La dama de la noche y el hijo del amanecer

5

Gawain detestaba estar despierto a altas horas de la noche, pero era su fiesta de compromiso, así que no tenía la más mínima opción de escabullirse discretamente. Todas las miradas estaban puestas en él y en su prima, que tenía el brazo entrelazado con el suyo.

Apenas había podido contener la sorpresa cuando la vio avanzar hacia él, antes de recorrer el recibidor del palacio juntos y presentarse formalmente al resto de los nobles de la Casa como prometidos. Estaba preciosa, como de costumbre, con un vestido azul oscuro de manga larga con ribetes negros de encaje en los puños, un lazo negro rodeando su cintura y los hombros caídos, también bordeados de delicada tela negra, mostrando su piel blanca como la luna. Sus hombros quedaban totalmente descubiertos no porque llevase el pelo recogido en un complicado peinado o apartado de la cara con una diadema, no. Sus hombros estaban expuestos porque se había cortado la melena a la altura de la barbilla.

Rhiannon soportó su análisis con la frente en alto y una fina tiara de gemas negras y azules brillando sobre su cabeza con las luces del amplio corredor. Una extraña sonrisa tirante y burlona que no llegaba a iluminar sus ojos negros era su único adorno a parte de la tiara.

La misma pregunta golpeó a Gawain una y otra vez mientras la contemplaba pasmado.

¿Por qué se había cortado el pelo?

Puede que no conociese a su prima igual que a Keiran, pero sabía que Rhiannon adoraba su larga melena de ondas negras como una cascada de tinta. Era un orgullo para ella, igual que para su madre. El cabello negro y los ojos azul oscuro eran distintivos en la familia que había dirigido a los dannan tanto como pueblo como ejército durante generaciones, los Fforddludw. Los colores de la Casa de la Sombra y la Niebla, para disgusto de más de uno.

Cuando Gawain logró recomponerse por fin, le ofreció su brazo para que lo enlazara con el suyo, y ambos salieron del palacio así, unidos por el deber, con Kendrick y su hermano menor, Brycen, el padre de Gawain, siguiéndolos un par de pasos por detrás.

Las reacciones por parte de los presentes tardaron en llegar. Aristócratas en su mayoría, pero también algunos ciudadanos de la Casa que se habían acercado por curiosidad escucharon con atención las palabras de su Hijo Predilecto mientras hacía oficial el compromiso entre Gawain Maira y Rhiannon Maira Fforddludw, y les daba su bendición.

No hubo aplausos, ni vítores, ni nada similar. Solo asentimientos de cabeza, algunos conformes, otros resignados. Aceptación sumisa, porque tenía que ser así.

Gawain y Rhiannon bajaron las escaleras del palacio despacio y caminaron por el sendero de piedra oscura que llevaba al jardín. Caminaron con parsimonia, dejando que todo el mundo los viera, respondiendo con sonrisas falsas a las que les lanzaban con el mismo tono. El vestido de Rhiannon se arrastraba sobre el pavimento emitiendo un sonido bajo que rompía el silencio solemne del momento. Gawain sentía que el traje que llevaba, negro y decorado con el símbolo de la Casa sobre el pecho en color azul cobalto, pesaba todavía más de lo normal.

Sus ojos se cruzaron con los de su tía Aileana, que le dedicó una sonrisa dulce y cordial. Él trató de devolvérsela, pero sintió que solo conseguía formular una mueca torcida. Una punzada de malestar aguijoneó su pecho; adoraba a su tía por todo lo que había hecho por él, por todo lo que lo había ayudado a sobrevivir en aquel nido de víboras al que sentía que nunca pertenecería de verdad. Detestaba no poder corresponder de la misma manera a la mujer que se había preocupado por él como si fuera su madre.

Y con ese pensamiento en mente, los ojos de color azul cerúleo de Gawain se cruzaron con los de la mujer de la que los había heredado. La expresión de su madre fue completamente diferente a la de Aileana. Cólera e irritación no eran las palabras apropiadas para describirla, pero a Gawain en ese momento no se le ocurrieron otras.

Su mirada se desvió rápidamente y se encontró con la Keiran. No podía decirse que fuera amigable, pero por lo menos no había desprecio en ella. Solo un leve resentimiento por no haberle contado los planes de sus padres. Gawain le lanzó mentalmente la que probablemente fuera la millonésima disculpa desde que se había hecho oficial su compromiso y siguió avanzando junto a Rhiannon.

Una tímida luna creciente los observaba desde el cielo parcialmente encapotado y Gawain se dio cuenta de lo poco acostumbrado que esta a tener ese astro misterioso sobre su cabeza. A veces pensaba en lo curioso que era pertenecer a la Casa que hacía referencia a la oscuridad y la penumbra y lo poco interesando que se sentía por la noche y todo el misterio que la envolvía. Él era un hijo del amanecer y de la mañana, una criatura diurna como una alondra, le había dicho Aileana una vez. Había nacido con las primeras luces del día, y eso parecía haber marcado de su carácter de por vida.

Su mente se encontraba perdida en esos pensamientos mientras caminaba, paseando su mirada por los presentes con desinterés, cuando su vista se enfocó en la figura vestida con un largo manto de color blanco. La realidad de donde se encontraba y lo que estaba a punto de ocurrir volvió a cernirse sobre Gawain con brusquedad.

Su respiración se aceleró ligeramente, la ropa de gala que llevaba puesta volvió a pesar desmesuradamente, sobre todo el símbolo que llevaba sobre el pecho, y el lugar en el que su brazo se entrelazaba con el de Rhiannon comenzó a hormiguearle.




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