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El recuento iniciaba en breve. Había sido una larga noche. El nacimiento de casi cuarenta bebés atendidos por los mismos doctores los dejó extenuados. Sin embargo, quedaba alguien más por venir al mundo.
— Doctor, todavía nos queda una mujer más por ser atendida— indicó la enfermera con una voz marcada por los vestigios del cansancio.
— ¿En serio? — preguntó el doctor — hizo un gesto de desinterés y se colocó guantes nuevos. No hubo ningún contratiempo y la bebé pronto nació. La madre quedó desmayada sobre la cama. Hubo de ser reanimada.
— Otra víctima más, nadie puede imaginarse cuánto odio este trabajo. Bueno, ni modo — afirmó el doctor para sus adentros y se fue.
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En la habitación contigua, se iniciaba el conteo de los neonatos de forma creciente.
— 14,531, 14,532, 14,533 — decía una enfermera mientras le colocaban el brazalete de identificación con su número en el brazo derecho a los infantes, quienes apenas se percataban de lo que ocurría a su alrededor. Algunos lloraban al mismo momento, otros dormían plácidamente después de tan traumática experiencia mientras que otros parecían estar a gusto en aquella sala del hospital.
Cuando el padre supo la noticia sobre el nacimiento de la niña, no pudo menos que sorprenderse a la vez que se entristeció. Era un acontecimiento único en al menos más de dos décadas. Las niñas morían al nacer y solo los niños prevalecían en aquella carrera contra la fatalidad de vivir. Al principio, no quiso conocer a la niña, pues desde un principio supo que su vida sería desgraciada. La única bebé que lloró durante toda la noche fue Helena, que así la nombró su madre. No hubo nada que se pudiera hacer hasta que, finalmente, al rayar el alba, se durmió agotada.
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Sara supo desde el principio, aquella noche que huyeron del hospital, que su hija era muy especial. No solo había nacido como la primera mujer de su generación después de una larga cadena de experimentos biológicos, sino que además había vencido un virus fatal. Virus que había sido diseñado en el mismo laboratorio BIOADNX. Víctor tenía el temor de contaminarse con este nuevo virus. Todos estaban paranoicos y pronto los agentes del Estado iniciaron la búsqueda de quien había vencido aquella maligna entidad. No solo era un ser excepcional, sino que además era una niña. Estudiaron su ubicación y les milimetraron cada movimiento.
Sara le hizo prometer a su esposo que cuidaría de su hija. — Por supuesto, Sara. No dejaré que nada le ocurra a nuestra hija.
— Gracias – atinó Sara. De pronto, los agentes irrumpieron en su hogar. La puerta había sido echada abajo, igual a la de otros vecinos. — Entreguen a la niña — ordenaron con voz autoritaria, detrás de la máscara de protección. Los rayos infrarrojos les apuntaban. Sara gritó: — No se la van a llevar. ¡No! A ella no — . Sin dudarlo, se arrojó contra los agentes quienes no vacilaron en dispararle. Su cuerpo cayó sin vida de manera inmediata. Víctor forcejeó con ellos y logró escapar con Helena. Viajaron durante muchos kilómetros evadiendo barricadas, siempre a través de caminos desconocidos hasta llegar a la granja del abuelo paterno de Helena
— Lo siento mucho — alcanzó a decir Víctor al afligido padre mientras lo abrazaba y de sus ojos brotaban sendas lágrimas.
— Está bien, gracias. Entra rápido con Helena, a la casa — expresó Iván. ¡Agáchate! Los han encontrado, no sé cómo, pero siguieron sus pasos — apenas terminó de hablar, disparó con su escopeta y logró alcanzar a dos de los agentes mientras un disparo certero atinó en su hombro izquierdo
El envejecido Iván se arrojó al suelo mientras se arrastraba sobre la grava para llegar a la casa. Pronto una ráfaga de proyectiles se le abalanzó encima. Helena lloraba sin parar: — papi, papi — gritaba. Su abuelo disparaba como podía. Pronto cesó la lluvia de balas y una voz gutural exclamó:
— Víctor, no vuelvas a cometer una estupidez. No hagas algo de lo que te volverás a arrepentir. Ya tuviste suficiente con haber creado una criatura perfecta y esconderla durante tanto tiempo. El juego se ha terminado. Te explico, el antídoto contra este maldito virus se encuentra en tu hija. Así que contaré hasta cinco y después entraremos.
— Uno, dos…— Inició el fornido hombre en voz alta.
— Jamás haremos eso, Aren — profirió Víctor.
— Tres, cuatro y cinco. Bien tú lo elegiste. Ustedes entren, derriben la casa si es necesario, pero traigan a la niña. La queremos viva. No lo olviden –ordenó.
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Pocos minutos después yacían los cuerpos agonizantes de Víctor e Iván sobre el suelo de la casa. Mientras tanto, Helena gritaba para que la soltaran. Fue entregada a Aren quien sonreía de manera maliciosa. Este pensaba para sí mismo que la nueva vacuna, una vez desarrollada valdría millones que lo harían más rico todavía. ¡Vaya triste vida! ¿Qué le depararía ahora a la pobre Helena?