La Cortesana del Tiempo

Los Acordes de la Melancolía III Parte

La oscuridad del entorno, la débil luz de las antorchas y los ruidos que emergían aleatoriamente desde lo profundo del bosque me hacían sentir nerviosa. Esas pausas de silencio, interrumpidas por sonidos repentinos, eran suficientes para mantenerme intranquila. La preocupación por Livia y la sensación de que íbamos hacia una trampa no me dejaban en paz. Aunque también…

—Tranquila, Lady Claudia —me susurró Silvia, dándome una palmadita en la espalda.

Me tranquiliza en un ámbito pero a la vez me coloca nerviosa en otro.

Unos cuantos pasos más y Marcus nos detuvo, señalando lo que a simple vista parecía un muro de arbustos. La densidad de las ramas y hojas entrelazadas hacía difícil distinguir nada más.

—Aquí es —dijo Marcus con seriedad, indicando el muro de hojas.

Tomó su espada y se posicionó frente a la espesura. Respiró hondo y se concentró. Karina lo miraba sorprendida, fascinada por su pose; Silvia, curiosa; Draco sonreía, cruzando los brazos con un gesto de aprobación; y yo… yo sentí que estaba presenciando una escena sacada de un RPG o de un manga.

No tuve tiempo de reflexionar más: un golpe rápido y seco rompió las ramas. Dos golpes más y quedó abierta una entrada, revelando una pequeña gruta de piedra, oculta tras una roca circular gigante que podía ser removida.

—Podrían haber pasado diez veces por aquí y no se habrían dado cuenta —dijo Marcus, con un deje de confianza, guardando su espada y esbozando esa sonrisa galanesca tan propia de él.

Silvia me miró; yo giré la cabeza rápidamente hacia otro lado, mientras Karina aplaudía extasiada ante la demostración.

—¡Eso, Marcus querido, eres grandioso! —exclamó, avanzando hacia él, pero fue interceptada por Draco, que se encargó de mover la roca gigante.

Calendre, pese a la máscara, dejaba ver en sus ojos una clara incomodidad ante la escena. Tomó su guitarra y comenzó a afinarla con pequeños acordes que parecían notas de un réquiem. Al notar que la miraba, dijo calmadamente:

—La música puede fortalecer el alma y agudizar los sentidos… y qué mejor que un acorde que te recuerde el valor de estar viva.

El grupo asintió, compartiendo la preocupación de entrar pronto a la mazmorra.

—Sí… claro —respondí, aunque esa sensación de “gato encerrado”, la misma que tuve antes de la procesión, reapareció en mi mente.

Draco, con sus músculos forjados tras años de gladiador y su historial de aventurero, movió la roca sin dificultad. Era admirable, confiable… mejor dejar de pensar tanto en detalles absurdos.

—Tenemos un grupo muy confiable —comenté a Silvia.

Los chicos iluminaron el camino y el resto avanzamos tras ellos. Al ingresar a la gruta sentí el aire enrarecido, frío y húmedo, con un olor a encierro que hacía más pesado respirar. La temperatura bajó de golpe, provocándome un escalofrío, lo que hizo que Silvia y yo nos acercáramos más a las antorchas. Karina, en cambio, parecía más interesada en acercarse a Marcus que a la luz, mientras que Calendre, en retaguardia, avanzaba tranquila y serena. Realmente era valiente… pero no debía olvidar que en mi época había sido una villana, y podía ser peligrosa.

La oscuridad de los alrededores era densa. El sonido de nuestros pasos retumbaba en el piso de piedra como si fueran los latidos de un corazón. La sensación era clara: la mazmorra estaba viva y dispuesta a tragarnos en silencio y olvido.

Miré las paredes de la gruta: se notaban relieves de armas, ojos que parecían vigilarnos e inscripciones en un idioma que no comprendía, pero que transmitían amenazas.

La pequeñez de la gruta ocultaba una escalera subterránea. Desde el fondo ascendían débiles ruidos distorsionados. Era el inicio de nuestra misión de rescate.

La oscuridad solo era interrumpida por el “clack, clack” de cada peldaño al descender. Las antorchas apenas guiaban nuestros pasos; nos rodeaba una negrura infinita. Gotas de agua resonaban a lo lejos, murmullos indefinidos se mezclaban con el eco de nuestros movimientos. Sentía un peso tremendo en mis espaldas: una mezcla entre ansiedad, preocupación, miedo… y excitación.

¿Es esto lo que llaman aventura?..¿Qué es lo maravilloso de tener inquietud a cada paso que das?

Podía ver a Silvia totalmente inmersa en la misión. Cada detalle que a mí me aterraba, a ella parecía darle confianza, serenidad y seguridad. Como si hubiera nacido para esto. Me tranquilizaba, pero al mismo tiempo me asustaba. ¿Era esta Silvia , la verdadera Silvia?, ¿Hasta qué punto la ola la cambio?,¿Estoy cambiando también yo? No… ¡Definitivamente no debía pensar en eso!. Había una misión que cumplir.

Descendimos al siguiente piso: un pasillo de murallas de piedra. Entonces escuché unos chillidos desagradablemente familiares, chirridos que se fueron intensificando. Marcus, Silvia y Draco se posicionaron al frente. Yo me quedé en retaguardia, sintiéndome inútil, además de tener a Calendre al lado, que bostezaba mientras decía a Karina que dejara de acosar a Marcus, pues debía quedarse en retaguardia también.

Tres golpes secos silenciaron los chillidos.

Caminar entre ratas muertas sobrealimentadas no era la mejor de las imágenes, pero tenía que estar a la altura. Recordé a Livia y lo que le dije: que podía ser una heroína. ¿Acaso no debía ser yo fiel a mis propias palabras?

Seguimos avanzando entre pasillos oscuros, húmedos, con musgo y hongos que brotaban en los recovecos de las paredes. Si aplicaba mis ideas de RPG de mi vida pasada, esta mazmorra parecía relativamente sencilla. Supuse que era porque solo habíamos enfrentado una ola de criaturas… pero me temía que si aparecían más pronto, este mundo se convertiría en un Dark Souls: monstruos todopoderosos y salas recargadas de adornos. Oh no, eso no era nada bueno.

—¿Por qué niegas tanto con la cabeza? —preguntó una curiosa Silvia—. No tengas miedo, estamos todas para protegerte.

El comentario le hizo gracia a Calendre, que sin embargo, rápidamente me miró con seriedad:




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