Una semana y ya sentía que había perdido el respeto de las magas de mi comunidad. Desde su incursión, mi mundo se había trastocado. Mis mujeres de confianza revolotean a su alrededor como abejas alrededor de una flor, mi abuela compartía con ella profecías que solo unas pocas elegidas conocían. De repente experimenté que no era la sucesora del liderazgo de mi abuela, que mi futuro pendía de un hilo muy fino que estaba a punto de ser cortado por una extranjera para mi pueblo. Arislene no había nacido en nuestro límites, ni descendía de ninguna maga de aquí, pero todas parecían idolatrarla y no darse cuenta que ella no era una de las nuestras.
Me dirigí a la casa de mi abuela como cada mañana y allí se encontraba ella sonriente mientras escuchaba atentamente sus sabias palabras. Ocupaba mi silla y eso activó dentro de mi una escalada exponencial de rabia en mi interior. Giré sobre mis talones y cambié la dirección de mis pasos a pesar de escuchar a mi abuela llamarme para que les acompañara.
Al atravesar el poblado me fui encontrando con algún que otro mago que me saludaba y al que no contesté. Mis oídos se habían cerrado para el mundo, estaba inmersa en mis pensamientos. Cerré los puños fuertemente para controlar mi irá y, sin ser consciente de lo que hacía, encaminé mis pasos hacia el bosque que limitaba al sur de nuestro pueblo.
Desde pequeña aquel grupo frondoso de arboles habían sido el bálsamo para mi alma. Era entrar en su territorio y la paz comenzaba a inundar mi mente. Quizás ejercían ese efecto en mi porque caminar entre aquellos troncos era lo más cerca que podía estar de mi madre. Cuando era pequeña, ella y yo, nos escondíamos de nuestras responsabilidades en aquel lugar. Pasear por allí me recordaba aquellos maravillosos momentos vividos años atrás con ella. Me era imposible no sonreír al hacer volar mi mente al pasado.
Caminar por la frondosidad con la capa era difícil. Así que me la quité, la doblé y la dejé a la vera de un árbol. La recuperaría cuando decidiera regresar.
Conocía aquel bosque como si de mi propia familia se tratara. De pequeña incluso había puesto nombre a cada árbol. Al pasar a su vera iba acariciando sus tronco, ellos me respondían trasladándome cierta energía de su interior. Sin darme cuenta llegué al claro donde descansaba el ejemplar más longevo del bosque. En el centro, imponente, vivía alejado de los problemas mundanos que tenían lugar a su alrededor. No pude resistirme, al llegar a su altura, y le abracé. Era algo que siempre hacíamos mi madre y yo cuando llegábamos a aquel lugar. Por un momento, escuché su risa, aunque sabía que solo era fruto de mi imaginación. Sin romper el tacto con el árbol, recité un conjuro que mi madre había compartido conmigo, un libro y un cristal aparecieron en un costado del tronco. En sus páginas se encontraban los estudios que mi madre había recopilado a lo largo de los años entorno a la cueva de los cristales. Ella creía que si descifrábamos el enigma de aquella cueva nuestro pueblo sería invencible. Me sabía el contenido de aquellas páginas de memoria, sus palabras y sus dibujos inundaban mi cabeza. Mi madre había ideado varias teorías para salir victoriosa de entre sus paredes, pero nunca las había llevado a cabo.
Apoyé mi espalda contra el tronco del árbol y estreché fuertemente el libro contra mi pecho. En una de nuestras incursiones a la cueva, jugándonos la vida, nos habíamos hecho con uno de sus cristales. Creíamos que de ese modo podríamos descifrar el enigma. Lancé magia contra él y noté como absorbía magia de mi cuerpo que a continuación utilizaba en mi contra. Para parar la reacción que había generado apliqué el escudo de invisibilidad a mi alrededor. Mi madre estaba segura que esa era la forma de ganar a aquella cueva de cristales. Si funcionaba para parar un cristal, debía servir para pararlos a todos. Pero dentro de aquella cueva no solo soportarías el ataque de un cristal, debías resistir la agresión de cientos de ellos y bajo esas circunstancias, poder lanzar un escudo lo suficientemente fuerte para hacerte invisible de todos.
Si no quería perder el liderazgo de mi pueblo, debía reunir el valor suficiente para enfrentarme y salir victoriosa de aquella cueva. Debía poner en practica los estudios de mi madre, no tenía tiempo que perder.