Este piso tenía como base hierbas y pasto; del cielo falso surgían pequeños recovecos que exhalaban vapor, condensándose con el frío de la sala. Esa humedad la sentía en los huesos.
Sentí algo de pena por mi estola… era tan linda. La pobre ya debía estar toda sucia.
—Deja de pensar tanto y concéntrate más —acotó Calendre, devolviéndome a la realidad.
—Sí, sí, lo haré… —respondí, mientras sentía la inquietud de pisar en el pasto, con la sensación de que en cada paso algún bicho o monstruo podría aparecer.
Llegamos a una sala donde había tres estatuas de mármol: tres doncellas guerreras de unos dos metros y medio de altura, cada una con una espada en cada mano, cruzadas sobre el pecho.
Su mirada desafiante y su porte transmitían una confianza absoluta, casi como si estuvieran vivas.
—Claudia se vería genial así —expresó Marcus, absorto mirando las estatuas—. Se ven tan vivas… ¿te gustaría ser mi musa para una estatua, Claudia querida?
—Este… ¿no crees que estás un poquito exagerando? —respondí apresuradamente, siendo interrumpida por Karina.
—¿Y la mía, Marcus? ¿No inspira algo más puro que mi devoción hacia ti? Ah, y no olvides que mi familia te pagaría muy bien por dejarme inmortalizada. ¡Me vería mejor que estas estatuas flacuchentas, que son pura espada y nada de carne! Quizás por eso las dejaron aquí tan profundo, en una mazmorra: ¡para que no dañaran la vista de los demás! Ojojojojo —dijo, haciendo un ademán despreciativo con su abanico.
Y ellas… perdieron la paciencia.
Las estatuas levantaron sus espadas pesadamente, mientras lentamente se despegaban de sus bases, torpemente cobrando vida y movilidad. Nos miraban a nuestro grupo con una mueca malvada que hacía destacar su risa y sus dientes, mientras el surco de su ceño fruncido cruzándose les daba un aire grotesco, real y a la vez carente de humanidad.
Sus movimientos robóticos las liberaron de sus pedestales; tres estatuas, cada una con una espada en cada brazo, probaban el alcance de sus armas como calentándose para una sesión de entrenamiento. Pasaron tres o cinco segundos y, al unísono, blandieron sus espadas.
La primera fue interceptada en un movimiento ágil por Marcus y Draco, una escena fascinante, salvo porque debía ver los ojos llenos de corazones virtuales de Karina, quien no dudó en tratar de ayudar a Marcus, quien declinó en un rápido gesto de su mano izquierda, obligando a ella a quedar con Silvia y conmigo. Por otra parte, Calendre no pidió ayuda; ella se encargaría de una estatua casi con una mueca de aburrimiento.
Así que quedamos Silvia, Karina y yo para enfrentarnos a una estatua que parecía desilusionada por tener como rivales a tres chicas tan caóticas y, a simple vista, débiles.
Marcus y Draco eran ágiles, esquivaban los cada vez más rápidos golpes de espada. Calendre, mientras tanto, tomó su guitarra y comenzó a afinarla, mientras esquivaba con mucha tranquilidad los ataques de una desesperada estatua.
Silvia usó su báculo para mantener a distancia los golpes de la estatua, mientras a medida que ganaba velocidad intentaba buscar una apertura para golpearnos. Entonces, usando los brazaletes de mi escudo, intentaba proteger tales aperturas, y Karina no paraba de criticar:
—Tienes los mismos trucos de la otra vez; con esa actitud no conquistarás a mi amado consoladora legendaria... ¡te enseñaré lo que es un buen y nuevo truco, ojojojo!
Entonces, de su anillo con las dos “v” surgió su tradicional espada, que para mi sorpresa y preocupación se había fortalecido, haciéndola más larga y gruesa (otra vez mi lado de cortesana se enreda con visiones extrañas). Pero lo sorprendente fue que tomó su anillo uniéndolo a su abanico, dando nacimiento a una espada de largo alcance de energía pura, con la cual súbitamente intentó atacar a la estatua.
Pero ella, usando sus dos brazos, bloqueó el ataque de Karina, haciéndola retroceder y alejándola de Silvia y de mí.
Entonces, un clash seco y el ruido de rocas de mármol deshaciéndose nos sorprendió a todos: Draco había partido la mano de una de las estatuas.
—Tendremos que avanzar más rápido, estas estatuas van ganando velocidad, como si la magia que las despertó se fortaleciera. De seguir así, no resistiremos mucho —mencionó Silvia, mientras la estatua se dirigía hacia Karina, que recién comenzaba a recuperarse.
—Entreténla, Silvia, yo intentaré llegar donde Karina.
Imaginé un lecho lleno de obstáculos, donde solo me quedaba confiar en mi cuerpo, en que mis sandalias no me iban a jugar una mala pasada. Así que, de un salto, me separé de Silvia acercándome a Karina.
—¿Qué tontera haces, cortesana, estando aquí ayudándome sin que nadie te lo pida? Ya sé, quieres condicionar tu ayuda con que deje de ver a Marcus. ¡Eso nunca lo haré!
—Escúchame, Karina. No tengo interés en condicionarte mi ayuda ni en Marcus. Mira esa estatua: si seguimos discutiendo entre nosotras, ella gana fuerza y velocidad. Tú tienes la única arma que puede vencerla, y Silvia tiene la suficiente agilidad para atacar desde arriba la estatua, y la única forma de que pueda subir tan alto es a través del escudo de mi brazalete.
—No, no te la daré. Si lo hago, se aprovecharán de mi debilidad —mencionó con orgullo y un dejo de timidez.
Recordé lo que ocurrió en mi pequeña batalla anterior con Silvia: quizás alejarse de su abanico o ser derrotada podría significar que el control que tenían sobre ella se debilitaría.
—Sé que para ti soy tu rival, y sé que esa competitividad que tienes conmigo es quizás una forma de cumplir tus objetivos. Y en honor a esa competitividad, quiero que nos enfrentemos en el concurso de poesía, no para quitarte a Marcus, sino para que puedas ser libre y sigas tu corazón, no los mandatos de alguien más. ¿No deseas amar a Marcus por tu propia voluntad?
Mientras hablaba con Karina, Silvia logró acercarse. Entonces, el clásico ruido de afinamiento de la guitarra de Calendre retumbó en mis oídos; apenas podíamos soportarlo. Incluso las estatuas se paralizaron.
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Editado: 21.12.2025