La dama de la noche y el hijo del amanecer

7

Rhiannon contempló la cabaña de madera sin desmontar todavía de su yegua. La brisa de otoño trajo consigo el olor del mantillo descomponiéndose y los diente agudos del frío, pero ella no se arrebujó en la capa que la cubría por entero. Comenzaba a acostumbrarse a la sensación gélida anidada dentro de ella.

Gawain aguardaba a su lado a que terminase su análisis sin decir palabra. Apenas habían hablado desde la noche anterior. La naturaleza dicharachera que la joven había heredado de su madre parecía encontrarse en el mismo estado que la tierra en invierno; silenciosa y fría, aguardando a que el calor volviera a devolverle la vida que el frío le había arrebatado. En aquel momento, Rhiannon no estaba segura de si volvería a haber primavera para ella, a pesar de encontrarse delante de la que podría ser su solución.

La cabaña no era demasiado grande ni tenía nada que hiciera indicar que en su interior una mujer curase los males de otros feéricos. El techo a dos aguas estaba cubierto de hojas secas que habían caído desde los árboles que rodeaban la construcción, y de una de las ventanas colgaba un ramo de flores secas entre las que Rhiannon pudo distinguir retama, helechos y hierba Luisa. Dos escalones de madera llevaban hasta el porche, separando la casa un par de palmos del suelo.  

Tenía un aspecto acogedor, pensó Rhiannon antes de desmontar de la yegua. Transmitía seguridad y cierta calidez, el ambiente apropiado para el tipo de trabajo que se desarrollaba en su interior. Gawain la siguió, todavía sin hablar. Subieron juntos los escalones, que emitieron un quejido de bienvenida con su peso.

Rhiannon se quedó mirando la puerta, sus dedos estirados hacia la manilla. El corazón había comenzado a latirle con fuerza en el pecho. Sintió un tacto muy ligero en los dedos de su otra mano, piel cálida contra la suya.

─ ¿Estás segura de que esto? ─escuchó decir a su lado.

Rhiannon levantó la cabeza y miró a Gawain a los ojos. No fue necesario que contestase. Sí, quería, pero necesitaba…

Gawain se adelantó un paso y abrió la puerta. Le hizo un gesto para que entrase primero.

Rhiannon se bajó la capucha para poder observar mejor el lugar en el que se encontraba. La cabaña era más amplia por dentro de lo que dejaba ver su apariencia exterior, pero era evidente que no había sido concebida para ser un lugar de residencia propiamente dicho, sino de consulta y sanación.

El recibidor se abría a una sala que ocupaba gran parte de la casa. El suelo estaba cubierto por una alfombra de tonos marrones, las paredes tenían cuadros y tapices con representaciones que Rhiannon desconocía. La chimenea estaba apagada, pero todavía quedaban algunas ascuas de tonos rojizos caldeando la estancia. Había un par de sillones de aspecto viejo pero confortable y una mesa baja en la que había un par de tazas con restos de infusiones que se mezclaron en la nariz de la fae.

Todo aquel lugar estaba impregnado de agradable aroma a plantas medicinales, papel viejo y tinta. Rhiannon había visitado a más de un sanador a lo largo de su vida, sobre todo en su etapa de instrucción entre los dannan, pero ninguno había tenido ambiente tan acogedor como ese.

Se giró hacia Gawain para preguntarle de qué conocía esa consulta, pero no tuvo tiempo. Una voz les llegó desde el fondo de la estancia.

─Estoy a punto de cerrar.

─Soy yo, Caillic ─respondió Gawain.

Con el ceño fruncido, Rhiannon volvió a mirar a Gawain. Había una pregunta muy sencilla de leer en sus ojos negros, pero su primo se limitó a mirarla con una expresión vacía.

Escuchó el sonido de pasos ligeros sobre la tarima de madera y se giró en el momento en el que una mujer fae salía por la puerta que se encontraba al otro lado de la estancia. Su mirada se centró brevemente en Gawain, pero el reconocimiento que había en sus ojos no pasó desapercibido para Rhiannon antes de que sus ojos se posasen en ella.

─Y la hija mayor del Hijo Predilecto, por lo que veo.

Instintivamente, Rhiannon se irguió y dejó que la mirase con una expresión neutra en su rostro engañosamente joven. Sabía que las buenas sanadoras tardaban siglos en llegar a trabajar solas, y estaba segura de que su primo no la habría llevado junto a una cualquiera. 

─No vendríamos a estas horas si no fuera importante ─dijo Gawain detrás de Rhiannon.

La sanadora, Caillic, observó con detenimiento el rostro de Rhiannon.  Sus ojos de color castaño claro no eran dulces ni amigables, pero transmitían cierta serenidad y calidez. Lo que Rhiannon necesitaba en ese momento.

─Pase por aquí, mi señora ─dijo Caillic finalmente, haciendo un gesto con la mano hacia la puerta detrás de ella.

─Rhiannon ─replicó la joven fae por costumbre.

Odiaba que se refiriesen a ella en esos términos formales, sobre todo los ciudadanos de la Casa. La hacía sentirse demasiado distante de ellos.  

La mujer no hizo ningún comentario y le sostuvo la puerta abierta mientras entraba a la siguiente estancia. Era mucho más pequeña que la anterior y con aspecto más aséptico, o esa fue la sensación que tuvo Rhiannon con el breve repaso visual que echó antes de que sus ojos se posasen sobre una estrecha cama elevada en uno de los extremos de la estancia.




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