CAPÍTULO 28: CONVERSACIONES PERSONALES
El trabajo estaba de locos. Todos estábamos de allá para acá con velocidad, nos chocábamos en los corredores y estábamos tan metidos en lo nuestro que se nos olvidaba ofrecer disculpa y prestábamos menos atención en aceptarlas.
Es sorprendente que dada mi posición de presidente ejecutivo también me encuentre dentro de este colapso. Debería ser la luz que alumbra en la penumbra, pero puedo estar incluso más desesperado que la oficina entera.
Arnoldo entra a mi oficina, con carpetas bien organizadas. Dentro de cada una está el informe bien detallado de cada departamento junto con los movimientos dentro del área financiera, lo más importante. Ambos trabajamos sobre ello por mucho tiempo, desvelados una que otra noche. A ninguno nos importó, estaba nuestro precioso listo para la que se convertiría en mi junta más dura en lo que llevo al frente de la editorial.
—¿Tienes lo que te envié de Lovecraft? —Pregunto a Arnoldo.
Mi asistente asiente. Me muestro complacido.
—Los borradores están como anexos dentro de las carpetas. Al igual que la regularidad de los envíos de los cinco capítulos que ha enviado.
—¿Kara está lista?
Arnoldo se ríe ante la mención.
Kara, mi gerente dentro del área de ediciones. Es la responsable de argumentar sobre estos borradores desde la perspectiva de un verdadero lector, lo haría yo, pero digamos que no puedo contar como uno. Independientemente de lo que suceda, creo en cada palabra que Lovecraft ha plasmado en esos borradores; confió que su historia nos puede devolver la gloria. Es de las escritoras más capaces de la nueva era, estoy seguro. Espero también que Kara lo pueda expresar así o mejor.
—Antes de firmar la entrada la vi leyendo un escrito y cuando me acerqué resultó ser el discurso. Digamos que está preparada.
Asiento. Y la primera punzada del día azota mi cabeza. Es tan fuerte que aprieto mi puño y cierro mis ojos con fuerza.
—Es todo por ahora. Gracias, Arnoldo.
Sé que notó mi malestar. Se ve preocupado, pero me conoce lo suficiente para saber que si trata de hacer el papel de salvador solo provocará que aumente mi dolor de cabeza.
—A la orden, Oliver.
Tomo la pastilla cuando vuelvo a estar solo. Ya mi visión se volvía un tanto borrosa, todavía no me armo de valor para acudir con el médico. Debí hacerlo después del colapso de hace días, pero sabía que fuera lo que fuera, me recomendaría descanso y realmente no puedo. No ahora. Necesitaba trabajar duro sobre esto, necesitaba demostraba mi capacidad para llevar este puesto.
Me saco las gafas y comienzo a masajear mis sienes. Poco a poco voy calmándome y mi cabeza se recompone al menos para aparentar.
Escucho mi teléfono sonar y me apresuro a contestar.
—¿Hola?
—Oliver —dicen del otro lado. La voz que más me gusta—. Lo siento, ¿es mal momento?
—Un poco ocupado en el trabajo. Tengo una junta importante, pero podemos hablar. Me relajaría.
Camila se ríe un poco.
—Entonces, antes de decirte el motivo de mi llamada. Solo porque es para relajarte, no te hagas malas ideas, puede ser la única vez que hable por teléfono algo como esto —se apresura a explicar. Hace una larga pausa y continua—. ¿Viste el pequeño regalo en tu cuello?
Inmediatamente mi cara se calienta. Sonrío desmedidamente.
—Hablas de esa marca enrojecida. Eres muy pasional.
—¿Qué puedo decir? Me sobreexcitaste.
—Sobreexcitar, ¿eh? He recibido muchos halagos, nunca con palabras inventadas —comento—. Aunque, Camila, también me sobreexcitas.
Se escucha un ruidito del otro lado. Supongo que ha sido un suspiro de Camila.
—No dejo de pensar en tus labios, los movimientos de tu lengua en mi boca… Diablos, esto da vergüenza —confiesa—. Me rindo. Dime, por favor, si ya te sientes menos tensionado.
Mi sonrisa se ensancha y sostengo el teléfono más cerca de mi oído.
—Procuraré llamarte cada que me sienta agobiado, solo para escuchar tus sobreexcitantes intentos de conversación caliente —me burlo, del otro lado Camila me maldice y eso me hace reír más—. Sí, ya me siento mejor.
Se escucha un bullicio donde Camila. Me pregunto en que andará Milo, no me cabe duda de que es él detrás de todo el griterío.
—Sí, ya le voy a decir, necio —se queja Camila—. Ajá, como te decía, te invitamos a nuestra fiesta de cumpleaños hoy en mi casa. A eso de las 8 de la noche. Dime que puedes, Milo me tiene contra la pared porque dice que no quiere volver a pasar su cumpleaños lejos de su mejor amigo.
Mi corazón se acelera. Un escalofrío recorre cada hebra de vello en mi cuerpo. Inmediatamente miro la fecha en el ordenador: 28 de septiembre. ¿Cómo fui tan descuidado? Me siento como la porquería más grande. Mi yo de la secundaria estaría dándome de golpes por haberlo pasado desapercibido.
Maldito sea el día que decidí suspender el recordatorio en mi teléfono.