La dama de la noche y el hijo del amanecer

3

Gawain entró en el establo más dubitativo de lo que su actitud dejaba entrever. Nunca había estado allí dentro, ni tampoco había visto de cerca a ninguno de los animales que dormían en su interior.

Arrugó el ceño al notar el olor que desprendía el lugar. Dulzón y almizclado, por el heno y los caballos, con un toque amargo debido al cuero y a los productos que allí se usaban para lustrarlo. Nada a lo que el sobrino del Hijo Predilecto de la Sombra y la Niebla estuviera acostumbrado.

Su prima estaba terminando de ajustar las cinchas de la silla de montar de una yegua con un pelaje lustroso de color negro azabache que parecía engullir la luz que entraba por la puerta del establo. Igual que la melena negra de Rhiannon, recogida en una trenza.  Estaba de espaldas, ensimismada en su tarea, y Gawain se permitió admirar la manera en la sus dedos se movían con agilidad, ajustando las cintas, con cuidado de no hacer daño al animal.

Se aclaró la garganta antes de hablar.

─Hola, Rhiannon.

La fae se giró con rapidez hacia él. Sus ojos de color noche sin estrellas se agrandaron un momento por la sorpresa antes de entrecerrarse. Una pequeña arruga apareció entre sus cejas.

─ ¿Qué estás haciendo aquí?

Gawain tragó saliva y se irguió en toda su estatura antes de volver a hablar, con las manos detrás de su espalda. Vio como su prima alzaba una ceja ante ese gesto.

─Tu padre me ha dicho que ya ha hablado contigo.

─Entiendo ─contestó ella tras una breve pausa. Comprobó las cinchas con un tirón suave y ensortijó sus dedos entre las crines de la yegua antes de volver a hablar─. ¿Quieres venir a dar una vuelta?

Ahora, el que frunció el ceño fue Gawain. Echó un breve vistazo a la yegua negra, entretenida con el heno que tenía junto a sus pezuñas. Era un animal grande e imponente, con apariencia dócil, pero nada de lo que habitase en Elter era de fiar solo por su aspecto exterior. Ni siquiera aunque tuviera sus orígenes en el mundo de arriba.

─No sé montar a caballo.

Rhiannon se encogió de hombros

─Nunca es tarde para aprender.

Gawain se contuvo para no removerse en el sitio, incómodo.

─No prefieres…

─Llevo todo el día encerrada en la villa ─lo interrumpió ella, soltando a la yegua y dirigiéndose a la parte de atrás del establo, donde se imaginó que guardaba los aparejos para montar─. Necesito salir a cabalgar. Dentro de un par de días me iré al Viento y la Tormenta.  Si quieres conquistarme, este es el momento, primo.

Rhiannon preparó una yegua de pelaje dorado y crines blancas con rapidez y eficiencia, mientras Gawain guardaba silencio y la miraba hacer con un gesto contrariado apenas disimulado. Su prima le dijo que era la más dócil del establo, sobre todo con los novatos que nunca antes habían estado encima de un animal como aquel. Le aseguró que no trataría de tirarlo, siempre y cuando se comportase. La sonrisa que le había lanzado antes de que Gawain pusiera un pie en el estribo le sugirió que, más que la yegua, quien decidiría si tenía o no un buen comportamiento sería Rhiannon, y que la reacción del animal dependería también de ella. Gawain sospechaba que su prima tenía alguna especie de conexión especial con aquellos animales, más allá del simple cariño.

Cabalgaron sin prisa desde donde se encontraba el establo, a las afueras de la capital, y subieron las colinas que la rodeaban. A Rhiannon no le hacía ninguna gracia el paso al que se desplazaban, pero no protestó. Su yegua iba al lado de la de Gawain, y Rhiannon no perdía de vista su avance, ni tampoco la postura de su primo. No se amilanaba lo más mínimo a la hora de corregirlo, recordándole que debía de ir con la espalda bien recta si quería evitar que sus músculos protestasen al día siguiente.

Desde lo alto de las colinas, la ciudad principal de la Casa de la Sombra y la Niebla se veía espectacular. Protegida entre el agua y las lomas, casi parecía un niño arropado entre los brazos de su padre el mar y su madre la tierra. Sus casas de techos oscuros y paredes claras iluminadas por el sol de otoño parecían terrones de azúcar entre las que circulaban sus habitantes, similares a hormigas vistas desde allí arriba.

Dejaron la ciudad a su derecha y cabalgaron con un poco más de ritmo. Rhiannon se le adelantó, pero no lo dejó muy atrás, hasta que se detuvo cerca del borde de uno de los acantilados, en el que había un bonito banco de madera al que iban muchas parejas a disfrutar de las vistas y a… bueno, a disfrutar de más cosas. El fae enarcó la ceja ante la elección de su prima. Como todos los Maira, y por lo que conocía de su familia materna, Rhiannon tenía un sentido del humor bastante  mordaz.

Gawain desmontó con cierta torpeza, pero Rhiannon no dijo nada. Tenía la espalda dolorida, igual que las piernas. La experiencia a lomos de la yegua había sido más agradable de lo que se esperaba, con el sol otoñal sobre su piel y la brisa ligera y cargada de salitre revolviéndole el pelo antes perfectamente peinado, pero calló. Al día siguiente, cuando sus músculos opinasen sobre aquella nueva experiencia a lomos de un animal del mundo mortal, ya decidiría si las espectaculares vistas y la sensación del sol sobre su cuerpo habían merecido la pena. Tal vez debería pasarse por los campos de entrenamiento de los dannan para volver a coger algo de tono físico. 




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