─Va siendo hora de que consideres casarte.
Rhiannon dejó de masticar. Apretó el tenedor con fuerza entre sus dedos para evitar que cayera de su mano y alzó los ojos hacia su padre. El Hijo Predilecto de la Casa de la Sombra y la Niebla tenía sus ojos negros, idénticos a los de su hija, clavados en ella. Se encontraba sentado en la cabecera de la mesa en la que comían, acompañados de la madre de Rhiannon, sentada al lado de su marido, y de sus hermanos más pequeños, los mellizos Iver y Carys. Rhiannon se encontraba al otro lado de la mesa, lo suficientemente grande como para que cupieran al menos otra persona más, pero lo bastante pequeña como para que resultase familiar. Así lo había querido su madre muchos años antes de que ella naciera, y su padre había accedido a su petición, como hacía con muchos otros aspectos de la vida familiar.
Rhiannon tendría que haberse esperado ese comentario. Hacía ya más de dos décadas que había pasado la Turas Mara, así que ya no era ninguna chiquilla. Además, era la hija mayor de un Hijo Predilecto y nunca había mostrado el más mínimo interés por nadie. Ni nobles, ni guerreros, ni simples ciudadanos comunes de la Casa, sin ningún título en su haber. Por lo menos, nadie que su padre conociera.
Rhiannon se encogió de hombros, un gesto muy poco elegante para alguien de su posición. El desagradable sopor que normalmente sentía a esas horas del día se disipó, y sus músculos se tensaron bajo la tela del vestido.
─Supongo.
Desvió la atención de nuevo hacia su plato y cortó un trozo de carne, despacio. Podía sentir las miradas de los otros cuatro presentes fija en ella, la de su madre y la de su padre inquisitivas y expectantes, mientras que los dos chiquillos de apenas diez años contemplaban a sus mayores con inocente curiosidad, repentinamente mudos.
Rihannon masticó sin prisa antes de volver a hablar.
─ ¿Has pensado en posibles candidatos? ─preguntó con voz suave y pausada.
Su padre tardó un momento en responder. Su ceño estaba levemente fruncido, con una pequeña arruga entre sus cejas rubias.
─El hijo mayor del Hijo Predilecto del Viento y la Tormenta es un buen partido, sobre todo teniendo en cuenta que esa unión podría traer cierta paz y una mejor relación entre nuestras Casas. Se llama Darren ─añadió antes de tomar un trago de copa.
Rhiannon aprovechó la pausa para considerar las palabras de su padre, Kendrick, antes de que prosiguiera. La Casa del Viento y la Tormenta era el territorio gobernado por fae situado más al sur del continente de Elter, separada de la Sombra y la Niebla por tres Casas más y toda la Tierra de Nadie, pero eso no había impedido que entre ambos territorios hubieran existido algunas las luchas más encarnizas entre feéricos mayores. Todo por una rencilla estúpida entre su bisabuelo y el Hijo Predilecto que gobernaba por aquel entonces esa Casa del sur.
El conflicto no había comenzado por una disputa de tierras, ni tampoco por diferencias políticas o de alianzas con otras Casas en los esporádicos conflictos que tenían lugar entre los territorios gobernados por los fae. Ni siquiera por un interés amoroso común, no. Todo había comenzado en una de las reuniones anuales que los Hijos Predilectos celebraban en Tierra de Nadie, en aquel monumento antiguo y medio derruido en el que supuestamente Padre y Madre habían respondido a su llamada durante la guerra contra los sidhe y les habían concedido sus poderes. Aquellas reuniones solían durar más de una velada, y en ellas se solían debatir temas de lo más variado. Y no solo se discutía, sino que también se celebraban fiestas en fechas señaladas para los feéricos.
Rhiannon creía recordar que todo había comenzado durante un Mabon, jugando una partida de cartas. Uno lo había llamado mentiroso al otro y, bueno... en cuestión de minutos se había armado una guerra. Todo por defender el honor de la Casa, el del apellido familiar y el enorme ego de cada Hijo Predilecto, por supuesto.
Rhiannon se llevó la copa a los labios al recordar esa historia. La palabra honor siempre hacía que le supiera la boca a ceniza.
Desde hacía casi un siglo existía entre ellos una especie de calma fría y liviana que pendía de un hilo muy fino. La última guerra entre ambos territorios había sido demasiado larga y dura para lo poco que ninguno de los dos había conseguido. Y es que no había mucho más que conseguir a parte de, bueno… honor. Honor, soldados muertos, tierras arrasadas y ciudadanos de a pie que se veían envueltos en una contienda de la que ellos no tenían culpa. Rhiannon no creía que un matrimonio entre los descendientes de los Hijos Predilectos de ambas Casas fuera a solucionar nada, pero decidió callarse y seguir escuchando.
─Luego está Gawain, claro. Todavía no se ha casado ni ha dado muestras de sentirse especialmente interesado por ninguna noble. Sería una unión muy beneficiosa ─puntualizó Kendrick.
Rhiannon enarcó una ceja al escuchar ese nombre, más con sorpresa que con desagrado o escepticismo.
─La decisión final es tuya, Rhiannon ─añadió Kendrick antes de que su hija llegase a hacer ningún comentario. Inclinó levemente la cabeza hacia delante antes de finalizar, sus ojos todavía clavados en los de Rhiannon─. Considérate afortunada.
En esta ocasión, ella no pudo evitar resoplar con sorna.
─Brycen debe de estar encantado con la posibilidad de que me case con Gawain.