La dama de honor & el padrino de bodas

20| Oliver

“Toma tus armas y enfréntalo, hay sangre en la corona, ve y tómala.”

—Este es tu momento, ahora es tu tiempo… —canturreaba a todo pulmón.

De alguna manera me siento identificado con este fragmento de la canción sonando en la radio. No soy de escuchar mucho rock y ese estilo de música, pero con ella en el auto me toca redimirme.

No es tan mala, he de admitir.

—¡RISE! —Gritamos ambos al tiempo. Luego nos miramos y reímos, diablos como extrañaba esto.

—¿Estás seguro que puedo acompañarte? —Pregunta. Sus mejillas se han ruborizado un poco y el color hipnótico de sus ojos se ha vuelto más profundo.

Chasqueo mis labios y le sonrió.

—Segurísimo.

—Okey, ¿te parece si antes pasamos por una cafetería? Tengo hambre desde que salimos de la oficina.

—Qué raro. —Hago una mueca—. Rechazaste mi invitación a almorzar.

Vacila un poco.

—Después de la llamada que atendiste en el momento, sentí que no era lo correcto. Me gusta hablar mientras almuerzo y tal vez, estarías perdido en tus pensamientos y no me darías la atención suficiente.

—¡Puf! Esa llamada no me alteró…

Ella suspiró.

—¿En serio? Apenas la terminaste, maldijiste y gritaste a Arnoldo que tenías algo que hacer y no te quedarías hasta tarde… entonces, miraste el celular una vez más, maldijiste otra vez y luego me miraste con los ojos más abiertos que un gato y entonces, me invitaste a almorzar. Sí…, tú no estabas intranquilo.

—Je, je… no me di cuenta de nada —musité, más rojo que un tomate y con un calor del demonio sobre mi cara.

¿Yo hice todo eso? No recuerdo nada… ¿qué me pasó?

¿Qué puedo argumentar a eso? La llamada de Camila me dejó inquieto, tanto que adelanté mi trabajo para salir lo antes posible a su encuentro.

—Bueno, lo que pasa es que tú me calmas.

Extrañamente cada vez que aparece, mi mundo parece chocar con el fin. Es como si mis problemas la llamaran para que con su dulce presencia tranquilice mi ser y me deje ser arrastrado por la ruda corriente. ¿Qué estoy pensando? De nuevo, estoy pensando con lirica.

—O sea que estás utilizándome. Que lindo ser la distracción —expresó con notorio sarcasmo y una sonrisilla picara.

—No deberías preocuparte por mi atención —abogo a mi persona, apartando mi mirada completamente del frente y fijándola en aquellos ojos celestes que me ofrecieron una segunda oportunidad para recuperar la confianza en mí mismo hacia tanto tiempo—. ¿A dónde quieres comer? Yo invito.

—¿Estamos con tiempo? No quiero interferir con tus planes tampoco. Son tus amigos.

—Tú eres más que eso —la respuesta brotó de mí, haciéndonos ruborizar—… eres mi ¡BESTO FRIENDO! —Usé mi mejor imitación de voz de anime.

Sin embargo, como dicen las grandes mentes del desastre: “una vez metida la pata, debes hundirla hasta el fondo.”

Ambos apartamos la mirada al instante y el silencio comenzó a acompañarnos.

«” Tú eres más que eso”»

¿Qué rayos? Soy reverendo perdedor patético. Cada vez que estoy con una chica que me interesa o interesó de manera romántica, las palabras idiotas poéticas salen de la nada.

Termino apretando el volante y piso el acelerador. En eso, ella comienza a reír sola.

Ya la desquicié, excelente, Oliver.

—¿Qué te pasa?

—Es que eres una ternurita —admitió entre risas—. ¡Por eso también eres mi BESTO FRIENDO! Aunque ya sabes que conmigo no tienes que forzar las palabras. Somos viejos conocidos, Oliver.

—Sí… eso lo sé. ¿Te parece almorzar en esta panadería? Venden unas donas rellenas deliciosas y también palitos de queso y otras cosas, vamos.

Sin darme cuenta, ya estaba al frente de la casa de Camila. Regresar a un restaurante de lo que Mara frecuenta y volver sería un desperdicio de gasolina cuando esta panadería es mucho más económica y deliciosa.

—Ya que tú invitas. Aunque, espero no lo hagas por la promoción que tienen —comienza a decir y yo me le quedo mirando extrañado—. Después de todo sigues siendo Señor Ahorro.

Ese apodo de la universidad no me gustaba para nada, aun cuando era una manera tierna de llamarme tacaño. Mara fue quien lo creó y así me llamaron hasta que por fin me gradué, muchos de mis compañeros ni siquiera sabían mi verdadero nombre por ese infernal apodo.

—No sé de qué hablas. Aquí no hay promoción —me defendí.

«“Señor Ahorro ha dicho que este lugar es mejor. ¡Cuidemos nuestros bolsillos con el Señor Ahorro, muchachos!”»

Maldita sea, mi corazón se acelera de la vergüenza al escuchar eso.

—En el cartel se lee: “¡Gran promoción por aniversario de bodas! Todo a mitad de precio para las parejas románticas y pasionales, ven y disfruta del amor en nuestra panadería.”

Se volvió a mirarme, con la ceja enarcada y una sonrisa juguetona-seductora. De repente, vuelvo a someterme a los recuerdos universitarios un tanto más salido de la clasificación para niños como para describirlos ahora.

Solo diré que eran candentes, muy candentes. Y yo fui inocente, el rey de los ingenuos.

—No tenía idea de nada, solo he parado aquí porque está relativamente cerca de la casa de la reunión.

—Si Señor Ahorro lo dice… bien, nos tocará ser acaramelados para participar de la promoción.

Tragué duro, miré bien a Mara y volví a tragar duro.

—¿Acaramelados? Con tomarnos de la mano basta, ¿no?

Hizo una cucharita con su labio inferior, eso quiere decir que se lo está pensando.

—No es gran problema actuar acaramelados, digo, de por sí la vergüenza entre nosotros está demás dada nuestra historia.

Mi corazón se siente acelerado.

—Bueno, tienes razón —dije, con mi mejor sonrisa—. Vamos, Marabubibú.

Así solía llamarla su hermano en la universidad para fastidiarla.

—Te odio, Oliver —respondió ella, rodando los ojos y saliendo del auto.

Una vez, ambos estamos frente a la entrada de la panadería, Mara busca tomar mi mano y es cuando aprovecho para apachurrarla a mi pecho y entrar. Si voy a aprovechar esta promoción, debo ser más dulce que la malva.




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