La dama de honor & el padrino de bodas

9| Annelise de Vara

Camila

 

Jamás pensé que esta noche me arrastraría hasta este caballero alemán de antifaz andante o que estaría en la recepción del hotel, tomada de su mano y pidiendo una suite.

¿Desde cuándo me acuesto con extraño? Una cosa es besarlos y otra es hacer el amor con ellos.

Que picara eres, Annelise de Vara.

Al principio solo quería dejarlo como una casual conversación en un bar. Dos extraños que establecen conversación, solo haciéndose compañía, nada más. Le echo toda la culpa a su manera tan fácil de hablar y llegar a los confines de mi alma y querer tomarla como suya. Desde Armando nunca nadie me había besado con tanta pasión.

Por un momento se me hizo tan familiar a una vieja persona conocida, ni su nombre recuerdo. Pero cuando dijo lo de hacer el amor y los besos, fue como volver a la secundaria y escuchar al mismo chico que nunca se callaba contestarle al profesor de filosofía sobre el tema del Amor libre que yo misma había traído a colación después de leer sobre Percy Shelley. Fueron las mismas palabras, pero diferentes timbres de voz. Una de aquel niño y la de Wilhelm.

Solo debían ser coincidencias.

Tendríamos la peor de las suertes si él fuera ese niño que ni su nombre recuerdo. Debo dejar de revivir pasado y concentrarme en mi próximo movimiento.

Estamos en el elevador y ninguno sabe qué hacer. Si me guio de las películas de romance, él debería estamparme contra la pared del elevador como un acto cavernícola de que no puede contener su excitación por este momento. ¿Me gustaría que lo hiciera? Creo que no soy tan picara así. Me gusta como esté yendo todo hasta ahora, sus besos delicados y dulces me dicen que jamás haría eso. No es atrevido, más bien es precavido y cuida mucho lo que dice. Creo que haberme dicho que quiere hacerme el amor es lo más zafado que ha dicho puesto el sonrojo de su rostro. Jamás había visto a un hombre sonrojarse levemente, pensé que era algo muy de mi género y lo de ellos era provocarlo.

Qué equivocada estaba.

Cuando el elevador se detiene en nuestro piso, toma mi mano y deposita un casto beso sobre la unión. Tira de nuestras manos y caminamos con tranquilidad. Sabemos lo que vamos hacer y la verdad me gusta no ver esa faceta tan típica de hombre desesperado por mirar lo que esconden mis pantaletas. Su calma me calma. No puedo creer que he pensado eso, ¡Dios!

Estamos frente a la puerta de mi locura. Mi corazón se da cuenta de eso y comienza a repiquetear tanto que creo que Wilhelm ha escuchado algo y se detiene de meter la llave y se vuelve a mí.

—¿Estás segura de esto? —por supuesto que estoy segura.

—Comprendería completamente si no te sientes seguro. Prometo tratarte como un príncipe, me detendré si así lo quieres y prometo ir despacio para que no te duela —bromeo para aligerar el ambiente y cuando él se ríe decido continuar—. Quiero esto. Abre la puerta y hazme el amor.

Qué demandante.

—¿Puedo besarte? —pide.

Me acerco más y rompo cualquier milímetro de distancia entre nosotros, estoy tan cerca de él que no necesito mover mis brazos para rodearlo. Puedo oler mejor su colonia combinada con algún tipo de licor y debo decir que es como estar sentada junto a mi abuelo. ¡Ay no! No puedo estar a punto de cometer una locura y recordar al correcto de mi abuelo, seguramente desaprobaría esta conducta tan liberal.

Okay. Voy a olvidar la comparación de su perfume.

—Deja de pedirme permiso para probar mis labios.

—Antes quería probar tus labios, ahora quiero hacerlos míos —es su respuesta y mis mejillas se calientan.

Soy una tetera, estoy hirviendo con esas palabras. Si él no pone esa llave en esa puerta en estos exactos momentos, me desnudaré aquí mismo porque si esas serán sus palabras no me importa el lugar. Solo quiero escucharlo susurrarme esas cosas mientras jadeo y me deshago entre sus brazos.

—Solo hazlo —ha sonado como una orden, pero no me importa.

Al principio está reacio y parece tener una batalla interna con su ser, pero me alegra que haya ganado la parte romántica y erótica. Su beso es fuerte y a la vez refrescante, antes era dulce y cuidadoso.

Me ha mordido el labio inferior, nunca me había mordido el labio.

Aplico sus palabras sobre que estos actos son diseñados para hacerlo de a dos y maniobro para seguirle el ritmo. Ahora es un beso desesperado y sexi. ¿Sexi? Sí, es sexi. Vaya he pensado en sexi sin ponerme nerviosa o tonta. Eso es sexi.

 Lo ayudo a abrir la puerta, llevábamos mucho tiempo afuera y yo no quiero solo sus besos, siempre he pensado que un hombre ágil con las palabras debe hacer maravillas en otras situaciones. Es momento de comprobar mis teorías no sé cuándo vuelva a estar en presencia de un hombre que no necesita alcohol en su sistema para ser bueno con el lenguaje romántico.

Entramos de impacto y por poco caemos al suelo, es ahí cuando nuestro beso se detiene. Quiero más, pero él se queda de pie y se detiene a ver lo que tiene al frente, a mí. En otras descripciones, me estudia de arriba abajo cuando yo solo quiero que me tire en esa gran cama y me haga jadear y susurre sus liricas, ahora entiendo mejor a la fiera.




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