La costa estaba tranquila, las pequeñas olas mecían el bote de Aziraphale quien se encontraba pescando desde temprano en la mañana. Movía su cabeza con suavidad al ritmo de la melodía que salía del radio, sin sospechar siquiera que era visto por alguien.
Desde las profundidades había emergido Crowley, una serpiente marina que salía de vez en cuando, curioseaba entre las rocas o bajo los botes de pescadores y volvía a su cueva en el mar. Pero casualmente ahora estaba escuchando una canción muy bonita que salía de un curioso aparato en el bote del humano, observó al dueño del bote notando su cabello rizo de un color blancuzco que brillaba con el Sol, eso le pareció bastante hermoso.
Crowley sonrió apoyando sus manos en el bote inclinándose hacia arriba para mirar mejor, las piernas de aquél humano llamaron su atención, esto era algo que siempre le ponía curioso, él no tenía, y jamás había salido del agua. De ser así hubiese descubierto que su raza puede obtener figura humana una vez su cuerpo se seca, pero Crowley era solitario, no conocía a ningún otro de su especie.
— Por Dios, ¿cuándo pescaré algo?
Aziraphale se quejó, protestó por lo bajo preguntándose por qué no había podido pescar en toda la mañana, ¿es que los peces se levantan tarde? ¿A caso duermen siquiera? De pronto sintió como el hilo de su caña se movía, ¡había pescado algo! Recogió el carrete viendo el gran pescado que acaba de picar, ¿no era demasiado grande?
Parecía un poco muerto también.
Crowley desde debajo del agua observó la expresión de confusión en el rostro de aquél humano, riendo por lo divertido que se veía. Volvió a asomarse robando la red de pescar y nadó hasta las profundidades agarrando una buena cantidad de peces, amarró la red y al subir lanzó esta al bote, pegándose al fondo para no ser descubierto.
El rubio se sobresaltó al escuchar el estruendo detrás suyo, viendo aquella red llena de peces, ¿cómo sucedió? ¿De dónde salieron? Miró a su alrededor pero no había nadie, se asomó por el borde del bote intentando descifrar cómo era aquello posible. Lo único que podía ver en esos momentos era el reflejo de su cara, a pesar de usar crema solar tenía un poco rojas sus mejillas por el calor y el resplandor del Sol.
Un par de manos salieron del agua sosteniéndose al bote y a su paso, el torso de la serpiente marina salió a la superficie, bañado en gotas, con el cabello mojado escurriendo por todas partes, Aziraphale quedó inmóvil. Con una sonrisa de dientes afilados miraba a Aziraphale, quien cayó de nalgas en el bote al ver aquella criatura, era extrañamente hermoso. Curioso miró al rubio, sus escamas escarlatas brillaban al Sol y las gotas de agua le hacían ver como si tuviese perlas en su cuerpo.
— Dios, ¿quién eres tú? ¿Una sirena? —cubrió rápidamente sus oídos—. ¿Vas a tentarme con tu voz y asfixiarme en lo hondo del océano para luego comerme?
— Ay por favor, que gran imaginación tienes, como si eso fuese divertido, soy una serpiente marina, no una sirena, esas si son peligrosas —rodó sus ojos sin darle importancia, apoyándose contra el bote—. Tampoco voy a asesinar a un humano, ¡he pescado por ti! Sólo quiero algo a cambio.
— Bueno, si tú lo dices —no muy confiado destapó sus oídos, sin creerse aún lo que veía—. Gracias por los peces, has sido muy bondadoso, ¿qué es lo que deseas?
— Quiero que me regales esa caja que emite sonidos —señaló el radio.
— ¿Hablas de esto? Es mi radio, te la daría con mucho gusto pero no funciona bajo el agua —intentó explicarle.
— ¡Los peces tampoco funcionan fuera del agua y yo te los di! —protestó incómodo.
— Hey tranquilo, escúchame, no va a emitir sonidos nunca más si te lo llevas a lo profundo del mar —suspiró, aquél no parecía entenderle—. ¿No te gustaría mejor visitarme y así escuchas música siempre que quieras?
— Jmm, bueno, yo no te puedo invitar a mi cueva, así que no sé si podría visitarte... ¿No es descortés?
— Hagamos un trato, mira, yo vivo allá, ¿ves el muelle? Es mío, la casa cerca del muelle es donde vivo, dejaré el radio allí, puedes ir y escuchar música siempre que quieras —sonrió—. A cambio, cuando venga a pescar tu buscas peces para mí.
La serpiente marina no estaba muy convencido, pero le aceptó el trato poniendo una condición.
— Entonces, tú cada vez que vengas a pescar me regalarás algo que pueda llevar a mi cueva, que no se rompa bajo el agua.
Aziraphale le aceptó el trato, dándose ambos la mano, el apretón se sentía algo incómodo para Azira ya que la mano del otro era viscosa y fría, aún así le sonrió. Crowley no dudó en despedirse feliz y volver a su cueva de lo más tranquilo.
El rubio al principio si estuvo confundido por ver a un ser marino, pero en su vida pasaban tantas cosas raras que ya nada podía asustarlo. A partir de ese día Crowley y Aziraphale comenzaron su trato, el humano le regalaba cosas de la superficie y la serpiente marina lo abastecía con peces.
A Crowley le gustó pasar tiempo en el muelle escuchando música de la radio, y aveces Aziraphale se sentaba allí con él para oír juntos las melodías, charlaban, o simplemente se hacían compañía. Aveces Aziraphale le regalaba comida humana, pan, galletas que él mismo horneaba, y cosas así, a Crowley le gustaba mucho aquello, estaba aburrido de comer cosas crudas y le sentaba bien comer algo seco como el pan.
La amistad entre el humano y la criatura marina a penas comenzaba. Crowley no sabía nombrar todas las cosas de la superficie, a Aziraphale le gustaba enseñarle, no sólo que escuchara la radio, también le gustaba darle libros de ilustraciones. Aveces le explicaba que cosas se comían y cuáles no, ya que una vez la joven serpiente había intentado zamparse una paloma con todo y plumas.
Era realmente divertido pasar tiempo juntos, aunque seguía pensando lo bueno que sería si Crowley pudiese salir del agua.