"Perenne"
Las sabanas se deslizaron con brusquedad por mi piel en el momento en que mi corazón dejó de latir, acompañado de un jadeo de espanto total.
Tardé varios segundos en poder recomponerme, solo hasta estar completamente segura de encontrarme en el mismo lugar de siempre - mi habitación.- y sin nadie atacandome al rededor, recupere la compostura que perdí involuntariamente.
- Maldita sea. - Odiaba, con tanta fuerza, la forma en que todo parecía cobrar vida dentro de mi cabeza al punto de darme esos arrebatos de pánico, como si el simple roce de una espina en mi piel produjera una cortada profunda que conllevara a un desangramiento fatal.
Ocurría algo metafóricamente parecido con respecto a mis sueños y a mi mente y cuerpo. No importaba que tan insignificante fuera el daño dentro de lo que puedo llamar como... "irreal", siempre sufría un impacto fuera de mi cabeza, como ahora, despertarme de madrugada con el corazón a punto de salirse de mi pecho.
La última vez que tuve un sentimiento parecido, había despertado gritando levantando de paso a mi mamá y aunque ella no quiera admitirlo, a mas de la mitad de la colonia. Había tardado varios segundos en recomponerme puesto que la habitación había comenzado a dar vueltas, segundos que para mi mamá habían parecido eternos.
La puerta se abrió con fuerza con ella a punto de darle un pequeño infarto, en ese momento sus voces se escuchaban tan lejanas a mi, y los movimientos carecían de sentido o lógica, no pude entender nada de lo que sucedía en esos momentos. Fue peor cuando encontramos el rasguño en mi pierna sangrando en rojo vivo.
Mi madre desde hace mucho tiempo tuvo una educación católica muy apegada, asistíamos por lo menos cada domingo a la misma hora a la Iglesia que se encontraba cerca de nuestra casa, literalmente a la vuelta de la esquina. Ella era una creyente fiel, y debido a los sucesos que ocurrieron anteriormente con respecto a mi, llegó a la conclusión que un demonio me acechaba. ¿Falso? probablemente.
Un padre vino a hacer oraciones en mi habitación y también en cada rincón de la casa, roció agua bendita y dejo algunos crucifijos en las puertas de cada división de la casa, como si aquello fuera a espantar a lo que sea que estaba haciéndome daño, aunque en el fondo sentía que esto no estaba sirviendo de nada. Con el pasar de las noches debieron de haber dado algún tipo de resultado, pero el único avance que pude captar fue que dejaba de despertar gritando, solo amanecía bañada en sudor con pequeños ataques de ansiedad y temblores incontrolables calando mis manos y pies.
Fue suficiente para convencer a mamá que me encontraba mejor y nada malo estaba ocurriendo de nuevo. Era bueno, después de todo, no tenía por que preocuparle de más. Quizá hace mas de 8 semanas desde aquel suceso, y creo que he sabido manejarlo bastante bien para mi gusto.
Realicé la misma rutina de revisar con cuidado mis brazos y piernas, examinando cada parte de mi cuerpo expuesta, maldije en susurros por la escaces de luz que se encontraba a esas horas de la madrugada, prender la luz a estas horas pondría en alerta a los vecinos y definitivamente no quería mas rumores por la colonia, afortunadamente con mi poco rango de visión, pude ver que me encontraba ilesa, solo tenía la capa de sudor en mi frente y pecho aún cuando las cortinas de mi habitación permanecían abiertas.
Una suave brisa atravesó las cortinas beiges bordadas de mi madre acompañada de la luz de la luna, y por alguna razón después de tanto tiempo, no tenía miedo. Deslicé mis piernas por el colchón hasta quedar de pie en el extremo de la cama, al instante sentí el frio suelo de madera y procure ir de puntillas hasta acostumbrarme a la temperatura, al girar mi rostro observé que el reloj marcaba en números grandes rojos "4:30am".
Mis piernas me llevaron a pasos lentos hacia la ventana, retirando aún mas las cortinas para que la luz de la luna ingresara por la misma e iluminara la oscura habitación. En ese momento deje de sentir el miedo por completo, y por alguna razón desconocida, me sentía segura y a salvo.
Mis ojos viajaron de un lado a otro observando las ventanas pequeñas de las casas vecinas con las luces interiores encendidas, probablemente los alumnos de Universidades tendrían clases, la escuela quedaba ligeramente retirada de nuestra localidad a pesar que era un país un poco mas mejorado que hace algunos años. Si tenías un coche todo era un poco mas fácil, en cambio, para los que no corrían con esa posibilidad tenían que tomar el autobús a las 5 en punto, para después de 2 horas de viaje llegar a la Universidad mas cercana.
Me pregunté por un segundo como sería mi vida universitaria en cuanto terminara en 6 meses mis últimos escalones de preparatoria. Mentiría si dijera que la posibilidad de conocer nuevas personas no me emocionaba, tenía unas ganas inexplicables de vivir aquello que no se puede contar con simples palabras, aquello que se puede quedar grabado en tu memoria siempre, aquello que recuerdas con cariño y sientes una melancolía enorme por querer regresar a esos momentos.