Eran, sin duda, los padres de Livia, amarrados a unos pilares de mármol.
—¡Cuidado, no avancen más! —mencionó la voz más aguda.
—¡Es una trampa! —dijo la voz más grave.
¡Eran los padres de Livia!
Mientras Marcus y Draco intentaban llegar a ellos, súbitamente tres fuentes de luz tan brillantes nos enceguecieron por unos instantes.
Al recuperarnos, vimos a tres tipos altos con túnicas negras y dos “V” encadenadas en la tela dorada. El símbolo era claro: eran seguidores de Laporia.
—¡Jajajaja! Ya era hora de que llegaran. Se demoraron mucho, infieles. Espero que hayan traído el dinero, aunque lamentablemente esta será su tumba. ¡Qué mejor que acabar con la competencia del concurso de poesía!… y facilitar el camino para dominar el gremio.
Silvia frunció el ceño. Aunque ambas sabíamos el plan de Airlia, este parecía tan previsible… a no ser que…
Marcus tomó aire y, enérgico, habló:
—En nombre de todos, ¡no creas que somos tan fáciles de vencer! Te arrepentirás tú y tu culto por todo lo que están haciendo. Ustedes tres no son rivales contra nosotros —dijo, sacando su espada y apuntándolos con gesto de confianza—. Y, por cierto, ¿por qué están en el cuarto nivel? ¿No deberían estar en el décimo?
Los cultistas se miraron y no aguantaron la risa.
—¿Y qué sentido tendría que estuviéramos en el fondo de esta mazmorra? Si ya con lo que vimos de ustedes sabemos que tenemos la victoria asegurada. Si nos quedáramos en el último nivel, los monstruos los habrían acabado antes de llegar aquí. ¿Y cómo no ver sus caras de desesperación ante la fuerza divina de la ira de Laporia?
El combate iba a iniciar. Mientras nos preparábamos, los tres sujetos levantaron sus brazos y recitaron un encantamiento. Entonces, desde el techo, un brillante sello mágico fue invocado: dos “V” entrelazadas con un brillo violeta que destacaba entre la niebla y la oscuridad.
¿Era eso… magia?
El sello mágico nos lanzó al suelo a todos, con excepción de mí y de Calendre.
Yo no caí, pero no podía moverme. A pesar de intentar llegar hasta Silvia, mi cuerpo no seguía a mi mente.
Miré a Calendre: ella, aún bajo ese poder, lograba avanzar, aunque lentamente.
Ver a Silvia, Karina, Draco y Marcus literalmente en el suelo, sin poder moverse, fue impresionante. Habíamos pasado de sentirnos casi invencibles a ser aplastados en cuestión de segundos.
Esa fuerza invisible no solo me sorprendió por su poder, sino porque este mundo parecía cada día más uno de esos mundos de RPG.
Y eso era preocupante, ya que el tiempo se nos estaba escapando de las manos.
Recordé mis brazaletes, mis aros… Esa pequeña diferencia me estaba permitiendo resistir un poco mejor. Pero mirando a Calendre… ella estaba a otro nivel.
¿Qué haré si algún día me toca enfrentarla?
Apenas logré mantenerme en pie.
Calendre seguía avanzando lentamente hacia ellos, lo que hizo que los cultistas pasaran al ataque.
Tomaron sus espadas cortas, algo sorprendidos, y mencionaron:
—No pensé que alguien pudiera siquiera caminar bajo el curso de Laporia, pero estas espadas bendecidas por su magia realizarán el trabajo.
Avanzaron con confianza, pero se detuvieron en seco, sorprendidos.
Desde atrás apareció una mujer alta, con cuernos y el atuendo de una sacerdotisa de Laporia. Se veía imponente y llena de furia. Las dos “V” doradas entrelazadas destacaban en su silueta, y su mirada, llena de desprecio, nos atravesó.
—¿Cómo se atreven a usar las bendiciones y la magia de Laporia para algo tan ruin como un secuestro? Desilusionan a mi maestra Airlia.
Levantando su dedo índice, una pequeña luz azul disipó el efecto del ataque de los cultistas, lo que permitió a nuestro grupo volver a levantarse lentamente.
La expresión de Marcus y Draco mostraba una mezcla de alivio, preocupación y sorpresa. Karina solo abría sus grandes ojos, impresionada.
Calendre la miró, luego pasó de largo, haciendo un pequeño ademán de saludo, y se acercó a los paralizados cultistas. Con voz firme y seca, sentenció:
—Quienes se atreven a contradecir los designios de Laporia ofenden a la diosa y me ofenden a mí. Enlodan la fuerza y el poder de la Diosa. Reciban el castigo de mi ira eterna y su condenación de toda vida.
—Ahora —extendió su brazo, levantando la palma—, desaparezcan.
Una bola de energía salió de su mano, alcanzando a los tres cultistas, quienes ardieron cuando la energía se volvió fuego.
Gritaron de terror mientras eran consumidos. Su voz se silenció, y de sus cuerpos solo quedaron tres pequeños montículos de polvo que el viento —quizás conjurado por la misma sacerdotisa— deshizo.
La sorpresa y el terror ante tal despliegue de poder nos paralizaron.
No era solo la protección que recibí por mi condición de viajera en el tiempo o la magia de Drusila. Era claro que Airlia, como representante de la “Diosa” Laporia, sabía que por fuerza bruta nunca lograría su objetivo.
La sacerdotisa negó con la cabeza.
—Esos idiotas —murmuró.
Luego se dirigió a los padres de Livia y, con un cuchillo, los liberó.
—Ruego que me disculpen. Cuando una religión crece tan rápido como la nuestra, muchas personas buscan aprovecharse de las bendiciones de Laporia. Me llamo Helena, y mi señora, la Suma Sacerdotisa Airlia, me envió a esta ciudad para abrir el camino hacia la fe verdadera. Espero puedan reencontrarse pronto con su amada hija.
Hizo una graciosa reverencia a los padres de Livia, que no sabían cómo reaccionar ante la escena terrible que acababan de presenciar.
Inmediatamente comenzó a caminar hacia la salida, dirigiéndose hacia donde estábamos nosotros.
Al pasar junto a Marcus y Draco, quienes aún miraban sorprendidos, dijo:
—Señor Marcus, enhorabuena verlo en esta ciudad. Su desaparición en Atenas fue algo curiosa, ¿no cree? —Marcus estaba pálido, pero digno.
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Editado: 21.12.2025