Camila
Su perfume es dulce y su manera de apretar el volante mientras maneja me provoca seguir mirándolo más. Oliver es de pocas palabras, sin embargo, sigue atrayendo conocerlo.
—¿Desde cuando tienes este auto? —Pregunto, la verdad no me interesa mucho.
«Quien lo diría…, y eso que solo viniste por el auto. Claro, solo viste a la belleza que lo conduce y se te zafaron las tuercas.»
Tú debes callarte por hoy.
—Lo compré hace dos años.
¡Oh, qué interesante! Cuéntame más, pero no dejes ese vacío, por favor.
Armando jamás se quedaba callado.
Sacudo mi cabeza, no voy a compararlos.
—Y…, ¿qué estudiaste?
—Literatura. —Sonríe y desvía su mirada a la mía para luego devolverla al frente—. Quería ser escritor, pero no se me dio. ¿Tú?
Oh, no.
—Digamos que muchas cosas y a la vez, nada.
—¿Cómo es eso? —Frunce el ceño.
Suspiro pesadamente. Me deprime de maneras exasperantes hablar sobre mí, laboralmente.
—Complicado para de explicar para una primera cita.
—¿Acaso me incitas a invitarte a una segunda? —Nos miramos levemente, ambos esbozando sonrisas tímidas y coquetas—. Hemos llegado.
Cuando bajamos del auto, sigo coincidiendo conmigo misma de que Oliver en vestimenta casual es lo mejor que pudo pasar hoy. Por una extraña y tétrica razón pensé que vendría en traje formal y cabello peinado, como siempre, aunque su cabello desordenado es mucho mejor y como los rayos del sol que se oculta chocan contra sus mechones, solo provoca hundir mis dedos en ellos.
¿Se verá mal si lo hago? Es que se ve muy sedoso y suave. ¿Qué más da?
Acabo de hacerlo. He tomado la iniciativa y sacudí su cabeza.
—¿Qué haces? —Se mira entre asustado y sorprendido.
—Tu cabello es hermoso, tanto como el de una chica.
De nuevo ese sonrojo. Este hombre me hace caer al precipicio con una enorme sonrisa de satisfacción. No sabia que me gustaban los hombres tímidos y que se sonrojan desde que lo conocí.
—¿Gracias? El tuyo también está bien peinado. Quisiera hacerte lo mismo, pero sería pecado dañar semejante honor a la elegancia y delicadeza femenina.
—Qué elocuente, joven Oliver. —Ahora sé que también me gustan los chicos con un vocablo extenso.
Me vuelvo a enrollar de su brazo. Comenzamos a caminar sin decirnos nada, tomamos el elevador y llegamos hasta la planta de comida rápida. Oh, es de los chicos que llevan a comer, antes de nada, me gusta esa actitud.
Pero…, ¿por qué pasamos como si nada este sector celestial? Tengo hambre mental, quiero la hamburguesa de ese chico, la malteada de chocolate de esa señora, esa cajita feliz de pollo… quiero comer… no me puedo decidir.
«Nada con salsa. Recuerda que tienes una bestia en tu interior, animal. Podrías espantar al chico.»
Es verdad, Milo me lo dijo más de diez veces antes de venir. Creo que incluso estaba más ansioso por esto que yo, me pregunto que es lo que trama mi mellizo… me preocupa ese muchacho.
Ahora estamos frente a ¡mi arcade favorito! ¿Cómo lo supo? No vengo aquí desde hace tanto tiempo. Mis ojos deben de estar brillando en estos momentos, miro a Oliver como si quisiera abalanzarme sobre él y besarlo mucho.
«Cálmate mujer.»
Es que ha hecho esto. Pensé que iríamos a un restaurante elegante o un helado y adiós, pero esto… necesito abrazarlo, quiero besarlo. Pero no, como dice mi conciencia, debo controlarme.
—¿Quieres entrar?
—Eso ni se pregunta. —Tomo su mano y lo jalo dentro del establecimiento.
Es verdad, la mayoría de las personas que viene aquí son adolescente, pero yo también son joven y tengo derecho a gritar como loca mientras gano tiquetes para canjear. La vida es una y cuando te pagan la tarjetita hay que disfrutar.
Primero uno fácil. Señalo la maquinita y Oliver inserta la moneda, el juego comienza y me desprendo de la realidad para golpear al maldito topo mientras pasan los segundos, debo ganarme como diez tiquetes aquí.
—Parece que tienes 1300 puntos —avisa Oliver.
25 tiquetes.
—Vaya, parece que rompí mi récord.
—Felicidades. ¿Ahora a dónde?
Me quedo pensativa.
—¿Sabes jugar basquetbol?
Ahora Oliver se queda pensativo.
—Depende de la distancia.
—Ven conmigo.
Nos volvemos a tomar de la mano y caminamos hasta la maquina de meter la pelota en la red. Le quito la tarjeta a Oliver y doy comienzo al juego.
—El que gana elige el siguiente juego —reto.
—Y paga la cena.