La Dama Celestial: Cuando el alma encuentra a su otra mitad

Capítulo 2: El interés

Justo cuando ya me había resignado a llevar adelante el voluntariado solo, una noche, mientras miraba Los Simpson en la televisión, mi celular vibró con un mensaje inesperado en WhatsApp.

—Hola, buenas noches. Leí algo sobre una actividad de voluntariado y me gustaría participar —decía el mensaje.

Era una frase sencilla, pero había algo en el tono que capturó mi atención.

—¡Buenas noches! Un gusto conocerte —respondí de inmediato, con un toque de curiosidad, y luego agregué algunos mensajes de voz para explicar en qué consistía el voluntariado—. Si te interesa la idea, podés sumarte.

La respuesta llegó casi al instante, con una naturalidad que me sorprendió.

—¡Sí! Estoy de acuerdo y me encanta lo que proponés. Felicitaciones por lo que hacés. Me llamo Catalina —agregó, acompañando sus palabras con un emoji sonriente.

Sus palabras, tan sinceras y directas, me impactaron.

—Un gusto, Catalina. Gracias por tu interés. Soy Facundo y coordino el proyecto. Hago todo con el corazón, en honor a la Virgen María, que me guía cada día.

A diferencia de otras conversaciones con personas interesadas, la nuestra huyó con una espontaneidad poco común.

Ella se llamaba Catalina Kowalski, tenía 26 años y había nacido en San Cayetano, una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires. De chica se había mudado a La Plata, y era descendiente de polacos. De hecho, su apellido Kowalski es de origen polaco.

Noté que no tenía foto de perfil en WhatsApp. Por lo general, no le daba importancia a esos detalles, pero esta vez no pude evitar preguntar.

—Veo que no tenés foto de perfil.

—¡Ah, justo la iba a cambiar ahora! —respondió riéndose—. Vi tu publicación en Facebook y me distraje, ja, ja, ja.

Minutos después, Catalina actualizó su imagen. Cuando la vi, me quedé sin palabras. Su rostro era un encanto: era de piel blanca, tenía unos bellísimos ojos marrones llenos de luz, su cabello era castaño oscuro y estaba recogido con elegancia, además de que en esa foto de perfil, Catalina mostraba una sonrisa que parecía iluminar la pantalla con sus dientes blancos. Su apariencia física iba de la mano con su descendencia polaca, ya que aparentaba tener rasgos físicos acordes.

La conversación continuó durante horas. Catalina me contó que trabajaba como maestra de jardín de infantes y que era católica practicante. No asistía a una parroquia ja, al igual que yo, pero visitaba distintas iglesias buscando esa paz especial y particular que solo se encuentra en la fe católica y cuando uno entra a un templo católico.

Luego, con una mezcla de timidez y valentía, me hizo una pregunta que no esperaba.

—Me gustaría saber algo: ¿Sos soltero? —cuando leí eso, quedé sorprendido sin creer lo que me había preguntado. Dudé un momento antes de responder con sinceridad. No quería parecer raro.

—Sí, soy soltero y estoy esperando a la mujer que Dios eligió para mí. ¿Y vos? —pregunté también, mientras mi corazón comenzaba a latir más fuerte.

—También soy soltera y estoy esperando al hombre indicado —dijo en un mensaje de voz lleno de dulzura—. No es fácil, pero siento que Dios y la Virgen María me guiarán hacia él.

Al saber que ella estaba soltera, apreté los puños y un “Vamos” salió de mi boca.

Sinceramente, me sorprendía mucho la manera en que Catalina era tan directa conmigo y tomaba casi la iniciativa en la conversación. En Argentina, las mujeres no suelen acercarse primero a los hombres, pero Catalina parecía ser muy curiosa y decidida.

Su voz era pura armonía: femenina, melodiosa, con un calor que parecía abrazar el alma.

—Es lindo saber que esperás a la persona indicada. Creo que el amor es una cuestión de coraje, de buscar algo auténtico y duradero —dije, sintiendo que esas palabras salían directamente del corazón.

—Pienso exactamente lo mismo. Siento que sos una persona especial —respondió, acompañando el mensaje con un emoji de corazón.

Esa noche me dormí con una sonrisa que hacía mucho no tenía. Catalina había despertado en mí un sentimiento que creía olvidado. Esas sensaciones de mariposas en el estómago, de paz interior, de que todo está bien, solo con ella pude sentirlas.

Al día siguiente, después de cumplir con mis obligaciones, nuestra conversación se retomó. Catalina me mandó la foto de su gato, Nino, un pequeño felino blanco con ojos dorados.

—¡Qué lindo gato! —le escribí, enviándole una foto de Tito, mi gato blanco y negro—. ¡Me encantan los gatos!

Compartimos risas y anécdotas sobre nuestras mascotas, pero pronto la charla se volvió más profunda. Tocamos algunos temas sensibles y directamente relacionados con los valores humanos, como por ejemplo el tema del aborto.

—Creo firmemente que el aborto es un asesinato. No se puede matar a un bebito indefenso. Digan lo que digan, el aborto es un acto criminal. —expresó Catalina su postura en contra del aborto y acto seguido, me mostró su pañuelo celeste, símbolo del movimiento provida en Argentina.

Cada palabra que decía encendía en mí una admiración creciente. El sábado siguiente, nos encontraríamos para hacer voluntariado en un centro de adultos mayores.

Esa noche, levanté la vista hacia las estrellas y susurré una oración de agradecimiento. Sentía que Catalina era un regalo. Ya a la distancia parecía ser linda, buena persona, con bellos valores y muy cordial. No veía la hora de descubrir el destino que Dios nos deparaba a ambos. Pintaba todo muy bien de entrada con Cata.




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