomé mi pose de heroína.

—Ya es hora —murmuré.

Tomé el cuchillo. Lo levanté. Intenté concentrarme… pero no podía dejar de mirarlo. Era yo y esa anacronía frente a frente

Y entonces… ¡¡Zas!
Un golpe seco lo partió en dos, sus jugos salpicando la mesa como si hubiera vencido a un pequeño demonio.

Una risita se escapó de los labios de Silvia.

Me sentí impotente… pero determinada. Iba a hacerlo mejor.

Tomé de nuevo el cuchillo y corté. En cuatro. En ocho. Frenéticamente. Hasta dejarlo hecho pequeños fragmentos inofensivos. Respiré hondo, satisfecha. Me sentía vencedora.

—Deja de jugar, Lady Claudia-chan… solo cortaste un tomate. Ni que fuera un monstruo —dijo Silvia con una sonrisa burlona.

Miré los restos y susurré para mí misma:

—Tú… no deberías estar aquí.

Entonces Silvia volvió con cinco tomates más.

A ella le hizo gracia mi propuesta de "emparedado", aunque sencilla, le pareció ideal para la misión: pan, tomate, lechuga, queso, una rebanada de carne. Una comida humilde de mi mundo… y aun así, algo fascinante para ella.

—Vamos a profundizar en tus lecciones de cocina estos días… si no, nunca conseguirás esposo —dijo Silvia con tono juguetón, guiñándome un ojo.

Esposo …entonces yo sería ¿Una esposa…?
Me sonrojé. ¿Sería buena esposa? Qué pregunta más tonta.
Aunque Drusila me dijo que estaba protegida… no sé si estoy siendo más yo misma o si es esta época la que quiere convertirme en alguien distinta.

Y frente a mí los tomates, cinco rojos y fuera de época y de lugar tomates

Oh Los tomates.

En una ciudad que abandona lo clásico y coquetea con lo medieval…
esos tomates no deberían estar aquí.
Y sin embargo, están.
Invitándome a seguir cortándolos.

Silvia quedó encantada con los emparedados; me costó evitar que se los comiera antes de tiempo. Los encontró muy originales.

—Sería genial ir a tu mundo, Lady Claudia Chan. Debe haber muchos lugares lindos que visitar… y comer —comentó con entusiasmo.

—Este lugar también tiene muchas cosas lindas, Silvia. Se ve más vivo que de donde venía. Allá siempre sentía que me estaban evaluando, que debía ser lo suficientemente despierta, solvente, interesante… y entender muchas cosas que nunca entendí. Pero aquí, desde que llegué, todo fluye de forma natural. No me siento interpretando un papel, sino simplemente siendo yo. O al menos, así lo siento —dije, cruzando los brazos detrás de la espalda y balanceándome un poco, esbozando una pequeña sonrisa.




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