La Dalia Prohibida

Capítulo VI: El Guardián de los Muertos

   El sujeto oscuro exhibiéndose de la nada frente del muchacho en una danzante nube ceniza, manifestó una apariencia un tanto tétrica a los ojos del mismo. Aspecto que poco a poco se convertiría en un cadavérico rostro humeante de espantosa sonrisa:

- Veo que sabes delante de qué presencia te encuentras, mortal. Y aun así te comportas de manera irreverente. Esto es intolerable – volviendo a reír con tono de burla – Pues me ahorraré la cortesía de las presentaciones entonces. Me limitaré a recordarte que Karolos Damen, guardián de las noches, exige un considerable pago para poderte escoltar hasta el “otro lado” – acreditando sus palabras mientras hacía surgir de la densa niebla una larga extremidad con su mismo estado, de huesos muy negros, humeantes, portando por la misma un inmenso martillo doble de elementos muy característicos. Llamaba mucho la atención la longitud del artefacto y su textura. Era extenso y de manera insólita muy delgado. Su sonrisa se vuelve efímera y continúa con su cuestión - ¿O es que no tienes nada para pagar como le sucedió a tu amigo?

- ¿El otro lado? ¡Soy un alma viva! No me puedes llevar “al otro lado” – refutándole para llevarse una de sus manos a la boca confundido, mientras soslayaba con sus ojos al extraño mazo - ¿Fuiste tú el que le hizo esto a Henerik?

- ¿A quién, a tu amigo? ¿Quién más podría ser? Acabo de compartir una queja sobre los demás guardianes del lugar, que al parecer andan veraneando – declara sin sentimientos, impasible.

- ¡Eres terrible! ¿Por qué lo hiciste?

- Es lo que hay. Éste no es tu mundo, ni el de tu amigo. Y yo soy un guardián. Guardián del reino de los muertos – haciendo ahínco en esta última frase – ¡DE LOS MUERTOS! Y ustedes, mortales, están mortificándome fastidiando al equilibrio de este lugar.

- ¿Pero cómo? - perplejo

- Bueno, mortal…, lo lamento si no eres capaz de entender cómo funciona el cosmos. No aceptaré más preguntas – acercándose mucho más a su rostro - Responde, ¿qué traes de valor del mundo de los vivos? – observando la faltriquera de Andréas mientras solicitaba contestaciones.

- ¿De qué te serviría las riquezas de la superficie en un lugar como éste? – juzgó mientras gestaba para esconder la faltriquera detrás suyo a la vez que hacía volatilizar al delicado temperamento del guardián – Estoy seguro que no tengo nada que pueda interesarte.

- ¿Vas a seguir cuestionándome, mortal? ¿En serio no pretendes respetar a los inmortales, o es que careces del miedo? – alejándose un poco del cuerpo de Corban, la criatura fantasmagórica – Ya me estás irritando.

- Me disculpo, señor Damen. Cualquier falta de respeto asúmela como respuesta al miedo de morir. Nunca pensé conocer éste lugar – subiéndose las manos a la cabeza en señal de desesperación.

- Por favor, ¡cállate! – suspira la aparición asestándole un poderoso golpe a su costado que logra revolcarlo varios metros por el suelo hasta alcanzar los límites de la pared – Limítate a responder mis preguntas y no quedarás en el estado tan deprimente en el que ha quedado tu amigo – apareciendo completamente tras danzar y eclipsar esas cenizas que le hacían ver tan impotente. Su aspecto era atroz, soberbio, inspiraba mil horrores. Un esqueleto gigantesco, humeante y de colores tostados, rodeado por esta oscuridad la cual Corban reconocía como Nýchta. Encapuchado, engalanaba una toga umbrosa que podía casi camuflarse con los rincones más anochecidos de la estancia. Equipado con éste extraño martillo doble y adornando en su espalda dos monstruosas y huesudas alas tan tremebundas como la de los mismos murciélagos.

   El alarmante golpe había atolondrado toda su existencia. Al ver cómo se acercaba hacia él la repelente figura, su miedo principiaba a ser inmediato. Corban sabía que no podía quedarse allí donde se encontraba, necesitaba moverse, pues si no lo hacía era muy probable que terminara en el estado magullado en el que se hallaba su amigo.

- Ya me estás mortificando, mortal desconsiderado – volviéndole a asestar otro golpe que trajo consigo los mismos efectos del preconcebido, desplegándolo por los suelos – Terminemos con esto de una vez. No tengo tiempo para esto y tengo muchas cosas que hacer – revela mientras acomoda sus ropajes – Cada minuto que paso aquí está corrompiendo a la maquinaria de la muerte y no pretendo meterme en problemas por mortales como tú. Vamos. Te llevaré a ti y a tu amigo a habitar por cien años entre las sombras de los muertos sin descanso.

- ¿Los muertos sin descanso? – rectifica el muchacho adolorido entre toces - ¿Es que acaso no te enteras de nada?

- Bueno, ¿tienen con qué pagar para cuando acabe con tu vida? – pregunta confundido el ser cadavérico – Me has dicho que no tienes nada de interés ni de valor encima. Ya me pagarás con los cien años errantes que me deben antes de que terminen en el olvido – aclarando - ¿Quién os manda a ser tan pobres? Hubiesen aprovechado mejor sus vidas en la superficie. Como mínimo ganarse el amor de alguien que pagara por vosotros, ¿no crees?

   Al parecer el daimon no era capaz de ver en Corban algo más. No dejaba de vislumbrarlo como otra cosa que no fuese un simple mortal; un humano en su condición concluyente. Pero también estaba claro que el muchacho desconocía por completo la “maquinaria de la muerte” y cómo era su funcionamiento. Por otra parte, podía darse cuenta que Karolos Damen no era un divino, aunque en la superficie habían muchos que solían consentirles títulos como estos. Podía recordar las historias de su familia, en la que se dictaba y se reconocía que el daimon era realmente el hijo de las noches (Nýchta) y de la oscuridad primordial (Skotos). El espectro deducía que tal vez el daimon por esto insistía en ahogarse en su propio orgullo. Quizás por culpa de detalles tan ínfimos como estos resultaban en comportamientos tan arrogantes donde llegaba a clamar a gritos ser venerado como un semejante.

   El espectro ya estaba cansado de todo lo que estaba sucediendo. Entre jeremiadas observa como la condición de su amigo principiaba abatimiento a su alma. Reconocía todo como un acto cruel del destino; o peor aún, maniobra de las divinidades del Concilio de Egan, el panteón hatriano. El ataque de Escila y Caribdis en la entrada de una de las ciudades de Nerós era más que probable que no fuera pura casualidad. Estos actos no solían suceder con reincidencia en los tiempos que se estaban viviendo en Hatria. Pero existían tantos motivos cuestionables que le llenaban la cabeza al muchacho de ocho mil barbaridades. Solo había que ver todo los secretos que ocultaba Andréas dentro de su faltriquera. ¿Pero qué certeza existía? Pues podía incluirse incluso al propio Tyrone reclamando las tierras de su madre, motivo principal por el que regresaban a las costas de Ennosigeo. Lo cierto era que las divinidades eran esotéricas y ambiguas. Todo esto de alguna forma estaba afectando la sanidad mental de Corban, llegándose a ofuscar muchas veces sin poder pensar las cosas con la debida claridad.




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