La dama de honor & el padrino de bodas

19| Camila

«—La vida no es una maldita utopía, Camila —bramó Armando—. Tu amor no es suficiente.

Fue como ser disparada con una flecha, directo al corazón.

—Sé que no, pero podemos resolver lo que sea. Siempre lo hemos hecho así —trato de mediar.

Armando se ve más desesperado que en otras ocasiones, como si la razón lo abandonara. Me acerco y me dispongo a tomar su mano, pero me aparta con una mirada completamente desquiciada.

—Camila, tú y tus idiotas ideas de superación no han parado de enfermarme.

Sin quererlo, las lágrimas comenzaron a abandonar mis ojos.

—Nos prometimos algo cuando nos dimos nuestro primer beso, ¿lo recuerdas? Para mí no fue solo una promesa de niños y es gracias a eso que tengo la fuerza de decirte que te quiero y por favor, no me apartes. Dime lo que te sucede, prometiste decirme todo. Déjame luchar por nosotros, recuéstate en mi hombro, Armando, cariño…

Los ojos de Armando también se cristalizaron. Sin esperarlo, se acerca a mí y me abraza con tanta fuerza que casi no puedo respirar y pensar, solo me aferro a él como una tonta. Se siente como una despedida, pero no quiero que sea así.

Por favor, quédate, no me dejes.

—Lo siento —dijo él, entre lágrimas—. Te amo demasiado para dañarte. Adiós, Camila»

—¡No me dejes! —La cabeza comenzó a palpitarme.

Fue una pesadilla. Parece que los mil y un demonios han tenido una fiesta, la cabeza me palpita dolorosamente.

De repente, escucho un jadeo. Eso no provino de mí.

—Vamos, estoy cansado —murmura a mi lado. Seguido cubre mi pecho con su brazo y los aprieta—. ¡Qué enormes!

Su cabello casi rubio me hace dudar un poco de mi realidad, pero es el brillo de su arete lo que me hace pararme sobre el colchón y patearlo.

—¡ALEJATE DE MÍ!

Inmediatamente, abre sus ojos estrepitosamente.

—¿Qué piedras te metes en la media? ¿Quieres sacarme la cena? Diablos —se queja.

Como si tuviera la potestad de hacerse el indignado en este momento. Se metió en mi cama, joder.

«Se metió en tu cama. Es Lewis y tú, haciéndote ideas locas. ¿En quién pensabas?»

Nada que convenga mencionar. Ese maldito de Lewis.

—¡Ya llegué con la chancleta! —Avisa Milo.

¿De donde salió este?

Milo mira de muy mala manera a Lewis. Como si fuera una pantera se abalanza sobre la cama y lo jala del pie.

—Paz y amor —clama Lewis, agarrándose del mueble de la cama—. Repite conmigo, Milo.

Milo sonríe diabólicamente y comienza a golpearlo con la chancleta.

—Te voy a repetir las mil y una torturas, maldita cucaracha.

Lewis grita desgarradoramente.

—¡Puedo explicarlo! ¡Vamos, escucha lo que tengo que decir! ¡Esto duele mucho!

¿Qué hago yo? Pues ahorita estoy cerrando la puerta del cuarto para darles más privacidad. Dejando como música de fondo los gritos de Lewis, el sonido de la chancleta golpeando su espalda y Milo riendo como un demente, llego a la cocina.

Mi mente todavía se encuentra en un estado de confusión. Todo pasó rapidísimo; mi sueño es un recuerdo de hace tres años, despierto y Milo está a mi lado, llega Milo con una chancleta. Pero, ¿qué rumbo va a tomar mi vida?

«¿Te sorprende lo de Milo? Hermana, que compartimos útero con ese demente.»

Es verdad. Mejor me tomo un té para relajarme o ¿qué sigue? ¿Oliver tocando la puerta?

Como si esas cosas pasaran. Además, que no me echa ni una llamadita desde nuestra cita.

«Sí, la decepción de que ni un besito fue capaz de dar sigue latente. Ya verá cuando me toque narrar desde su mente.»

Hago una mueca. Mejor bebo mi té.

—El bebé de papi dice que duerme contigo desde que llegó. —Milo aparece en el umbral de la puerta. Está amarrado de brazos con una cara de pocos amigos.

—¿¡Qué!? —expreso, sintiéndome abusada. Y para mostrarlo, me abrazo—. Dime que lo mataste, ya veremos cuando amanezca en qué basurero lo tiramos.

—No lo maté, pero hice algo mejor. —Milo sonríe tenebrosamente.

Suelto un suspiro.

—¿Podemos terminar en la cárcel o con una demanda? —Es lo que me interesa.

—Un exilio de parte de los Thorne y mamá gritándonos todas las maldiciones existentes por teléfono. —Se encoge de hombros—. Yo ya estoy exiliado de esa familia, puedo vivir con ello. Además, mamá me gritará sí o sí cuando me digne a contestarle las llamadas.

Frunzo mi ceño.

—¿Por qué no le contestas a mamá? —Lo reto con la mirada y luego relajo mi cara—. ¿Eres suicida? Lilian Thorne no es una mujer a la cual le puedas no contestar una llamada.

—“Quien tenga miedo a morir, mejor no nazca.” —No tengo idea de a quien está citando, pero seguramente el autor de semejante frase no lo salvará de nuestra salvaje madre.

Dejamos nuestra conversación ahí. Yo sigo bebiendo mi té y Milo abre la nevera para beber directamente de la caja de leche, aun cuando le he dicho que solo yo puedo hacerlo. Así que le doy un codazo para recordarle.

El reloj marca las 5.30 cuando el teléfono de la sala comienza a sonar. Al ver que Milo no mueve pero que ningún pelo con la intención de contestar, como toda dueña de hogar que soy suelto un gran suspiro frustrado y voy.

—Buenas madrugadas.

“Buenas madrugadas”, necesito volver a dormir.

—¿Puedo ir a tu casa? —Preguntan sin vaselina de por medio.




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